
Un privilegio, previo pago de 25 euros, es degustar la interpretación que Josep María Flotats (que además dirige la obra) hace de un René Descartes ya maduro y de vuelta de casi todo, rebosante de cinismo pero también de sentido común y de lógica aplastante.
Frente a él, un joven brillante, Blaise Pascal (interpretado por Albert Triola), atormentado en su búsqueda de Dios, exaltado y dispuesto a la renuncia más absoluta del pensamiento y de la razón para no alejarse de la gracia divina.
Ambos actores, solos en un escenario austero, debaten brillantemente con los inteligentes diálogos creados por Jean-Claude Brisville, autor de la obra.Flotats brilla como nunca, impresiona contemplar el dominio absoluto que tiene de las tablas, de la dicción, de la gestualidad, es un placer observar cómo administra los tempos de una obra que dura poco más de setenta minutos.
Descartes y Pascal debaten a veces acaloradamente. El primero es la razón, el segundo la superstición jansenista de alguien que apunta ya su vocación sacerdotal; Descartes defiende el valor del pensamiento, la ecuanimidad, el sentido común, la tolerancia y la relativización de las cosas incluso con sentido del humor. Pascal, enfermo, es dogmático, busca imponer sus valores, es maximalista y rígido en su interpretación del mensaje cristiano.

Pascal renuncia a la ciencia porque, afirma, le aleja de Dios. Cuanto más conoce más confundido está. Propone estar alerta y despierto siempre para no perder la gracia divina.
Descartes le replica con sorna que, sin embargo, él está poco vigilante porque duerme diez horas diarias y a veces se levanta de la cama con sueño. A Pascal le indigna esa actitud y el viejo filósofo le responde que la holganza no es improductiva y le da una respuesta que es toda una declaración de principios: “El ocio es un taller subterráneo en el que nuestro pensamiento trabaja sin que nosotros nos demos cuenta”.
Después desvela que su reconocido Método se le ocurrió en tres sueños consecutivos que tuvo una noche, y que lo desarrolló “sentado a la estufa”.
En un momento determinado, después de defender que su comportamiento procura ser siempre coherente con lo que piensa, reconoce, no obstante, que no se atrevió a publicar un estudio de astronomía que le había ocupado tres años de su vida. “Llegué a las mismas conclusiones heliocentristas que Galileo y visto lo que le pasó a él…”.
Entonces Pascal le reprocha que se haya dejado condicionar por lo que puedan opinar los demás sobre su trabajo. Pero Descartes, en una frase genialmente interpretada por Flotats, se excusa: “la Iglesia es poderosa y suspicaz y yo no soy valiente todos los días”.
El encuentro de Descartes con Pascal joven. Una obra que hace pensar sin que nos demos cuenta. Puro ocio, que diría Descartes.