Revista Arte

El espejo de Venus o la búsqueda inconsciente, imposible o falsa de un paraíso perdido.

Por Artepoesia

El espejo de Venus o la búsqueda inconsciente, imposible o falsa de un paraíso perdido.
El espejo de Venus o la búsqueda inconsciente, imposible o falsa de un paraíso perdido.
A lo largo de la historia el Arte ha compuesto a la diosa Venus frente a un espejo, que ahora ella no sostiene, para poder mirarse en él satisfecha. Y debe ser así, sin que ella lo sostenga, para poder simbolizar aún más la imposibilidad de sostener, consigo misma, aquel reflejo poderoso de un sentimiento perturbador. Porque la huella de esa imagen no es más que la historia imposible del género humano por querer reencontrar así el sentido trascendental de un paraíso perdido. Es ahora el reflejo engañoso, es la imagen reflejada de algo que no es pero que no dejará de serlo tampoco. Como el concepto del Paraíso, algo que es y no es al mismo tiempo. Porque el sentido paradisíaco del mundo es falaz, pero es una mentira útil que requiere a veces ser utilizada para persistir entre las asoladas incertidumbres de la vida. Cuando algo existe y es persistente lo bastante como para sostenerse por sí mismo, el sentido de su utilidad no es más que una anécdota irrelevante porque es imposible. Nada de lo que existe persistirá, no se sostiene por sí mismo y necesita de cosas que le ayuden a justificarse. Una de ellas es la identidad poderosa, algo que se obtiene de la vida que se propaga y del azar que lo domina. Cuando el ser es autoidentificado realza su existencia y consigue así el sentido de su Paraíso, una conformidad maravillosa de satisfacción, personalidad y realización creativa. Ese concepto de paraíso tuvo su mitología grandiosa y su realidad estética en la historia. La expulsión del paraíso no es más que la razón de ser histórica más consistente con la vida. No hay vida sin expulsión del paraíso. Su sentido es ese, ya que la identidad es posible solo cuando la vida se estimula por la desesperación, la confusión, la ilusión o el deseo. La fuerte necesidad de encontrarse consigo mismo, con su identidad, hace al ser humano creer posesionarse del mundo y de sí mismo. Esta es la búsqueda inconsciente de ese paraíso perdido. En el alarde artístico que los seres humanos han llevado a cabo en la historia, la diosa Venus simbolizaría ese reflejo inconsciente perdido. Porque la Belleza no es más que el sentido más identitario de la vida y del mundo. Perderla es perder aquel sentido de ser y de estar, y, por otro lado, la única manera de confirmar la identidad es poder alcanzar a verla a través del reflejo más fiel de lo no poseído... 
Como el concepto de Paraíso, que no se posee y, sin embargo, se vive... Esa particularidad hace al Paraíso una excepción maravillosa. No lo poseemos pero pertenecemos a él. En el concepto paradisíaco es así su sentido, podemos vivirlo pero no podemos poseerlo. Para el concepto de Belleza es lo mismo, se refleja pero no se posee. Por eso el sentido del espejo, para poder confirmar la existencia. En la metáfora estética, la diosa Venus se observa como una modelo ahora que confirma su identidad. Esa identidad además reflejará la Belleza, algo que no es suyo tampoco. Como el paraíso, como ese lugar encerrado entre sus límites, al igual que sucede con el espejo, y que determinará una realidad existencial extraordinaria. Pero nada de eso existe verdaderamente, como el sentido del espejo, que no es más que una reflexión opuesta de otra cosa distinta. La expulsión del Paraíso no es más que la reafirmación de ese mismo sentido poderoso. No hay expulsión porque no hay paraíso, como no hay identidad porque ésta sea reflejada en un espejo. El sentido de identidad y de paraíso van unidos ahora, ninguno de los dos está fuera sino dentro de cada ser humano que, perdido, creerá inconscientemente que ambas cosas son lo mismo. De ahí la búsqueda permanente de identidad hacia un paraíso. Cuando Rubens compone su Venus y Cupido hace figurar la mitad del reflejo del rostro de Venus en el espejo que sostiene Cupido. Incluso menos, apenas la veremos. De ese modo, el genial pintor flamenco simbolizaría la imposibilidad de la identidad real por el mero reflejo de un espejo. Venus, sin embargo, pulsaría su emoción una y otra vez ante la fuente privilegiada de su belleza reflejada. Cupido no se cansaría de sostenerla ahora tampoco. ¿Qué sostiene Cupido realmente, el espejo, la identidad, la belleza o el paraíso? Para el dios de la unión poderosa de la vida el sentido del engaño es fundamental. Hay que forzar la ilusión hacia lo que parece que es aunque no lo sea. Como el Paraíso. 
Trescientos años después de la obra de Rubens, el pintor alemán Franz Von Stuck creó su obra La expulsión del Paraíso. Con su modernismo simbolista, Von Stuck nos expone una magnífica interpretación de ese mito bíblico. Ahora los seres humanos son alejados de sí mismos, sin belleza, sin identidad, sin paraíso. El dios Cupido es sustituido aquí por el arcángel cumplidor del designio divino. El espejo es cambiado por la lanza flamígera que, sostenida también, rechazará, a diferencia del espejo, aquí ahora el opuesto reflejo maldito. Sin reflejo poderoso no hay más remedio que dirigir la visión hacia otro sentido distinto. En el Arte la metáfora del reflejo poderoso es parte de lo que le dará su sentido estético y virtuoso. Por eso no es más el Arte que una frágil reminiscencia de aquel paraíso perdido, y los pintores buscarían, al igual que los seres perdidos, la razón más poderosa de poder reflejar la identidad, la esperanza y el sentido infinito. Sin embargo, el reflejo estético no siempre conllevará una estremecedora fuerza que pueda sostener, indemne, la salvación o la gloria. Por eso la obra simbolista es manifiestamente más real que la barroca. En aquella no hay espejo ni reflejo sino oposición, confusión, discordia y lamento. El sentido ahora se transformaría por completo. El paraíso, el concepto metafórico del Paraíso, ha sido desvelado y romperemos así, con su visión definitiva de la expulsión, el sentido mendaz de un paraíso imposible. La identidad ahora es suficiente por sí misma, sin necesidad de soporte ajeno ni de gracia irredenta alguna. Venus ha sido sustituida por Eva y el espejo maldito por la resistencia personal. Con la ventaja que el Arte nos ofrece para comprender sus símbolos, llegaremos, por fin, a ver el espejo fiel en la obra simbolista y aquel espejo falaz en la barroca. 
(Óleo Venus y Cupido, 1611, Rubens, Museo Thyssen Bornemisza, Madrid; Cuadro La expulsión del Paraíso, 1890, del pintor simbolista Franz Von Stuck, Museo de Orsay, París.)

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