El mundo se transformaría hace cien años; la aviación, el automovilismo, el cine, la danza, la música, la pintura, toda manifestación técnica y cultural humanas alcanzaría entonces niveles no vistos antes nunca en la Historia. En el verano de 1889, en el norte de Alemania, tres pintores enardecidos por el cambio y por el enfrentamiento con los cánones oficiales decidieron crear un lugar para ellos, un sitio especial para poder crear: Worpswede. Rechazaban el academicismo rígido y clásico de sus antiguos maestros. Ahora, en plena Naturaleza, descubrirían así el paisaje diferente, la libertad más completa de una vida feraz y desenvuelta. Imitarían aquí lo que en Francia había llevado ya el pintor Pierre Rousseau (1812-1867) y su Escuela de Barbizon.
Creadoras de esa zona de Alemania surgirían incluso muchas a finales del siglo XIX. Fue el caso de una de ellas, la pintora Paula Mondersohn-Becker (1876-1907), que se instalaría en 1897 en Worpswede, la colonia cercana a Bremen donde estos pioneros del expresionismo comenzarían a revolucionar con sus anhelos la forma de transmitir el Arte. Estos artistas se dejarían influenciar por Rembrandt, por los postimpresionistas (Van Gogh, etc.), también por los filósofos y poetas alemanes, como Nietzsche y Rilke. Utilizarían los colores y las formas de un modo simbólico, no real. Luego, años después, el sur de Alemania vendría a ser ahora el centro de esa transformación artística. En Munich, por ejemplo, un grupo de pintores verían en el azul y en los caballos los motivos principales de su creación.
Era la libertad más expresiva, la creación más impactante, la exteriorización de la introspección del creador, aquella forma nueva que se pudiera alcanzar ya con un Arte. Fueron Kandinski, Marc, Klee, etc... Era lo espiritual del Arte lo que desearían más que nada subrayar. Y en este concepto espiritualista del mundo y del Arte surgiría también la Danza de entonces, finales del siglo XIX. Esta expresión artística comenzaría incorporando ya esa libertad a los movimientos del cuerpo y a su coreografía. Se trataría de expresar ahora lo que el interior del ser habría reprimido antes. Así que la espontaneidad, la teatralidad, la liberalidad y la gestualidad marcarían el desarrollo artístico finisecular de la Danza.
Estos -los bailarines- utilizarían además los estilos y colores y las formas que los pintores expresionistas preconizaran ya. Sus escenarios se llenarían de la estética marcada de las obras más audaces y expresivas. Multitud de pintores de entonces se dedicarían a decorar también los escenarios teatrales de aquellos atrevidos Ballets. Uno de los más famosos bailarines de entonces fue Alexander Sacharoff (1886-1963). Nacido en Ucrania, cerca del mar Negro, se educaría sin embargo en París, en clases de interpretación que posteriormente derivarían en su danza. En Munich (Alemania), comenzaría a bailar en pleno ambiente expresionista. Con Kandinski y con compositores de música atrevidos crearía el concepto de Arte sinestésico -aquel que baila música, que dibuja movimientos.
En 1913 conocería a la bailarina alemana Clotilde Edle von der Planitz (1892-1974). De origen aristocrático, cambiaría su nombre por Clotilde von Derp para pasar desapercibida en el público. Se complementarían ambos tanto en sus danzas que decidieron así unir sus vidas. Sería una unión de conveniencia, ya que la ambigüedad sexual de Alexander fue evidente toda su vida. Sus representaciones de baile causarían furor en un público anheloso ya de ver algo nunca visto antes. El expresionismo alcanzaría aquí a romper todo formalismo corporal y de vestuario que existiera. El cuerpo se representaría ahora ya con sus formas naturales, transparentes o translúcidas.
Clotilde bailaría una vez la obra La tarde del Fauno, representación que diera fama también al más grande bailarín de entonces, el polaco Vaslav Nijinsky. En su novela Danzas Tristes, 2002, el escritor uruguayo-venezolano Ugo Ulive haría decir al protagonista de su relato: Sí, imagínate, la obra consagrada de Nijinsky, el más grande de todos... Yo no podía creer que se atreviese y fui a verla, lleno de escepticismo. Allí estaba ella, envuelta en una túnica transparente pintada con trazos rojos, como manchas de sangre; tenía en sus manos una tela también rojiza que manejaba con sensualidad increíble... Porque de eso se trataba, de una inmensa masturbación pública, mucho más atrevida que la de Vaslav. Estaba la mayor parte del tiempo sentada en el suelo y ondulaba, se retorcía, se arqueaba, jugaba con el trozo de tela hasta que lo arrojaba lejos y separando las piernas mostraba todo el esplendor de su cuerpo, se regodeaba en su propia belleza, poseída del amor por sí misma en un éxtasis de placer, un trance que compartía con el espectador fingiendo no darse cuenta o como quien da una limosna..., la obra maestra de Clotilde...
(Obra El sueño, 1912, del pintor del grupo expresionista El Jinete Azul, Franz Marc; Fotografía de los bailarines Clotilde y Alexander Sacharoff, 1913; Cuadro Ballet ruso, 1912, del expresionista August Macke; Óleo Alexander Sacharoff, 1909, de la pintora Marianne von Werefkin; Retrato de Rainer María Rilke, 1906, de Paula Mondersohn-Becker; Retrato de Clara Rilke-Westhoff, 1905, de Paula Mondersohn-Becker; Fotografía de principios de siglo XX, Clotilde von Derp -Clotilde Sacharoff-; Fotografía de Alexander Sacharoff y fotografía de Clotilde Sacharoff, principios siglo XX.)
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