Revista Opinión

El eje cutre del mal

Publicado el 19 julio 2015 por Vigilis @vigilis
A ver si lo entiendo: "moderarse" en España significa desplazarse hacia la izquierda, pero "moderarse" es algo que nos recuerda a la conservación de lo que hay, a la tendencia a adoptar posiciones conservadoras, que según el inefable eje ideológico, querría decir desplazarse hacia la derecha. Parte de la confusión que tenemos en política viene por el uso de una vara de medir que carece de referentes fundamentales. Si apoyar a la URSS fuera de izquierdas y apoyar a los EEUU fuera de derechas, hablaríamos de desplazamientos ideológicos con puntos de referencia comunes, visibles, señalables. Hoy carecemos de referentes y cuesta meter las ovejas en el cercado.
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Anda la cochambre entusiasmada por su derrota en Grecia. El gobierno heleno gana un referendum de adhesión al líder y de insulto a la UE para al día siguiente acordar una nueva petición de dinero (es la tercera vez que los europeos salvamos a Grecia de la bancarrota). Y mientras en toda Europa —especialmente duros los socialdemócratas— se critica a los populismos neofascistas y neocomunistas, en España algunos periodistas y políticos hacen malabarismos para tratar de hacer pasar como opción política respetable lo que es visto en el resto del continente como posiciones extremistas incompatibles con un régimen de libertades occidental. Es el problema de mirarnos mucho el ombligo: se pierde la perspectiva.
A mí no me sorprende este fenómeno de bizquería política. Al fin y al cabo España es ese país en el que se ven como algo propio del establishment político a grupos que abogan por la desintegración del país. No se trata de fundamentalistas que están en el límite de la representación política y que por ende son tratados como los locos del barrio, no, se trata de grupos políticos que se ven como respetables e incluso cuentan con representación política en distintos niveles de la administración. Tenemos a gente que dice por un megáfono que quiere destruir el sistema y lo dice desde dentro del sistema.
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Sé que no viene mucho a cuento y que cada país tiene sus cuitas pero no me imagino yo al partido regionalista de Auvernia abogando desde sus escaños por la independencia de Auvernia, por el robo de derechos políticos a todos los franceses y por la desaparición de la república. Es más, es que dudo que pudiera llegar a existir ese partido.
En su lugar los gabachos tienen a los populistas de Le Pen que han medrado de forma ventajista sobre la noqueada socialdemocracia que en un continente sin fronteras ni aranceles no sabe muy bien cómo defender pagas públicas a unos obreros nacionales que ya no existen.
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Aquí en España nos va la marcha (recordad que somos el único país que experimentó con todos los sistemas políticos del siglo XX ¡al mismo tiempo!) y tenemos los dos tipos de populismos: por un lado a los jamados que quieren destruir el sistema constitucional y establecer una especie de Rumanía de Ceacescu con tintes caribeños y por otro lado a los tarados que sorprendentemente están protegidos por la ley —cuando no hacen ellos mismos las leyes— y que pretenden destruir el sistema para sustituirlo por una especie de competición de boinas enroscadas en las que los ciudadanos dejarán de ser ciudadanos y se convertirán en paisanos, borrando de un plumazo doscientos años de derechos civiles, valores republicanos y soberanía nacional.
Ya sabéis que para mí tanto unos como otros están fuertemente relacionados. Se trata de la vuelta del Antiguo Régimen, se trata de volver a establecer barreras entre los ciudadanos, se trata de levantar muros que dificulten la expresión y prosperidad de una robusta sociedad civil. Se trata del servilismo, se trata de la reacción.
No comparto la idea de que la historia se repite —como mucho se imita a propósito—. Pero no me resisto a pensar que cada vez que la política española descubre algo salvable aparecen las resistencias al cambio, los reaccionarios, dispuestos a arrasarlo con la inestimable ayuda de una población ignorante y amedrentada. La misma gente que consume entretenimiento televisivo disfrazado de debate político es bombardeada por lacrimógenos shows noticiosos en los que las palabras tienen significados perversos. Y no digo que esto responda a una conspiración: probablemente quienes encargan y construyen esos programas también son palurdos con un miedo atroz. Es decir, no lo hacen a propósito. Los bacilos vacilones que se desplazan por la placa de Petri no lo hacen a propósito: simplemente no conocen otra forma de estar en el mundo.
Una actitud que respeto tolero ante este panorama es la de quienes teniendo ocasión, capacidad y motivo no dedican una fracción de su energia para iluminar la oscuridad. Tal vez tengan razón cuando piensan que la cosa no es tan grave. Tal vez mi análisis sea exagerado: desde luego que los malos de hoy tienen como única aspiración elevar el patrimonio de su casa a costa del caudal público y ese es un objetivo de vida tan simple como el de una ameba. Además está la cosa de que nuestros enemigos no son especialmente listos —aunque la tele nos diga todo el día que son listísimos porque hablan bajito—: todo movimiento político que hace apología de la diferencia lleva en su seno la chispa de la disensión y como dijo un chino una vez: en ocasiones sólo hace falta sentarte a la orilla del río y ver pasar flotando el cadaver de tu enemigo.
Pero ¿y si estoy equivocado? Si algo sabe todo antropoide que haya estado a menos de diez kilómetros de un libro de historia es que no existen las reglas históricas: el comportamiento humano no es predecible. No se puede dar por hecho que la gente actuará siempre de forma racional. Cuando los intereses están divididos, la forma racional de unos se convierte en la irracional de otros (y para acabar de complicarlo, estas coordenadas cambian con el tiempo).
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¿De dónde habrá salido esa idea tan loca que dice que cuando una nación alcanza cierto grado de prosperidad ya no tiene vuelta atrás? ¿O esa otra idea que proclama que una vez logrados ciertos derechos civiles estos ya no pueden ser revocados? En 1920 Argentina era la quinta economía del mundo. En 1938 Checoslovaquia era más rica que Austria. Hoy no puedes ni soñar con publicar las portadas de los comics precode y después del "nunca más" en los Balcanes tenemos otra guerra en Europa.

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Moragas.


El eje cutre del mal

Sí, es un machete.

No se trata de pesimismo, se trata de no bajar la guardia. En un show televisivo sentaban a unos monstruitos de Jipis Vaciamadrid, de estos que están de moda, y hablaban de hadas y de lugares mágicos y delante de ellos para darles la réplica había unos fulanos que se supone que estaban en contra pidiéndoles perdón por existir. ¿Qué circo es ese?

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La esperanza blanca del PP se vuelve una borrosa manchita marrón en unos calzoncillos.

En fin, han pasado dos meses desde que los populistas tomaron algunos ayuntamientos gracias al PSOE y desde que los nazis tomaron el gobierno navarro. En este tiempo hemos visto cómo se echaban para atrás en su programa electoral, soflamas antisemitas, enchufes de parientes y un órgano de delación a la prensa en Madrid. De forma interesante quienes más daño les hacen no son los neoyernistas de encefalograma plano del PP —Partido de los Pensionistas— sino la extrema izquierda agonizante que sale ahora con una nueva "candidatura de unidad popular" para robarles la merienda. Todo muy cutre y salchichero, sí, pero que nadie piense que nuestros sistema de libertades se va a defender por inercia simplemente porque los malos son estúpidos.

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