Por C.R. Worth
Basado en hechos realesCuando te casas, o vas a vivir con alguien, te tienes que habituar a muchísimas costumbres de tu pareja, y no digamos aprender a compartir.
En mi primer año de casada una de las discusiones constantes era sobre el maldito edredón.
Me solía despertar en mitad de la noche helada de frío porque mi ex marido tiraba de la manta para taparse él y me dejaba literalmente a la «intemperie», porque además el puñetero, que era caluroso, tenía que tener el ventilador del techo encendido porque decía que sin brisa no se podía dormir; y yo que soy friolera, me tenía que tapar hasta las orejas.
En una de esas habituales discusiones en el que yo lo acusaba a él de dejarme destapada, y él decía que era yo la que lo dejaba sin cobijas (sí, el caluroso), decidimos tener una prueba irrefutable para coger al responsable in fraganti.
En cierta ocasión pusimos la cámara de video apuntando al jardín con las luces encendidas, para averiguar que animal hacía cada noche un estropicio, montada en el trípode grababa un segundo cada dos o tres minutos y así pasando la grabación pudimos ver que «el culpable» era un mapache. Usando el mismo sistema decidimos que nos grabaríamos toda la noche para ver cuál de los dos tenía razón y saber quién destapaba a quién. He de mencionar que de esto hace más de veinte años y la cámara que teníamos entonces era una de esos armatostes enormes que parecía una cámara de cine. Como la tecnología entonces no era muy efectiva, necesitábamos cierta luz en la habitación, así que mi ex puso una lámpara sin pantalla con una bombilla roja; algo tenue que nos permitiera dormir y cierta luminosidad para el video.
A la mañana siguiente no había tiempo de ver nada antes de que se fuera al trabajo, así que lo íbamos a ver a su regreso.
Para sorpresa mía, bien temprano en la mañana, recién levantada yo, llamaron a la puerta; eran los del mantenimiento del apartamento que venían a fumigar para prevenir bichos, se dirigieron a la cocina, el baño, y luego al dormitorio para esparcir el espray en el área del balcón. Lo que allí paso, fue de pasillo cómico.
Imagínense al señor con el aparato de fumigar en mano mirando atónito y con la cara desencajada la cama revuelta, la cámara de video en el trípode, la bombilla colorá y a mí, una y otra vez sin decir nada, y yo con cara de circunstancia. Estoy segura que se creería que habíamos tenido una orgía o que grabábamos vídeos pornos. Ni me molesté en explicar nada, simplemente sonreí y le dejé que pensara lo que quisiera.
Post scriptum: ¡Se demostró que él me quitaba el edredón!