Revista Cultura y Ocio

El diablo Podemos nos convierte en expertos politólogos

Publicado el 27 enero 2016 por Benjamín Recacha García @brecacha
Las viñetas de Bernardo Vergara para eldiario.es son buenísimas.

Las viñetas de Bernardo Vergara para eldiario.es son buenísimas.

Yo debería estar escribiendo una novela, pero hace demasiado que no opino sobre la actualidad política, y en estos últimos días han sucedido unas cuantas cosas, simbólicas si queréis, que ocupan demasiado espacio en mis neuronas y necesito liberarlo para poder concentrarme en los menesteres literarios.

Si algo hay que destacar desde la constitución del Congreso de los Diputados, el pasado 13 de enero, es que en este país se habla de política más que nunca. Todo el mundo tiene su opinión, todos nos hemos vuelto expertos de repente en reglamentos, distribución de escaños y formación de grupos parlamentarios. Incluso prestamos atención al Senado, ese geriátrico para exgobernantes, que, fíjate por dónde, en esta nueva legislatura va a tener trascendencia (aunque sólo sea para hacer la puñeta); y a las reuniones del rey con los líderes de los partidos, que jamás habían tenido tanto protagonismo mediático.

Todos sabemos que en el Congreso hay 350 diputados y tenemos clarísimas las cuentas que permiten sumar las mayorías necesarias para conformar un pacto de gobierno. Y sabemos que los acuerdos a que lleguen las fuerzas políticas que integren esas mayorías deberán ser ratificados por sus órganos internos. Es indiscutible, por ejemplo, que el Comité Federal del PsoE (¿recuperará algún día la ‘s’ y la ‘o’ mayúsculas?), con sus “barones” y (sobre todo) su “baronesa” andaluza, es un elemento clave en todo el entramado.

España respira política, y, guste más o menos, el “culpable” principal de ello es Podemos. Tenemos por un lado a quienes se han reenganchado al carro de la representatividad institucional, cientos de miles de personas que habían decidido desentenderse de la democracia parlamentaria renunciando al voto por no sentirse identificadas con ningún partido o por sentirse estafadas. Digamos que esas personas le han dado una última oportunidad al sistema, confiando, de forma más o menos entusiasta, en una nueva formación a priori ajena a los desmanes y tejemanejes de la vieja política; depositando en ella la (en muchos casos escasa) esperanza de llenar las instituciones de realidad.

Por otro lado tenemos a quienes ven en Podemos al mismísimo diablo. En este grupo hay que diferenciar dos maneras por las que sus miembros llegan a formarlo. Encontramos a la masa, muy numerosa, que continúa creyéndose lo que ve en la tele, escucha en la radio y lee en los periódicos. Es decir, toda esa gente que sigue confiando en los medios tradicionales, los que controlan las grandes corporaciones, que, como las grandes corporaciones del resto de ámbitos económicos, mantienen una estrechísima relación con el poder político, que les permite parasitar lo público.

La élite empresarial, financiera y política es, pues, la otra pata de ese grupo que demoniza al fenómeno Podemos. De hecho, es esa élite la que, desde que Pablo Iglesias y compañía revolucionaron la escena política, dedica buena parte de sus esfuerzos a presentarlos ante la gente de bien como los embajadores del infierno en el mundo terrenal. Creo que a los lectores de ‘la recacha’ os sobra inteligencia para comprender los motivos.

Yo no soy militante de Podemos. Comparto la mayoría de las iniciativas que proponen y, más allá de las críticas que puedan hacerse a sus dirigentes (en este blog encontraréis varios artículos donde les doy bastante cera), considero que es el mejor instrumento de cambio político a disposición de la ciudadanía crítica. Probablemente, en esta legislatura tengan que hacer oposición, pues las resistencias a un pacto de progreso son muy poderosas, pero es indiscutible que su sola presencia en las instituciones ya ha cambiado muchas cosas. El que hablemos tanto de política, por ejemplo. No es una cuestión menor.

Podemos lleva la iniciativa y el resto de partidos reaccionan a sus propuestas, a sus ruedas de prensa, a sus críticas, a sus puestas en escena. Su entrada en el Congreso, la manera como lo hicieron sus diputados, descolocando a todos, provocando aquellas reacciones tan ridículas, tan llenas de rabia, de la impotencia de quienes se creían los dueños de todo, me pareció una magnífica noticia. Por primera vez sentí que estaba plenamente representado en aquellas bancadas. Y no hablo ahora de propuestas políticas, sino de sentirme identificado como persona. Aquellos nuevos diputados eran gente normal; vestían, se peinaban, se expresaban con la diversidad que encontramos en la calle. Las expresiones atónitas y los comentarios agrios de quienes estaban acostumbrados a la solemnidad hipócrita me arrancaron muchas medias sonrisas aquel día.

La sucesión de acontecimientos desde entonces ya la conocéis. No me sorprende en absoluto ese cordón sanitario con el que el establishment pretende aislar a Podemos. Lo de enviarlos al gallinero del Congreso es una pataleta adolescente a su atrevimiento por proponer un gobierno de izquierdas, simbólica, vale, pero no hace falta ser un lince para leer entre líneas. Más trascendente me parece la negativa a conceder grupos parlamentarios propios a las confluencias y la docilidad con la que el PsoE propició una mayoría conservadora en la Mesa del Congreso a cambio de la presidencia de Patxi López.

¿Qué va a pasar a partir de ahora? Creo que Pedro Sánchez es sincero cuando dice que apuesta por un gobierno progresista. Creo de verdad que su opción es pactar con Podemos y conseguir la abstención de los nacionalistas. No sé si por convicción o porque es la única vía que le queda para sobrevivir en su partido. El problema es que me parece muy evidente que los “barones” y la “baronesa”, apoyados por viejos dinosaurios como Felipe González y esos exministros que hacen gala de forma impúdica de su españolismo y su dimisión absoluta del socialismo (lo de “obreros” lo consideran directamente un insulto), no contemplan de ninguna manera esa posibilidad. Un gobierno compartido con Podemos es la peor de sus pesadillas, y para cargarse de razones recurren a estupideces como que, con su propuesta de referéndum en Catalunya, pretenden romper la unidad de España o que Iglesias hace chantaje y humilla a los “socialistas” con su oferta de pacto.

Y entonces saltan con que su opción es gobernar en solitario… con 90 diputados. O sea, esperan que Podemos les regale sus más de cinco millones de votos sin compartir responsabilidad de gobierno. Dicen que no permitirán un gobierno del PP, pero tampoco quieren pactar con Podemos. Es decir, elecciones, ¿no? Tengo la impresión de que los líderes del PsoE prefieren darse un trompazo (otro) en unos nuevos comicios y permitir, entonces sí, que gobierne un PP previsiblemente reforzado, a tejer un pacto de progreso que exigiría sacrificios y mucha buena voluntad por ambas partes.

La reacción a la propuesta pública de Iglesias, poco ortodoxa, sí, démosle una colleja por el atrevimiento, fue ridícula. Yo no vi humillación, ni chantaje, ni “graves insultos” como he leído por ahí, sino una apuesta audaz y valiente, un punto de partida para iniciar una negociación. Los “agraviados”, en cambio, se agarraron a las formas para no tener que entrar en el fondo. En el PsoE hay voces (militantes que conservan la ‘S’ y la ‘O’) que piden un pacto de izquierdas, que reclaman empezar a trabajar ya para hacerlo posible, sin líneas rojas, pero no tienen el suficiente peso para imponerse.

Mientras, la ortodoxia, la política de corbata, pide respetar los tiempos, esperar a la nueva rueda de consultas con el rey, a que éste proponga un candidato y entonces, cuando Rajoy se estrelle (como si fuera a presentarse a la investidura sabiendo que la va a perder), “ya veremos si nos toca a nosotros”.

Mientras, los medios, ésos en los que siguen confiando millones de españoles, inventan exclusivas absurdas sobre Podemos, sobre sus conexiones con ETA, Venezuela, Irán, el independentismo, Mordor y Darth Vader. Absurdas, sí, pero calan, y te encuentras en discusiones en las redes sociales con gente que escupe “¡Irán! ¡Venezuela! ¡ETA!”. Y entonces no te queda otra que llevarte las manos a la cara, suspirar, lamentar la ignorancia que continúa campando a sus anchas por este país renqueante, y cerrar Twitter.

Porque, mientras, paralelamente al debate sobre la medida de los cuernos demoníacos de Pablo Iglesias, al PP lo imputan por la destrucción de los discos duros de Bárcenas, imputan a su actual tesorera, la mierda del PP valenciano sigue aflorando (y se defienden, cómo no, atacando a Podemos con Irán y Venezuela) y esas nuevas causas judiciales se suman a las cientos que tiene abiertas por todo el país una organización criminal a la que la “élite” de nuestra sociedad quiere mantener en el poder en pro de “la estabilidad”.

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Y mientras, entre tertuliano indignado por el apoyo de Iglesias a la “dictadura bolivariana” y tertuliano ofendido por las rastas de un diputado y el bebé de una diputada, el estable gobierno español bate el récord de venta de armas a esa democracia ejemplar, adoradora de los derechos humanos, que es Arabia Saudí, la misma que lleva meses masacrando a la población civil de Yemen ante el silencio vergonzoso de la comunidad internacional.

Ser consciente de lo que ocurre en el mundo, de cómo funciona, provoca escalofríos. Comparado con lo que viven en multitud de regiones castigadas por las guerras y la tiranía, en España somos unos privilegiados, pero hay mucho que mejorar. Los cambios a gran escala sólo pueden suceder a partir de cambios localizados, y aquí tenemos la oportunidad de iniciar uno de ellos. Es normal que quienes han dedicado tanto tiempo y esfuerzo a configurar el actual orden de las cosas, que tanto beneficio les reporta, se resistan por todos los medios a permitirlo.

De todas formas, la grieta está hecha.


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