“Ahora en Común es un intento desesperado de Izquierda Unida de torpedear a Podemos por no querer confluir con un partido que está acabado. Lo único que les interesa es conseguir una poltrona a la que agarrarse para seguir chupando del bote. Llevan treinta años sin mover un dedo por la gente que lo pasa mal y ahora que hay una opción real de vencer al bipartidismo van y montan otro partido”.
Estos últimos días he leído montones de opiniones de seguidores de Podemos que podrían sintetizarse en el primer párrafo. Confieso que estoy sorprendido, desagradablemente sorprendido. Leer la bilis que un buen número de militantes, simpatizantes y votantes de Podemos llevan acumulada en contra de los partidos de izquierda me echa para atrás. Me doy cuenta de que tengo muy poco en común con esa gente que carece de ideología. Probablemente entre ellos haya no pocos exvotantes del PP o del PSOE escarmentados, pero que jamás han tenido la más mínima inquietud política. No sé, quizás me equivoque, pero lo de lo que sí estoy seguro es de que esas personas destilan agresividad, incluso odio, hacia quienes se “atreven” a cuestionar la decisión de los líderes de Podemos de no confluir con otras formaciones progresistas.
Según esa gente que aplaude con fervor cualquier decisión de Pablo Iglesias, Podemos es el único instrumento válido y lo que tendrían que hacer el resto de partidos progresistas es disolverse para integrarse en el suyo.
Pablo Iglesias ha rechazado tajantemente cualquier opción de acudir a las elecciones generales en una plataforma unitaria. Dice que Podemos ya responde a esa idea y en las últimas semanas ha atacado con más o menos virulencia a IU para tratar de cerrar el debate.
Porque lo que es evidente es que el debate existe, también dentro de Podemos. Igual que los “hooligans” arremeten con agresividad contra “los otros”, los que se atreven a cuestionar la capacidad de la formación que ha revolucionado el panorama político para completar con éxito su misión, también hay quienes piden dialogar y estudiar fórmulas para la confluencia, entendiendo que trasladar a nivel estatal la experiencia de las candidaturas de unidad, que tan buen resultado obtuvo en las pasadas elecciones municipales, multiplicaría las posibilidades de vencer en las generales.
Cada vez más cargos y militantes de Podemos se suman a las críticas por los métodos de Iglesias y su equipo en el manejo del partido, que entienden alejado de la esencia con la que se creó. Poco parece quedar de la horizontalidad a la hora de tomar decisiones. Es evidente que Podemos ya no es una plataforma ciudadana, un instrumento para el cambio (como insisten en llamarlo sus responsables), sino un partido político más, con una estructura piramidal que dota de todo el poder al aparato que lo dirige, por mucho que en teoría existan herramientas para someter a debate cualquier decisión o iniciativa que pueda ser planteada desde la base, los famosos círculos. En la práctica, un hecho tan aparentemente “inocente” como tener bastante hinchada la base de datos de inscritos en la organización convierte en odisea lograr las firmas mínimas para que se activen los mecanismos participativos.
Izquierda Unida la ha cagado de forma reiterada. Esperpentos como el acontecido en la federación madrileña, que por poco no acaba con Esperanza Aguirre de alcaldesa en la capital; las injustificables relaciones de algunos de sus cargos con la corrupción de CajaMadrid, Bankia, etc.; las deudas con los bancos; y el juego que en no pocos lugares le han hecho al bipartidismo a cambio de sillones, han hecho labrarse a la coalición la desconfianza de millones de potenciales votantes de izquierdas.
Pero es justo reconocer que IU está haciendo un esfuerzo interesante por renovarse. Su candidato a las generales, Alberto Garzón, ha dado muestras más que sobradas de que no lo mueven intereses partidistas, sino todo lo contrario, y ha tenido que picar mucha piedra para vencer las resistencias dogmáticas de los dinosaurios de la organización a la que representa. Su apuesta por la confluencia es transparente desde que fue proclamado candidato, renunciando a siglas, pero, y me parece lógico, no a identidades.
IU ha hecho muchas cosas mal, pero también hay que reconocerle que durante décadas ha sido la única oposición real al bipartidismo. Las luchas que tanta simpatía han despertado en los últimos años, al calor de las cuales nació Podemos (y yo me alegro de ello), Izquierda Unida las ha defendido desde mucho antes. Que no haya logrado nunca convencer a los suficientes votantes para llegar a ser alternativa no significa que ahora tenga que desaparecer.
Yo no creo que estemos viviendo el fin de las ideologías. No compro el discurso de los líderes de Podemos según el cual el eje derecha-izquierda ha quedado superado. Ellos hablan de arriba y abajo. Eufemismos que supongo que los expertos en marketing habrán concluido que llegan más a un segmento mayor de la población golpeada por la “crisis”.
Lo que ocurre ahora en Europa, no sólo en España, es un ejemplo trágico de las maniobras que la derecha está efectuando para acabar de una vez por todas con ese discurso “anticuado” del que rehúye Podemos. La derecha quiere pisotear para siempre a la izquierda, la única izquierda real que gobierna en Europa. A estas horas de la madrugada los gobiernos europeos de derechas, con la complicidad vergonzante de la socialdemocracia, están poniendo los últimos clavos al ataúd de Syriza, obligando al primer ministro griego, Alexis Tsipras, a aceptar un plan salvaje, que supondrá la esclavización del país si acaba claudicando, a cambio de la ayuda económica que evitaría su bancarrota. Grecia, nueva colonia alemana. Lo que no consiguieron con las armas, lo están logrando con el chantaje del capital. #ThisIsACoup (es un golpe de Estado) se ha convertido en trending topic mundial en Twitter, incluso desde Alemania se han escuchado numerosas voces criticando la desproporción de las condiciones impuestas a Grecia.
Venganza. Merkel, Schäuble y los regímenes conservadores y nacionalistas del norte y el este de Europa no perdonan la afrenta del referéndum, la afrenta de la democracia.
Yo estoy convencido de que la única esperanza que tenemos en España pasa por la unidad de todas las opciones progresistas. Ahora en Común es el instrumento que podría lograrlo. Contrariamente a lo que los hooligans de Podemos afirman, no se trata de un torpedo lanzado por IU. No es un partido político, sino una plataforma que pretende ahondar en la posibilidad de que todas las fuerzas de izquierdas concurran unidas a las elecciones generales, sin imposiciones, sin siglas, pero también sin perder identidades. Es un espacio abierto a todos, creado con un espíritu constructivo, inclusivo, no revanchista ni antinada. De hecho, el manifiesto fundacional lo han firmado representantes de diversas formaciones políticas (incluida Podemos), movimientos sociales y personas a título individual (como yo; aquí lo tenéis).
¿Por qué Podemos no quiere estar ahí? Dice Pablo Iglesias que no quiere saber nada de la izquierda, que su misión no es salvar a otras formaciones políticas, y que no va a permitir “chantajes”. Asegura que presentarse a las elecciones con una plataforma de unidad popular sería garantía de derrota. Es cierto que a muchos potenciales votantes de Podemos la palabra izquierda les produce urticaria, pero a otros muchos no, y, sinceramente, me atrevo a vaticinar que si Ahora en Común (o el nombre que sea con el que acabe presentándose a la campaña electoral) acaba saliendo adelante (que tiene toda la pinta que sí) va a ilusionar a más gente que el partido de Iglesias.
Podemos me ilusionaba. El discurso de Pablo Iglesias era fresco, directo, ponía palabras a lo que millones de personas pensábamos. Podemos era, efectivamente, un instrumento para el cambio, una marea que iba a poner el sistema patas arriba. Pero todo eso se ha ido modulando. El discurso se ha ido domesticando, pareciéndose más en las formas a los discursos de los otros partidos. Podemos, de hecho, se ha convertido en otro partido. Sus propuestas han ido ganando en tibieza, destilando un perfume a táctica electoralista que me hacía arrugar cada vez más la nariz. Pero lo que ha acabado por desapegarme por completo del proyecto es la soberbia, el rechazo de plano a la confluencia. Podemos en solitario aspira a repetir los resultados de las autonómicas, a ser el tercero en discordia, a darle a Pedro Sánchez la presidencia del gobierno. Y me sorprende que estén convencidos de que esa táctica tan obtusa les vaya a dar resultados…, a no ser que quedar terceros ya les esté bien.
Mi voto es valioso. Al menos lo es para mí. Yo nunca he votado pensando en el voto útil ni mediatizado por el discurso del miedo. Siempre lo he hecho de acuerdo a mi ideología. Para mí es importante el programa, los valores, que las palabras vayan acompañadas de propuestas constructivas. El “hay que echarlos como sea” no me sirve. Para “echarlos” hacen falta propuestas ilusionantes. La cooperación entre distintas fuerzas es un buen punto de partida en ese sentido, como lo fue en las elecciones municipales. Podemos en solitario se va a dar un batacazo de aúpa. Ahora en Común sin Podemos probablemente consiga poca cosa, pero tiene mi apoyo porque responde al método que yo considero más útil para hacer posible el cambio de una vez por todas en este país.
Por cierto, #YoVoyConGrecia porque #VoyConLaDemocracia. Os dejo con un didáctico vídeo del programa Salvados de hace tres años, en el que los alemanes nos enseñaban cómo sería la España del futuro, la Europa que Merkel y compañía llevaban diseñando desde hacía ya un tiempo. Estremecedor.