La falta de humanidad que azota el mundo y los viajes en metro a veces dan como resultado un texto como el que comparto. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
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El día que morí, murieron otras muchas personas, como cada día. Yo lo hice después de una vida larga, de la que, haciendo balance de los buenos y malos momentos, me puedo considerar afortunado. Habría preferido evitar el mal trago de la embolia que me postró en la cama durante dos semanas de agonía; un infarto mientras dormía habría sido más benévolo, pero qué se le va a hacer.
Otros lo pasaron peor, y su fin fue, a todas luces, mucho más injusto.
El día que morí, también murió un obrero a quien le cayó encima una pared mal apuntalada. Murieron una madre y su hija, atropelladas por un conductor borracho; y una mujer, ejecutada a pedradas por tratar de huir de un marido que la maltrataba. Otra murió desangrada, como consecuencia de un aborto clandestino.
Un hombre murió tras lanzarse al vacío…
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