Nunca supo si la noche era su fiel consejera, pues le bastaba estar seguro de que no había amado a nadie tanto como a ella. Significaba todo para él, su momento de calma, la brisa que mecía su alma en cada ocaso, la oscuridad que le tapaba y le protegía de la dura realidad, el instante que hacía que todo lo demás tuviera sentido. Se sentía él mismo con ella, como si no tuviera que disimular, como si pudiese dejarse en el armario todos sus disfraces y, simplemente, sonreír.
Como toda relación de cuento que se precie, esta no fue fácil, algunos dirían que ni siquiera fue difícil, sino que acuñarían el término «caos» para definirla. Su vida juntos fue una historia de constelaciones, de viajes interestelares y de silencios incómodos. Al principio era ella la que decidía no responder a sus llamadas, quien no se emocionaba de sus poemas y le iluminaba el rostro para mostrar su desplante, hasta que llegó un día en el que él perdió toda esperanza.
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