Me gusta más Juan Aparicio cuando afila el lápiz y tira de su envidiable humor negro que cuando se pone histriónico, por lo que podría decir que hay partes de la novela que no me han convencido demasiado. Sin embargo, me sigue pareciendo una narración tremendamente inteligente, donde los personajes son fagocitados por otros, donde las ficciones se entremezclan y donde se consigue (esto tiene mucho mérito) despertar esa sensación de pescadilla que se muerde la cola o de eterno retorno (según lo finos que nos pongamos comentando).
Al llegar a la última línea de la última página, se nos dibuja una sonrisa que nos hace cerrar la novela y contemplar de nuevo la portada pensando: ¡Qué cabrón!
Sin duda, me ha hecho pasar un buen rato.