Los largos sollozos del otoño, hieren mi corazon con monotona languidez (Paul Verlaine).
Estos versos sirvieron de mensaje cifrado a los aliados para advertir a la Resistencia europea de que se avecinaba el momento que llevaban un lustro esperando, del principio del fin de la Segunda Guerra Mundial, de la sangría que llevaba devastando Europa desde 1914 e incluso antes. Casi novecientos años después de que Guillermo el Conquistador cruzara el Canal de la Mancha con sus normandos y robara Inglaterra a los sajones, y apenas cuatro años después de que Hitler fracasara en esa misma invasión como habían fracasado antes Felipe II o Napoleón Bonaparte, tuvo lugar la operación militar más formidable de toda la Historia de la Humanidad: el traslado, esta vez haciendo el camino a la inversa, de más de tres millones de soldados y cientos de millones de toneladas de material en unas cuatro mil embarcaciones de todo tipo y con el apoyo de más de once mil aviones de combate, cientos de submarinos e incontables combatientes anónimos tras las líneas alemanas de la costa. El desembarco de Normandía, la operación Overlord, cuyo posible fracaso había sido ya asumido por escrito por los oficiales que la diseñaron (encabezados por Eisenhower, Montgomery o Patton, entre otros) en unas cartas ya firmadas que jamás vieron la luz hasta décadas más tarde, constituye un hecho de los más trascendentales de nuestra historia moderna. Primero, por la ubicación, ya que entre otros lugares para efectuar la operación entraban las costas españolas, con el fin de desalojar ya de paso a Franco (pero, curiosamente, fue Stalin quien se opuso por razones estratégicas y de urgencia, salvándole así el culo al dictador anticomunista), y además, porque los hechos que propició pusieron las bases de las modificaciones en el mapa de Europa que siguieron produciéndose durante décadas hasta convertirlo en el que conocemos hoy.
En 1962, el productor-estrella Darryl F. Zanuck, una de las piedras angulares del cine clásico americano, casi una leyenda, decidió llevar a la pantalla el novelón de Cornelius Ryan, adaptado por el propio autor, con una tripleta a los mandos de la dirección (Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki), para recrear de manera monumental y con un reparto de lujo hasta el mínimo detalle del desarrollo de la invasión de Europa el 6 de junio de 1944, el principio del fin del poder de los nazis en el continente. Con los épicos acordes de la pomposa música de ecos militares de Maurice Jarre (debidamente respaldada por los primeros instantes de la Quinta Sinfonía de Beethoven, tres puntos y una raya que en código trelegráfico identifican el signo de la victoria) y una maravillosa fotografía en blanco y negro ganadora del Premio de la Academia, la película recoge los largos prolegómenos de la invasión y las primeras horas de las tropas aliadas combatiendo en las playas de Normandía. Película de factura colectiva, adolece por tanto de una enorme falta de personalidad y se acoge al poder de lo narrado, apela continuamente a la épica y busca constantemente la trascendencia de frases de guión y encuadres superlativos, como forma de contrarrestar la frialdad y la distancia de una historia demasiado grande incluso para tres horas de metraje y que no puede ser contada de otra forma.
Con todas las carencias apuntadas en orden a su carácter impersonal, la película no carece de grandes momentos y de imágenes imperecederas. Narrativamente fragmentada en diversos puntos de interés relacionados con los distintos frentes de combate o de elaboración de estrategias (la lucha en los frentes de las distintas playas, el lanzamiento de paracaidistas tras las líneas alemanas, el papel de la Resistencia en labores de sabotaje previas al desembarco, los despachos militares tanto de los alemanes como de los aliados), no está exenta de pericia técnica ni de una estética muy poderosa o un lenguaje cinematográfico que vaya más allá de la mera recopilación de acontecimientos puestos en fotogramas: así, la escena en que los oficiales aliados discuten en el despacho de Eisenhower si dar luz verde a la invasión o retrasarla de nuevo para otro mes viene marcada por el tic tac de un reloj que subraya la tensión emotiva y trascendental del momento, al tiempo que sugiere la espada de Damocles del tiempo como un enemigo más a batir para lograr el triunfo. En cambio, entre los momentos técnicamente destacables encontramos grandes tomas como, por ejemplo, un travelling que, pasando desde el primer plano de la danza de unos dados en una partida que juegan unos soldados en el suelo, desemboca en un plano general que muestra el lugar donde se encuentran, una gigantesca nave repleta de literas en la que los soldados se dividen en distintos grupos para divertirse mientras aguardan la orden de invasión. Del mismo modo, la película cuenta con fenomenales tomas aéreas en las que, con un encomiable trabajo de planificación y escenificación, se disponen fuerzas en combate o se retratan acciones bélicas, como la del pueblo que liberan las tropas francesas, a las cuales se ve distribuirse por las calles al tiempo que reciben el fuego enemigo desde las azoteas ocupadas por los alemanes.
Suficientemente meticulosa, pese a su consagración a un gran episodio de la historia, para recoger acontecimientos verídicos como el protagonizado por el soldado que, lanzado en paracaidas, vio desde la torre de la iglesia de Sainte Marie L’Église, donde la tela lo dejó colgando del campanario, cómo los alemanes exterminaban a toda su compañía, o cómo fue la heroica toma de la playa de Omaha, la gran baza de la película, su gran logro, es el irrepetible reparto masculino, el gran elenco que da vida a personajes históricos y a los necesarios vehículos dramáticos para la historia: John Wayne, Robert Mitchum, Henry Fonda, Richard Burton, Sean Connery (al que vemos en la foto superior, en su tercera película, el mismo año que inició la saga Bond, dando vida a un soldado británico tan fanfarrón como irónico), Curt Jurgens, Rod Steiger, Robert Ryan, Peter Lawford, Robert Wagner, Sal Mineo, Mel Ferrer, Richard Todd, Jeffrey Hunter, Edmond O’Brian o Jack Warden.
Pero, por encima de todo, la escena que eleva sin límites la emotividad de la cinta, es la llegada de las tropas británicas que deben relevar a quienes han tomado un puente cuya posesión resulta imprescindible para el triunfo de la invasión. Diezmados desde su lanzamiento la noche anterior, a punto de sucumbir, son las gaitas escocesas las que anuncian la llegada de los salvadores bajo las órdenes de Peter Lawford. Cine de muchos kilates, homenaje perfecto a quienes muy a su pesar se vieron envueltos en una de las más extraordinarias pesadillas de la Humanidad y, sobre todo, a quienes perdieron la vida en ello en cualquiera de sus bandos.