Revista Espiritualidad

El Efecto Halo

Por Av3ntura

¿Cuántas veces no nos habremos quejado de alguna situación ante la que nos hemos sentido totalmente sobrepasados excusándonos en que "nadie nos ha preparado para algo así"?

¿Cuántas veces no nos habremos sentido defraudados con algo o con alguien por no esperarnos lo que nos hemos acabado encontrando?

Es curioso que, siendo la especie animal más evolucionada, a veces nos mostremos tan reacios a entender nuestros propios cambios. Nos cuesta ver más allá de lo que nos convence de otra persona o de una situación concreta. Tendemos a quedarnos con lo que se ajusta a nuestras propias convicciones y, cuando esa persona o esa situación experimentan cambios con los que no contábamos, levantamos un muro de autoprotección que quiebra la confianza, rompiendo los lazos que nos unían a esa persona, a ese puesto de trabajo, a esos estudios o a esos lugares que han dejado de fascinarnos.

La psicología tiene una explicación para ese desencanto sobrevenido. Caemos en él por haber incurrido antes en lo que se denomina Efecto Halo.

El Efecto Halo

Imagen encontrada en Pixabay


Acabamos de conocer a alguien. Nos ha presentado un amigo común, que previamente nos ha puesto a la otra persona por las nubes. Físicamente nos atrae y se muestra amable. Tiene buena conversación y parece sentirse a gusto en nuestra compañía. Dada la buena sintonía experimentada en ese primer encuentro, se suceden otros, en los que nuestras expectativas con la otra persona van creciendo. Nos quedan muchas cosas por saber de ella, pero nos convencemos de que alguien que está resultándonos tan especial, no puede tener nada que nos desagrade. Y nos equivocamos terriblemente, pues nadie es perfecto y, el hecho de tener muy buenas cualidades, no nos priva de tener muchas zonas erróneas que, a medida que se van descubriendo, pueden llegar a provocar el desencanto en la otra persona, hasta el punto de poner en peligro la relación.

En esto consiste el efecto halo: en creer que porque alguien muestre atributos o conductas muy positivos, todo en ella va a ser de nuestro agrado o, al revés, que porque alguien muestre atributos o conductas muy negativos, nada en esa persona va a ser positivo.

Ante el desencanto, deberíamos ser honestos y preguntarnos si ha sido realmente la otra persona la que nos ha defraudado, o hemos sido nosotros mismos al creernos de ella lo que hemos querido creer y no lo que realmente era.

Todos tenemos zonas luminosas en las que brillamos por nuestra empatía, por nuestro sentido común o por nuestra habilidad para determinadas cosas, pero también tenemos zonas oscuras en las que cometemos errores, perjudicamos a otros (aunque sea sin pretenderlo) y distamos mucho de estar a la altura de lo que se espera de nosotros. Pero eso es completamente normal y nos ocurre absolutamente a todos. Entre otras cosas, porque, aunque seamos muy iguales los unos a los otros, también somos absolutamente diferentes.

No podemos gustar a todo el mundo, ni todo el mundo puede gustarnos a nosotros. Tampoco podemos controlarlo todo, ni estar al tanto de lo que le pasa a las personas de nuestro entorno de interés, entre otras cosas, porque no todo el mundo se muestra como realmente se siente y, eso, sumado a la falta de tiempo para encuentros que propicien la interpretación del lenguaje no verbal, dada la vida tan acelerada que llevamos, nos lleva a la paradoja de no conocer en absoluto a quienes tenemos más cerca.

Con el auge de las redes sociales, nuestra manera de relacionarnos con otras personas ha dado un giro radical. No sólo tenemos la sensación de que esas personas se ven más favorecidas en sus perfiles virtuales que en el que muestran en el plano real, sino que incluso llegamos a preferirlas en el entorno virtual. Damos más valor a un like en las redes que a un abrazo al encontrarnos a un amigo en plena calle.

Las técnicas de márketing recurren al efecto halo para diseñar sus campañas de publicidad con el objetivo de llegar a un público cada vez más numeroso. Da igual cuáles sean los productos o los servicios que se pretendan vender en cada ocasión, ni tampoco la calidad de los mismos. Si la persona elegida para presentar dichas campañas es una celebridad sus ventas estarán más que aseguradas. Porque, ante personas que brillan por alguna cualidad concreta, ya sea física o relacionada con su profesión o con su número de seguidores en las redes sociales, las ventas estarán más que aseguradas. Porque nos lo creemos todo, sin cuestionarnos si el producto que nos están vendiendo será algo más que mero humo.

Que un cantante nos guste por sus letras o por su música, no significa en absoluto que el perfume al que cede su nombre nos vaya a convencer.

De igual manera, que uno de los mejores cocineros del país intente convencernos en un anuncio de las maravillas de una pastilla de caldo concentrado no implica que ese producto sea el más saludable.

A veces nos dejamos llevar demasiado a la ligera y no le damos oportunidad de aflorar a ese sentido crítico que tenemos todos y que tan buenos resultados nos suele dar cuando nos acordamos de su existencia.

Cuando se trata de conocer nuevas personas, deberíamos olvidarnos de salir a su encuentro con la lista memorizada de los atributos que han de tener para ajustarse al perfil que estamos buscando. Entre otras cosas porque las personas no somos productos de ningún supermercado ni de ninguna gran superficie. Somos seres complejos y es precisamente nuestra complejidad la que nos hace interesantes. Podemos no estar de acuerdo en muchas cosas, pero eso no tendría que ser impedimento para entendernos en aquellas que nos unen.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749


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