Cuando recibimos la mirada limpia de un niño sentimos una gran paz interior, nuestro corazón se abre y nos muestra nuestra propia pureza: estamos más allá de los juicios. Durante unos instantes habitamos un paraíso, lo más sorprendente es que lo sentimos como propio, comprendemos entonces que siempre hay una parte nuestra viviendo en él, es más, tenemos vagos recuerdos de haber sido sus creadores …
En la mirada del niño hemos encontrado el espejo mágico que nos recuerda nuestra verdadera esencia, quedamos extasiados en él, haciendo del instante una eternidad, recordando que, por increíble que parezca, también somos creadores de nuestro tiempo. Tememos apartar nuestra mirada de sus ojos, perder el paraíso, volvernos a sumergir en la dualidad de nuestra vida cotidiana y sus juicios. Pero … hay una solución: hacer de nuestra mirada la de un niño. Ya hemos reconocido nuestra propia pureza, ahora sólo hemos de aprender a sostenerla en nuestro discurrir diario. ¿Te parece difícil …? Piensa que siempre puedes recurrir al espejo de nuestra propia pureza: la mirada de un niño.

publicado el 18 mayo a las 17:29
Lo más hermoso que nos queda "La pureza de los niños", nuestro deber es protegerlos .