Y no, me niego a eso. Es cierto que vivimos tiempos de transformaciones profundas y dolorosas, en muchos casos, de serias dificultades que hacen el camino mucho más tortuoso, en un mundo cada vez más deshumanizado. Pero no es menos cierto que tenemos por delante una vida para corregir el rumbo de todo esto. El optimismo no da de comer, pero hace mucho más fácil el camino para conseguirlo; no resuelve por sí solo los problemas, pero es un buen punto de partida; no es la poción mágica contra la crisis económica, pero su superación debe tenerlo como ingrediente principal.
Los medios de comunicación y los periodistas nos empeñamos, en muchas ocasiones, en trasladar una visión catastrofista de la realidad, poniendo el acento un día tras otro en los obstáculos, en los que no llegan, en los que desisten ante un horizonte tan negro. Y, ¿acaso no hay quien ha logrado sus objetivos, quien consigue las metas que se ha propuesto a pesar del viento en contra soplando con fuerza, quien se ha aislado de ese miedo ante un futuro incierto ganando la partida?
El desánimo, el pesimismo o los lamentos no van a resolver los problemas. Sólo con muchas ganas, con la ilusión de mejorar día a día, con la fuerza de quien cree en un futuro mejor lo conseguiremos. Pensemos como el maestro Whitman:
“¿Qué hay de bueno en todo esto Oh mi yo, Oh mi vida?
Respuesta:
Que tú estás aquí, que existe la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama y que, quizás,
tú contribuyes a él con tu rima”