Revista Arte
La presencia del movimiento en las imágenes que los pintores han creado a lo largo de la Historia ha sido una fuente de inspiración para escenas muy dramáticas, y que la literatura mitológica, además, ha justificado con sus leyendas. Un extraordinario representante de estas creaciones fue el pintor Pedro Pablo Rubens (1577-1640). En el año 2002 se vendió en la casa de subastas Sotheby's de Londres la obra La matanza de los inocentes, óleo pintado por Rubens hacia 1610. Se había llevado la obra casi tres siglos oculta en una colección austríaca, atribuída incluso en el siglo XVIII a un alumno del pintor, y finalmente fue donada en 1923 a un monasterio del norte de Austria. Fue un año antes de la subasta cuando un experto confirmó su verdadero autor. La obra consiguió subastarse por una de las cantidades más exorbitadas (cerca de 77 millones de euros) que un óleo del barroco haya tenido jamás.
Ya se caracterizó Rubens por ser un maestro de escenas dramáticas de alto contenido erótico y brutal. La mitología le ayudó a plasmar estas historias llenas de fuerza, pasión y dominio. Los Raptos de Rubens han pasado a la Historia del Arte como los mejores representados por un pintor. Pero, sin embargo, aquí he querido especialmente glosar un lienzo que por su energía sobrecogedora y por su impactante muestra de rostros alarmados, sorprendidos, aterrados y sufridos tiene un atrayente dinamismo -cinematográfico incluso- y supone una extraordinaria y magnífica composición magistral: El Rapto de Hipodamía. Este cuadro, pintado sobre 1637 por Rubens, nos muestra la escena mitológica principal del rapto de Hipodamía durante la celebración de su boda con Piritoo, rey de los Lápitas. Los Centauros, emparentados con los Lápitas, fueron invitados a la boda del rey Piritoo. Pero aquéllos, que representan con su dualidad hombre-bestia las cualidades malvadas y brutales de la naturaleza humana, decidieron raptar a la bella Hipomanía.
Gracias a la intervención del gran héroe Teseo, amigo de Piritoo, que se abalanza decidido y temerario hacia la raptada, consigue evitar la tragedia venciendo además a los Centauros desalmados. Simboliza la lucha entre los instintos más bajos y bestiales del ser humano y su noble y virtuosa naturaleza civilizada y racional. Pero, sobre todo, lo que el pintor consigue es reflejar los segundos dramáticos del conflicto espontáneo. Ese momento en el que la decisión de algunos hace que nos impresione la escena contrapuesta y sobrevenida. El autor debe elegir entonces cúal es ese momento, el único en toda la secuencia. El antes y el después de ese momento no es capaz ni siquiera de llegar a alcanzar un mínimo de grandiosidad. Sólo ese. Y es el creador el que lo detiene, inmortal, lúcido y bello, para siempre.
(Obra de Pedro Pablo Rubens, El Rapto de Hipodamía, Museo del Prado, Madrid; Óleo de Rubens La matanza de los inocentes, particular; Cuadro de Rubens, El rapto de Proserpina, Prado, 1637; Obras de Rubens: La caza del tigre, Museo de Rennes, Francia, y La caza del León, 1621, Munich; El rapto de la Sabinas, de Nicolás Poussin, y El Rapto de las Sabinas, de David, amos en el Museo del Louvre, París; Cuadro de Rubens, Rubens con su mujer Helena Fourment y su hijo Pedro Pablo, Museo Metropolitan de Nueva York.)
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