Revista Cultura y Ocio
Yo vivo de la palabra.
Todos vivimos con y para la palabra.
Yo, además, vivo de ella.
Dirijo una empresa, una agencia de traducción. Un lugar de puentes livianos, cimentados de verbos y sujetos y asfaltados de adverbios y adjetivos. Todos los días se reciben encargos y se trazan rumbos nuevos, que buscan hermanar culturas y saberes con la diplomacia de la palabra traducida. Es una red que se acrecienta con los años, labores anónimas las más de las veces, que nos ha permitido ser testigos de excepción de la fascinante acrecida de un pais de suyo castigado por la historia y sus pésimos gobernantes.
Trabajo en la calle Mayor, frente a la Plaza Mayor, zona señera del Madrid más antiguo, en donde un pasado de siglos asienta un urbanismo de recodos, adoquines y piedras gastadas. Llevamos traduciendo sin descanso, en este mismo lugar, desde 1950. Las remodelaciones en los despachos no han callado del todo el rumor de esas primeras máquinas de escribir; los muchos diccionarios – hoy en franco desuso – permanecen en sus estantes como testigos mudos de una época en la que la traducción tenía más de oficio que de negocio.
Hablo de un pasado más digno y respetuoso con una labor difícil, que necesita de un aprendizaje de muchos años y que, de hecho, no acaba jamás. En Tradux, mi empresa, hemos adoptado un código ético que nos niega la opción de competir en un entorno hostil, de mercaderes y esclavistas.
Es algo de lo que estamos orgullosos, aunque nos cueste lidiar en lodazales y trincheras para las que nos faltan recursos y vocación.
Porque yo vivo de la palabra pensada y cuidada. De la palabra cultivada con el interés que se pone sobre lo que realmente importa. No siempre es el dinero. Además de las tareas propias de la gestión, en ocasiones ayudo en la revisión de textos.
En esta red intrincada y diaria de contratos, manuales o documentos oficiales casi siempre hay un mismo idioma al inicio o al final del sendero: el español. Nuestra lengua materna, la lengua a/desde la que traducimos.
Lo dije hace ya tres años y lo repito ahora: no hay un lenguaje fundamental; lo fundamental es el lenguaje. Hablar de un idioma mejor que otro es tan absurdo como defender la idea de un Dios más creíble o una música superior. Lo cultural, por diverso y subjetivo, rehúye todo intento de prelación, de preferencia. Sin embargo, la historia del español, su gestación, sus primeros pasos en un entorno cambiante y profuso en influencias lingüísticas diversas, su expansión hace 500 años por todo un continente… Son todos factores que convierten este idioma en un fenómeno cultural significativamente complejo. Tanto es así que, en ocasiones, más parece que habláramos de geolectos con diferencias tan significativas que ponen en solfa la existencia de una sola lengua.
Los datos hablan por sí solos: el español es el segundo idioma del mundo como lengua materna, tras el Chino, con cientos de millones de hablantes, y es el único idioma que se habla en los seis continentes: América, Europa (sólo en España; el idioma oficial de Andorra es el catalán), África(es idioma oficial en Guinea Ecuatorial y en el Sahara Occidental, así como en las ciudades españolas de Ceuta y Melilla y las islas Canarias), Asia (En donde su presencia es testimonial: en Filipinas se le reconoce el estatus de lengua oficial para los documentos coloniales no traducidos, y existe una Academia Filipina de la Lengua Española; y en Israel hay una comunidad Sefardí cuya lengua es el ladino, una mezcla de castellano medieval, hebreo, algo de griego y turco) Oceanía (el español es el idioma oficial en la Isla chilena de Pascua; y querría citar el caso de la isla de Guam y su idioma, el chamorro; una mezcla de polinesio y español. Un idioma en las antípodas de España y que tiene en su alfabeto la letra ñ, con palabras como “saludu”, “amigo”, “Buena”, “yo”, “adiós” “probecho”, “nabidat”, “aire”, “noche”….) y la Antártida (en donde sólo hay dos asentamientos civiles, con escuelas, uno argentino y otro chileno. En ambos se enseña como lengua nativa el español).
La variación diatópica del español es un asunto que nos debería ocupar a todos, porque en nuestro idioma tenemos un tesoro que estamos obligados a preservar. La lengua es algo vivo, cambiante. Pero debe cuidarse de la influencia empobrecedora de los extranjerismos, así como de la falta de rigor en su uso y enseñanza. Si optamos por el camino más cómodo, corremos el riesgo de sucumbir a una corriente falsamente igualitaria en la que se prefiere obviar la excelencia. No digo que debamos hablar cotidianamente cuidando escrupulosamente las formas; ello atentaría a la función primera de todo lenguaje: comunicar algo de forma espontánea en un entorno sociocultural determinado. Pero si escribo un artículo periodístico, me expreso en televisión o radio o traduzco un texto, es necesario (exigible, diría) un conocimiento de las normas gramaticales y lexicales más básicas que determinan lo que es correcto y lo que no. Existe, de hecho, un Diccionario Panhispánico de Dudas, redactado por las Academias de España, Colombia, Ecuador, México, El Salvador, Venezuela, Chile, Perú, Guatemala, Costa Rica, Filipinas, Panamá, Cuba, Paraguay, Bolivia, República Dominicana, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Honduras, Puerto Rico y Norteamérica. Su publicación representó un gran logro en la dirección correcta, aunque puede que resulte insuficiente.
Con el español nos enfrentamos a un serio inconveniente (o una gran suerte, depende de cómo se mire). Una particularidad gramatical puede ser correcta y aceptada en un determinado ámbito geográfico, pero no en otros. Hablo de opciones que, sin dejar de ser legítimas y reconocidas por las Academias de la Lengua del país en cuestión, sin embargo resultan ajenas y extrañas al resto de los hispanohablantes. Hablamos una lengua rica y diversa.
El español en sus orígenes nació en un entorno cambiante, sometido a fuertes variaciones por razones geográficas o culturales. De hecho, en España acabaron surgiendo cuatro idiomas oficiales, reconocidos como tales por la Constitución Española: el español, catalán, gallego y vasco. Por si esto no bastase, la España en la que nace el español es un territorio geográficamente complejo, que facilita con el paso del tiempo la consolidación de dialectos muy diferentes unos de otros (España es el segundo país más montañoso de Europa, justo detrás de Suiza). Pero, además, es un territorio en el que la reconquista provoca constantes movimientos migratorios y una interrelación inevitable entre una España cristiana y otra árabe, en la que se habla un idioma, el mozárabe, que si bien procede del latín se escribe con el alfabeto y muchos vocablos árabes.
Durante 500 años perduró el mozárabe en zonas del sur peninsular, lugares de donde provinieron buena parte de los expedicionarios que se hicieron a la mar en pos de la aventura de las Indias. Ello explica que el español que se habla en América presente rasgos similares al español del sur de la península.
Si a ello sumamos los 500 años transcurridos tras la llegada de los españoles a los territorios de ultramar, la enorme extensión que acabó adoptando el español como idioma materno y las influencias de las lenguas precolombinas en las distintas áreas, no resulta extraño que sea difícil llegar a un acuerdo sobre lo que podríamos llamar un “español neutro” o “español internacional”. Es decir, un español válido y asumible en cualquier país de habla hispana.
Es un tema muy delicado, porque puede parecer que se intenta imponer un español más culto u ortodoxo, y en absoluto es así. De hecho, no creo que exista un español ortodoxo; hace cien años el español que se habla en Castilla podía arrogarse tal derecho. Pero hoy en día, afortunadamente, no es así. Insisto en ello: no hay un español mejor que otro. Lo que sí hay es un buen o mal uso del español, y la necesidad de acordar claves que nos ayuden a definir un español lo más neutro posible, por mor del entendimiento mutuo entre todos los hispanohablantes.
En el caso de las traducciones, el asunto es de una enorme importancia. Imagine: una empresa alemana o china quiere traducir su página web a un idioma en alza como es el español. Pero, claro está, sólo precisa de una traducción. No de 20.
¿Qué español se escoge? ¿El que se habla en México? ¿El argentino? ¿El cubano? ¿El colombiano? ¿El de Burgos? ¿El de Madrid?
Son tales y tan significativas las diferencias que la pregunta es pertinente. En un próximo artículo intentaré esbozar una respuesta.
Por el momento, dejo una reflexión en el aire: el español se asienta, a pasos agigantados, en Norteamérica. Ya es el segundo país por número de hablantes, tras México. Sin embargo, el español que se habla en EEUU presenta tal cantidad de “injertos” del habla inglesa que resulta extraño; han bastado dos generaciones para que de la calle surja un dialecto con nombre propio: el espanglish. Esto, ¿es evitable? No lo creo. ¿Es inconveniente? Tampoco. Los humanos, seres sociales, nos adaptamos rápidamente al entorno cultural y escogemos palabras que nos ayudan a transmitir y comprender un mensaje. Es normal que los hispanohablantes adopten palabras del inglés, especialmente en el lenguaje técnico. Sin embargo, considero imprescindible insistir en que el español que se enseña en las escuelas, que se escribe en la prensa o con el que se expresa un locutor debe ser formalmente correcto. Comprensible, sí, pero acorde a las normas gramaticales y lexicales que rigen este idioma. Yo puedo hablar un español informal con mis amigos, pero el español que aprendo y leo debe ser, en lo posible, correcto. En este sentido, más peligroso que el espanglish me parece la avalancha de anglicismos que observo en muchos países.
Pondré un ejemplo de hoy mismo: una traducción en la que el sujeto “tomaba” clases de… Pues bien; según la RAE el verbo “tomar” tiene ¡es increíble! 39 significados. El primero de ellos es “coger”. Sin embargo, ninguno de los 39 hace referencia al acto de “cursar” determinados estudios ¿Por qué entonces lo de “tomar”? Porque, y es una suposición, en inglés se dice “take”, que significa “tomar” en español. Si estoy en lo cierto, el uso del verbo “tomar” como sinónimo de "cursar", algo muy extendido, es incorrecto.
¿Peco de exquisito? Fijar un idioma es preservarlo de su disolución. Las normas existen porque todo idioma precisa de una estructura compartida y asumida por sus hablantes. Si no es así, si se generan enclaves en los que se abandona el habla culta a favor de un habla popular progresivamente distinta, ocurrirá como sucedió con el latín. El español, italiano o portugués son hijos de un mismo padre, pero con el abandono de la enseñanza y uso del latín clásico se emanciparon en un proceso irreversible.
Lo mismo puede suceder con el español. Y no sería bueno. Demostraría una desidia insoportable por nuestra parte y nos haría perder influencia como sociedad hermanada por un mismo idioma.
Hablamos español. Hagamos gala de ello y cuidemos de lo que es nuestro.
Podemos sentirnos orgullosos
Antonio Carrillo