Revista Cultura y Ocio
El pasado 24 de octubre tuvo lugar en el Teatro Principal de Zaragoza la representación en España de la ópera "El emperador de la Atlántida", un proyecto que finalmente ha cuajado gracias al sistema de crowdfounding o financiación popular. Aunque parezca increíble es la primera vez que se monta una representación en España de esta singular ópera, concebida por un músico judio, Viktor Ullmann, en un campo de exterminio nazi. Digo que parece increíble que no se haya hecho antes y ya me arrepiento de haberlo escrito, porque en la España de la democracia demediada en la que siguen dominando los valores ideológicos y culturales del franquismo puro y duro (el régimen instaurado en España gracias al dinero y las armas nazis), lo exótico al parecer sigue siendo remememorar los crímenes de masas contra la Humanidad de aquellas bestias y las obras que los denuncian. Así que colaborar desde la modestia económica con la puesta en escena de "El emperador de la Atlántida" ha sido un acto de resistencía cívico-cultural contra el fascismo, aggiornato y pasado por Armani sí pero fascismo al cabo, que (des)gobierna España. Asistir a la representación desde el patio de butacas atendiendo la gentileza de los organizadores fue un premio para este su seguro servidor de ustedes, que procuré redondear con una buena cena en Parrilla Albarracín y un gin tonic como Dios manda en Mombasa, sitios zaragozanos ambos que les recomiendo. El AVE que te trae y lleva de Barcelona a Zaragoza en una hora y veinte minutos justos, facilita estos pequeños excesos a aquellos que de momento no hemos sucumbido a la avaricia y rapacidad de la gran patronal-consejo de famiglias y de la Agencia Tributaria torticera que manipula el elfo Montoro. "El emperador de la Atlántida" aborda en solo cuatro escenas (hora y cuarto escasa de duración, apenas), problemas de mucha enjundia que en realidad puede resumirse en uno solo: la necesidad de redignificar la muerte, en tiempos en que la facilidad de su administración a las masas la banaliza en extremo. Es esta una idea muy judía, y por ende muy mediterránea: la muerte merece un respeto, y el nazismo (y sus formas excrecentes, pasadas o actuales) no se lo tienen. La "banalidad del mal" que descubrió Hannah Arendt en Adolf Eichmann y de la que un servidor, y perdonen la inmodestia, algo escribió también en su "Un castillo en la niebla" a propósito del modo absurdamente frívolo y carente de emociones con el que los nazis mataban, es probablemente lo que más debería horripilarnos de esa gente. En esencia, "El emperador de la Atlántida" presenta a la Muerte declarándose en huelga: nadie morirá en adelante en la guerra en marcha ni tampoco de muerte natural. El desastre colectivo es pues, de campeonato. ¿Cómo puede haber una guerra sin muertos? ¿qué será de nuestros ejércitos de machos conquistadores? Resonancias de los clásicos griegos como pueden ver, pasados por la humorada tétrica de un deportado hebreo culto y socarrón. En "La Lista de Schindler", una película-espectáculo bastante huera pero con algunos aciertos, el personaje de Schindler ilustra al jefe del campo de exterminio nazi sobre las virtudes del perdón ocasional a sus víctimas como elemento capaz de sacarle del aburrimiento (y devolverle la alegría de matar): el tipo mata cada vez que le viene en gana, sin motivo ni argumento alguno para hacerlo, así que el hastío le tiene atrapado, dominándole hasta hacerle caer en la indolencia. Y es que los nazis se aburrían como ostras debido a una grandísima paradoja: cuando puedes hacer cualquier cosa, nada te apetece ya. Muchos años antes que el Rey Midas de Hoolywood, el judío Viktor Ullmann concibió un juguete lírico en el que reprocha al nazismo su inagotable y fordiana capacidad de matar, más que la ideología nazi de la muerte, que es más bien escasa y patética. La verdad es que el nazismo debe más intelectualmente (por decirlo de algún modo) a quienes concibieron las cadenas de producción de la industria automovilística norteamericana del período de entreguerras que a Wagner y a Nietzsche, presuntos referentes ideológicos de sus aberraciones mentales. Lo curioso del caso es que Viktor Ullmann estuvo internado en un campo "de lujo" nazi, Terezin, donde al parecer se reunió un selecto ramillete de intelectuales y artistas judíos centroeuropeos que de algún modo, pudieron seguir trabajando en lo suyo y alumbrando obras. Esa producción, vista con la perspectiva de hoy, resulta espeluznante en contenido y contexto; la ópera comentada e suna buena muestra. El experimento acabó en el otoño de 1944 con todos sus beneficiarios, Ullmann y su libretista entre ellos, gaseados en Auschwitz. La pieza que compuso Ullmann en Terezin rezuma como decía humor sarcástico judío, y remite a referentes culturales muy amplios, desde la tradición cultural judía y su visión de la vida y la muerte al cine expresionista alemán más avanzado, pasando por el checo Kafka y otros escritores centroeuropeos judíos o no. Es una lástima que Adolf Hitler no la viera representada nunca. Igual le hubiera caído una lagrimita, antes de descerrajarle un balazo en la cabeza al autor.