Revista Psicología

El día que inventamos la necesidad de sobresalir

Por Paulo Mesa @paucemeher
El día que inventamos la necesidad de sobresalir

Mi sufrida patria, como pocas en el mundo, está marcada por la necesidad cultural de sobresalir a como de lugar. Bastante he viajado por este planeta para concluir que tal vez haya pocos seres que sientan más necesidad de sobresalir entre sí que los colombianos. Me atreveré a dar algunos argumentos de cómo se manifiesta esta enfermedad y de por qué nos convierte en una sociedad tan complicada.

El presente de una mutación cultural

He tenido oportunidad de conversar con ciudadanos españoles que se quejan del centralismo "madrileño"... y dejo constancia de que mis contertulios no han sido todos catalanes... Cuando les cuento cómo funcionan las cosas en Colombia, terminamos hablando de lo mismo. Mi patria, al otro lado del Atlántico y luego de más de 200 años de vida "independiente" no se ha podido zafar de esa sombra; pareciera que el país comienza y termina en Bogotá.

Si uno se va para las provincias del país el patrón es similar: el progreso y el desarrollo están en las ciudades capitales, pero fuera de ellas reinan la desidia estatal, la pobreza, la ignorancia y el atraso. Los bogotanos están convencidos de que todo lo que existe fuera de Bogotá es una jungla inhóspita y en Medellín, Cali y Barranquilla cada uno de sus habitantes piensa que su ciudad es "el verdadero paraíso".

El día que inventamos la necesidad de sobresalir
Colombia convive en la tensión de la diversidad y la complejidad de su cultura; al ser un país montañoso y aislado, tanto interna como externamente, tiene una curiosa cultura de rivalidad endógena. Mientras lo común en el mundo es que unas naciones rivalicen con otras (o por lo menos no se quieran mucho), los colombianos no nos queremos entre sí. Es un pensamiento tribal curioso: los argentinos se sienten argentinos, los brasileros se siente brasileros, pero la única forma que un colombiano se sienta colombiano es sacándolo del país o poniéndolo a ver un partido de la selección Colombia y, valga aclarar, si y solo sí vamos ganando, porque al primer gol en contra se diluye el sentimiento patrio.

Las ciudades capitales o las regiones se asemejan mucho a las ciudades-estado griegas o a los pequeños reinos en los que estaba dividida la Italia renacentista. La gente de Medellín (paisas) no quiere a la de Bogotá y viceversa, los de Bogotá no aprecian a los de la costa Caribe y los de la costa se refieren a los bogotanos como unos "cachacos" (fríos, aburridos, complicados y petulantes). Esta patria es un enorme proyecto de regiones que compiten entre sí a través de sus realizaciones materiales. No obstante, el progreso cultural no es nada que esté en las intenciones y prioridades del colombiano promedio.

Tengo un buen amigo personal que es cubano y vive en Colombia hace años; conversábamos alguna vez sobre un hecho bastante curioso: la xenofobia es casi nula en la cultura colombiana; acá recibimos a los extranjeros con una amabilidad y apertura inusuales. Dos colombianos en Colombia son rivales, pero cualquier extranjero en Colombia es un invitado de honor.

Otra cuestión es la permanente necesidad de aprobación externa de los colombianos. Si eres extranjero y vienes a Colombia, no se te haga raro que te pregunten: ¿Y cómo te parece el país? ¿Te gusta Colombia? Como no gustamos de nosotros mismos, dudamos de que a alguien más le pueda gustar este hermoso rincón del planeta. Adicionalmente, somos un país paria con una terrible reputación a nivel internacional y tal vez nos parece una clase de novedad, milagro o misterio el hecho de que un extranjero se atreva a venir.

Esta es una posible explicación, pero también otras raíces nos regresan a la época colonial donde se arraigó profundamente la idea de que "lo bueno" es lo que viene de la lejana Europa y que "lo malo" es lo que brota de América. Nos echaron el cuento y nos lo seguimos creyendo. Por eso tal vez somos una sociedad llena de complejos de inferioridad, de temores e inseguridades que luchamos por superar haciendo cosas "afuera" y que queremos expiar toda esta pobreza interior a través del simple hecho de "sobresalir".

Sobresalir para vencer la inseguridad

Mientras que en el mundo lo común es buscar el poder para controlar a los demás y manipular la realidad, en mi patria se busca el poder para eso y además para "sentirse más" que los demás, para darle "argumentos" al sentido de superioridad y merecimiento que alivie nuestra inseguridad ancestral.

El "chip mental" de la exclusión social está tan arraigado que muchos terminan por crecer con un sentimiento de que no tienen derecho a nada y que a la vez el mundo se los debe todo y harán lo que sea por recuperar lo que sienten que les han quitado. Nuestras zonas marginales están llenas de "almas desposeídas" dispuestas a quemarlo todo y desangrar al que sea con tal de sobresalir. También están los que explotarán hasta el último peso y se lo llevarán todo para ellos. Éstas, entre otras más, son algunas de las causas de la arraigada violencia que padecemos.

Una sociedad así también incuba la idea del "sálvese quien pueda" y una permanente lucha de competición e individualismo. Sumado a esto, también se da un sentimiento de superioridad natural cuando se posee algo que nadie más tiene; por eso al colombiano le gusta mostrarse, lucir lo que tiene y alardear. Solo por poner un ejemplo: tengo la teoría comprobable, pero no probada, de que en Colombia la gente "se viste" con el automóvil; el vehículo forma parte del atuendo y también opera como un recurso para imponer la personalidad; también ofrece una forma de decirle a los demás "quién soy", una forma de decir "mírenme". En Colombia el automóvil te da un lugar en el mundo, incluso así sea una costosa e ineficiente alternativa de transporte.

Detrás de la amabilidad, carisma, simpatía y "queridura" que irradia la gente colombiana, se esconde una sociedad profundamente inhumana. Basta con recorrer las calles para darse cuenta de que los andenes son estrechos y llenos de obstáculos; escasean los semáforos peatonales; los ancianos y los niños no reciben casi ninguna consideración; la gente se mete en las filas e irrespeta los turnos; las calles viven llenas de basuras; los andenes son una extensión de la calle y a nadie le importa convertir estos espacios en descarados estacionamientos; todos los días es escuchan historias de gente que se muere en hospitales y clínicas porque no tienen dinero para pagar la atención médica que requieren. Podría seguir la lista con más ejemplos... el punto queda ilustrado.

Este es el país donde se cuida más a los automóviles que a las personas. Basta con salir a la calle para comprobarlo: si eres peatón o ciclista siempre debes esperar a que pase primero el vehículo para poder cruzar la calle, al contrario de lo que pasa en la mayoría de países normales y civilizados. Observo con frecuencia que cuando un conductor llega a un cruce mira primero que no vengan otros autos para poder cruzar y no le importa si hay peatones esperando para pasar, muchas veces ni siquiera se fijan si hay personas, lo importante es cuidar el automóvil y evitar un choque.

¿Cómo vivimos así?

Como decía García Márquez, este es el país de la desmesura. En este rincón del planeta es complejo encontrar puntos medios. Aquí parece que el mandato es: sobresalir, no importa cómo. Mucha gente toma caminos retorcidos y otros hacen grandes esfuerzos y producen resultados asombrosos, pero al final pareciera que en la mente de todo el mundo está sobresalir para sentirse "alguien" o "algo" de valor en medio de una sociedad acostumbrada a darle importancia a trivialidades exteriores.

Aquí conviven la anarquía, alegría, la desesperación y la tragedia; la forma de aguantar la vida en Colombia es una extraña mezcla de negación y negligencia, por algo solemos ranquearnos entre los países más felices del mundo... y tenemos además el cinismo de sentirnos orgullosos por ese calificativo; la ignorancia y la inconciencia ayudan mucho a la "felicidad", además de un crecimiento económico sostenido. Colombia es la permanente tensión entre los que luchan por sobresalir sobre los demás y los que impiden que eso ocurra...

Al final queda un pequeño grupo que somos los que nos hacemos a un lado, los que seguimos nuestro camino mientras presenciamos la escaramuza fingiendo que no nos importa, los que tenemos un rayito de fe en que todavía queda mucho por hacer en este edificio en ruinas. A nosotros que no vivimos para sobresalir a costa de los demás, los que parecemos "aburridos" y menos tropicales, nada más nos nombran como: los "raros", los "simples".

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