Un estudio ha demostrado por primera vez que la estrella de mar usa ojos primitivos en la punta de sus brazos para navegar visualmente en su ambiente.
Un grupo de investigadores encabezado por el Dr. Anders Garm de la Sección de Biología Marina de la Universidad de Copenhague en Dinamarca, mostró que los ojos de la estrella de mar son de formación de imágenes y podrían ser un estado esencial en la evolución del ojo.
Los investigadores sacaron una estrella de mar con ojos y otra sin ojos, de su rico hábitat, en los arrecifes de coral, y las pusieron en un base arenosa un metro más lejos, donde no tendrían comida. Vigilaron el comportamiento de las estrellas de mar y encontraron que mientras la estrella con ojos se dirigía directo hacia el arrecife, la estrella sin ojos caminaba al azar.
“Los resultados demuestran que el sistema nervioso de la estrella de mar debe ser capaz de procesar la información visual, que indica una clara subestimación de la capacidad encontrada en el sistema nervioso central, circular y algo disperso, de los equinodermos”, dijo el Dr. Garm.
Analizando la morfología de los fotorreceptores en los ojos de la estrella de mar los investigadores confirmaron también que éstos constituyen un estado intermedio entre dos grandes grupos de fotorreceptores rabdoméricos y ciliares, en los que ellos tienen tanto microvellosidades como un cilio modificado.
Añade el Dr. Garm: ”Desde un punto de vista de la evolución, es interesante debido a que la morfología de los ojos de la estrella de mar así como su calidad óptica es muy cercana al primer ojo teórico en la evolución ocular cuando la formación de imágenes apareció por primera vez. En este sentido puede ser clarificador conocer cómo fueron las primeras tareas visuales que dieron lugar a este gran paso en la evolución del ojo, así como la navegación hacia el habitat preferido, utilizando grandes objetos inmóviles (en este caso el arrecife) ".
A y Joseph Cotten, geniales ambos y perfectamente escogidos en función de un físico/actitud ambivalente, por otro un veterano, el gran Louis Calhern, y una promesa, la importación francesa Leslie Caron, para quien la película está en cierto modo diseñada como vehículo de lanzamiento tras su estreno
en Un americano en París (1951) donde fue descubierta por Gene Kelly. De ahí su papel en principio protagonista ahora y el hecho de rodearla de una cartel lujoso que apuntale el conjunto.Un poco más arriba aludía a que la película es un juego cultista, un trampantojo literario que se justifica en su genial vuelta de tuerca final, casi como el prestigio de un truco de magia donde el raro héroe encarnado por Cotten revela su auténtica identidad, ya apuntada para aquellos familiarizados con las reglas, o simplemente para los atentos, al responder este poeta bohemio, bebedor incansable, pufista convencido y detective improvisado al evocador nombre de Dupin. Pero además la cinta amplía, involuntariamente, esta característica encantadora a su misma producción; es decir resulta ser una pieza llena de aspectos extravagantes tanto dentro como fuera de la pantalla.(…) continuar(…) Otra personalidad singular —y que explica por si misma muchas de las características del film, la primera de ellas su naturaleza pulp, pasada claro está por el lujoso filtro Metro, lo cual la romantifica una poco demasiado— es la del argumentista John Dickson Carr, el guión lo firma el clásico Frank Fenton, escritor de novelas baratas que había trabajado (y trabajaría) con constancia para la radio, CBS principalmente al igual que Markle, proporcionando multitud de originales y adaptaciones. Su especialidad fue la ñade que las mas conocidas especies de estrellas de mar poseen un ojo compuesto en la punta de cada brazo, que se parece al ojo compuesto de los artrópdos. A pesar de conocerse desde hace dos siglos, no se había documentado un comportamiento visualmente guiado con anterioridad.
«novela problema» o el «misterio de habitación cerrada» un puzzle deductivo que reta el ingenio del lector en pos de resolver un crimen imposible, y tal cosa es The Man with a Cloak, que en el autor se presentaba por el común con cierto regusto esotérico, matizado por conclusiones apegadas a la lógica, y algo hay de esotérico en ese autocrimen que solo un cuervo, siniestra mascota más bien literaria, puede resolver. (…)* continuar