El rodaje de “El exorcista” comenzó con un ambiente tórrido, a mediados del mes de agosto de 1972, en Nueva York. El plan de rodaje especificaba ciento cinco días, pero doscientos días más tarde, todavía se seguía filmando y el presupuesto se dispararía de cuatro millones a más de doce. Se avanzaba tan despacio que cuando alguien del equipo volvía al plató después de tres días de baja, aún se estaba filmando la misma escena.
La primera toma de la película se hizo dentro del plató. Era un primer plano de una loncha de beicon friéndose en una sartén. La cámara hacía un tráveling hacia atrás, pero había una pared demasiado próxima en el camino, así que el rodaje se interrumpió y no se reanudó hasta que se solucionó el problema. Luego al director no le gustó la manera como se iba arrugando el beicon. Una vez más, se paró mientras alguien recorría la ciudad en busca de beicon sin conservantes, difícil de encontrar en 1972, que supuestamente se mantendría plano mientras se freía.
Desde el primer día el director William Friedkin se puso en un plan que no dejaba dudas sobre lo que les esperaba a los implicados en el rodaje. En su silla de director, a la izquierda de su nombre, decía: «Un Oscar por Contra el imperio de la droga.» A la derecha del apellido, la silueta de otra estatuilla, con un signo de interrogación dentro. Y a nadie le quedó duda de que no iba a ser un rodaje fácil. Friedkin era un comedor de basura rápida, hamburguesas y perritos, que no mejoraban un cuerpo que sólo practicaba el ejercicio de ver baloncesto: caderas anchas sobre piernas largas y flacas, una panza asquerosa, pelo largo, como todo el mundo entonces, y gafas de aviador tintadas para disimular unos ojos pequeños, redondos y brillantes como cuentas. Pero sentaba su culo junto a un Oscar, y conseguía chicas porque era brillante cuando no se dedicaba a fastidiar a nadie. Por lo general era de una exigencia psicopática y gastaba sin freno. Congelar el plató para formar carámbanos, por ejemplo, costó una fortuna en aire acondicionado.
Fue tan despiadado que se dudaría de lo ocurrido en muchos momentos de no ser porque había testigos. Tal vez mi momento favorito esté al final de la película, cuando el padre Karras está a punto de morir, y un cura le da la extremaunción. William contrató a un cura de verdad, un sacerdote de sangre irlandesa, poco dado a tonterías, el padre O’Malley. El cura hizo toma tras toma. Friedkin dijo: «No lo estás haciendo como Dios manda.» «Billy, le he dado los últimos sacramentos a mi mejor amigo quince veces; ya son las dos y media de la mañana.» «Ya lo sé. ¿Confías en mí?» «Por supuesto que confío en ti.»
Entonces el director levantó la mano y le descargó en la cara un pedazo de bofetón con el dorso, ante la expresión atónita de actores y todos los que estaban allí. Si te fijas en la toma, la mano del sacerdote tiembla, porque todavía no le ha bajado la adrenalina producida al recibir el sopapo.
Por fin se estrenó el 21 de diciembre. La gente no se reía, y la niña poseída no fue la única en vomitar, hubo bastantes otras devoluciones gástricas de palomitas semidigeridas con siropes variados. Desde entonces el vómito de puré de guisantes de esta chica poseída, es el más reproducido y comentado de la historia de la humanidad. Precisamente el jueves Linda Blair cumplía 50 años, y hace unos días fue invitada en un festival mexicano de género, donde dijo que lo que le daba más miedo era Bush y Ben Laden, para añadir que no hablaría del presidente usamericano estando en el extranjero. Algo contradictorio para cualquiera que no gire la cabeza ciento ochenta grados, a Linda se le permite. También porque es protagonista de un ramillete de pelis de terror que están entre las peores y más divertidas del género. Esa ha resultado ser la verdadera posesión maligna que le trajo su papel.(loqueyotediga.net)