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Eran las 17 cuando el clima comenzó a espesarse. Algo se estaba gestando. La entrevista programada, después de una larga espera, fue cancelada por la abuela. Todos los presentes comenzaron a agitarse, la energía corporal de cada uno fue cambiando.
Una voz femenina se escurría entre las rendijas que dejaba la puerta doble hasta la pared de aquella casa vieja. Desde afuera, sólo una imagen: los vidrios repartidos con cristales opacos y la madera barnizada que guardaban detrás un secreto. Un eslabón había sido encontrado. La voz se convirtió en sollozo y al instante en llanto. Los gritos se incrementaron. La angustia le permitió apenas un "gracias Estela". Nuestras miradas eran cada vez más intensas y aunque los secuaces nos echaban, los ajenos queríamos ser parte. Llegamos hasta la línea que divide a un curioso y un desubicado. No nos importaba.
La puerta se abrió de una vez y para siempre. Una muchacha de unos 30 años salió hecha un tsunami de aquella oficina. “Encontraron a mi hermana”, liberó al fin en aquella voz femenina cargada con al menos 15 años de búsqueda.
La presidenta de la organización espectaba serena, triunfante; lo había hecho de nuevo. Juliana dio con el eslabón perdido que le faltaba a su árbol genealógico. Todos nos estremecimos. Yo me paralicé, estaba en las coordenadas precisas en el momento indicado.
No importa cómo sea tu reacción. Aunque prefieras no enterarte, una búsqueda terminó. Ya no sos un desaparecido. El tesoro fue hallado. La Argentina te encontró y yo fui testigo.
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