
Todas estas cosas las sugiere la película mientras asistimos a un fragmento de vida de la protagonista --interpretada por Paulina García, premio a la mejor actriz en el último Festival de Berlín-- en el que la pauta es la parsimonia narrativa, incluso a veces una cierta lentitud. Quizá sea una estrategia consciente del director para dar la sensación de cotidianeidad, de día a día que se repite en ciclos, pero también se echan de menos algunos momentos intermedios que sacudan al espectador para bien o para mal. En cuanto al contenido, el pegamento que mantiene unidas las escenas es la decepción: por un lado, los hijos de Gloria (emancipados hace tiempo) muestran claros síntomas de desapego; por otro la rutina de los encuentros en bares y discotecas en busca de una pareja que ahuyente el espejismo de la soledad (fugaz y poco gratificante por definición, pero que exige un blindaje sentimental y una gran inversión de tiempo y energía). Todo está ahí, la diferencia es que estamos acostumbrados a que sean treintañeros/as de buen ver y a que todos encuentren su media naranja. Aquí se trata de abuelas y abuelos que reproducen la misma pauta que cualquier otro exiliado del paraíso de la monogamia. La edad no importa (aunque sí el aspecto), pero los rituales y las sensaciones son los mismos. Con otro final, el tono de este texto habría sido muy diferente, pero en Gloria el arte se impone a la realidad, y por eso Lelio echa mano de la metáfora del anciano pavo real con sus plumas blancas (gracias por tu explicación Edu: sin ella no lo habría valorado de la misma manera) y de la canción de Umberto Tozzi que da título a la película (durante el verano en que se puso de moda yo tenía 14 años y me parecía una pastelada integral; hoy, escuchando atentamente la letra, me ha conmovido su poesía. El tiempo transcurrido ha hecho su trabajo sin duda).
Insisto una vez más: es precisamente el derroche energético que invertimos no solamente para procurarnos placer físico, sino en la búsqueda de una conexión mágica interpersonal, lo que provoca que cada vez más gente --en Japón se les conoce como herbívoros, hombres sobre todo, pero también mujeres-- deje de ver el sexo como una fuente de ventajas adaptativas (bienestar físico y mental, sociabilidad, calidad de vida, proyecto vital a largo plazo). Me parece que Houellebecq tenía toda la razón en Las partículas elementales (2006) cuando advertía acerca de las nefastas consecuencias del cortocircuito entre la atrofia del narcisismo hedonista y un deseo de consumo permanente y artificialmente alimentado. A medio camino entre el mundo feliz de Huxley (reproducción asexual en laboratorio, sexualidad socializada a todos los niveles) y la distopía posibilista de Hijos de los hombres (2006) (bloqueo reproductivo sobrevenido y desinterés sexual por causas psicobiológicas), está el paisaje que presenta Gloria con un estilo distante y errático: en ocasiones sale más a cuenta blindar voluntariamente los sentimientos y limitarse al sexo no necesariamente gratificante.
