Revista Motor

El extraño caso del Falcon y los sucesos que le tocó vivir

Por Archivo De Autos
Mi amigo es digno de confianza, pero la historia que les contaré a continuación, pusieron en duda su credibilidad. Desde que le sucedió el episodio con su Falcon modelo 1966, un clásico, las cosas no volvieron a ser como antes, y eso que nos conocemos desde la infancia.
El extraño caso del Falcon y los sucesos que le tocó vivir
El Falcon es muy importante en la vida de mi amigo. A veces pienso que le dedica más tiempo que a su bella esposa. Pero esta tolera la situación, tal vez porque desde que lo conoce sabe de la pasión que tiene por su Falcon. Hasta le habla cuando el auto tiene alguna “nana” como dice mi amigo. Eso ya es un poco raro, pero los amantes de los fierros son así: creen que los autos sienten y te dicen cosas.
Pero no quiero hablar de ese tema en este momento. Sino que les quiero contar los sucesos extraños que le acontecieron a mi amigo hace ya un tiempo. Normalmente, mi amigo, concurre a muchos encuentros de autos en distintas partes. Incluso ha viajado una pila de kilómetros para ir a un encuentro en alguna provincia.
En general su bella esposa lo acompaña y a veces pienso que no se que le admiran más a mi amigo, si su Falcon clásico o su esposa. Pero no es cuestión  mía analizar esos conceptos, sino contarles que en aquella ocasión su esposa no fue porque tenía que encontrarse con sus ex compañeras del secundario y no se lo quería perder. Así que mi amigo partió solo, en realidad acompañado por su amado Falcon.
El encuentro no era muy lejos. En una localidad de la provincia de Buenos Aires que mantendré en el anonimato dadas las circunstancias de lo que les voy contar. El viaje de ida fue sin inconvenientes con reiterados mensajes de texto y llamados de su esposa para saber cómo le iba en el viaje, ya que estaba solo. En realidad no lo estaba el Falcon lo llevaba y sería su gran compañía en lo que vendría hacia el final de la jornada.
Mi amigo llegó al encuentro y se encontró con otros integrantes del club de los Falcon al que pertenecía. En realidad se los había encontrado antes en una estación de servicio en la ruta hacia el predio donde se realizaría el encuentro de autos antiguos y clásicos. Pero para los que hemos tenido la suerte de concurrir a reuniones de este tipo sabemos que el encuentro comienza cuando nos reunimos en un punto acordado con los que vamos hacia el lugar donde se realizará la muestra.
Todo se desarrolló sin inconvenientes y la concurrencia de autos fue numerosa y de gran calidad los vehículos expuestos. Todo esto según mi amigo, porque ese día no pude ir a ese encuentro por problemas laborales. Pero eso me lo contó tiempo después cuando logró recuperarse, es una forma de decir, de los extraños acontecimientos que le tocaron vivir a bordo del Falcon de sus amores.
El día fue espectacular, según mi amigo, hasta que volvieron a la tardecita. Salieron un poco tarde porque la entrega de los trofeos y los diplomas se alargó mucho. Eran muchos clubes los que asistieron y una gran cantidad de autos que se presentaron al encuentro.
Comenzaron el regreso en caravana hacia sus respectivas casas. Era domingo y el lunes había que ir a trabajar como todas las semanas. Había que pagar los gastos que genera un auto clásico de los años sesenta. Salieron a la ruta y comenzaron a desandar los kilómetros que los separaban de sus respectivos hogares. Su bella esposa lo esperaba, ya en casa, como le avisó a su celular.
En la ruta había ocurrido un accidente así que los desviaron por unas calles vecinales. La idea, según les dijeron los policías que desviaban el tránsito, era seguir por dentro del pueblo hasta el final donde había un retome hacia la ruta. Así que todos los autos tomaron por esas calles pueblerinas, despacio, y ante la mirada de los vecinos que tendrían para hablar dos o tres días en la semana. No siempre pasa una caravana de autos clásicos por la puerta de tu casa.
Todo iba bien, pero despacio. Hasta que al final del pueblo una niebla espesa comenzó a reducir la visibilidad. Era primavera y esas cosas pasan cuando hay mucha humedad en el ambiente. Pero esa niebla no parecía muy normal, según me contó mi amigo. Primero que apareció de golpe en las últimas casas del pueblo y segundo que se tornó tan densa que él dejó de ver el auto que venía por delante.
Para ese momento los autos de la caravana habían encendido las luces de posición porque casi era de noche. Niebla y noche no son un buen dúo. La niebla seguía espesándose y mi amigo cada vez veía menos. Varias veces sacó la cabeza por la ventanilla para ver mejor para adelante, pero era una tarea inútil. No se veía nada y tampoco se oía nada. Tanto era así que dejó de oír el escape del Torino que iba delante de él.
Mi amigo comenzó a sospechar que estaban perdidos, él y el Falcon. Pero por otro lado pensaba cómo nos vamos a perder si no giramos en ningún lado. Tal vez ese era el error y no había visto la salida a la ruta para retomar el rumbo a casa. Pero la niebla era tan espesa que no era posible ver donde cuernos estaba.
“Pero que salame si tengo el celular”, se dijo para sus adentro. Mientras manejaba marcó el número de su amigo que iba en otro Falcon, por delante de él, en la caravana. Ese amigo no contestaba. Mi amigo no quería detenerse porque no quería que lo chocaran de atrás. Sabían que por detrás venían muchos otros autos que habían estado en el encuentro.
Vuelve a intentar con el llamado por el celular y ahí se avivó que estaba muerto, el teléfono digo. No había la mínima rayita de señal. “Y la puta que lo parió a todas las empresas de celulares”, rezongó por lo bajo mi amigo. Cuando más necesitas del celular este te abandona, como el desodorante de la publicidad de la tele.
Siguió manejando más que por ver el camino por instinto. El siempre me dijo que se llevó muy bien con su Falcon. Pero las cosas pueden fallar. Alguien famoso lo decía continuamente ¿no? Falló. El Falcon tosió y se apagaron todas las luces junto con el motor. “No me podes hacer esto ahora”, le dijo mi amigo a su auto. Miró por el espejo esperando el topetazo del que venía atrás de él. Cerró los ojos y apretó los dientes. Nada pasó. El silencio de un cementerio lo rodeaba, donde los vecinos no charlan con nadie.
Intentó darle arranque al Falcon y este tosió nuevamente, pero no arrancó. “Vamos por la segunda y ¡la puta madre arrancá!”, le gritó a su auto. Parece que eso surtió efecto y el Falcon comenzó nuevamente a ronronear debajo del capot. Las luces se encendieron nuevamente y todo comenzó a funcionar como si nada hubiese pasado. Hasta la niebla comenzaba a disiparse.
“Al fin algo bueno”, dijo mi amigo que paulatinamente recuperaba el paisaje que lo rodeaba en aquel pueblo perdido al borde de la ruta. No tenía la menor idea de donde estaba. “Calma. Ante todo calmémonos”, se dijo para sus adentros. Instintivamente encendió la radio, que como corresponde era la que traía de fábrica el Ford Falcon. Le había costado dos años de intensa búsqueda por Internet, cuevas y desarmaderos de todo tipo y pelaje.
“Bienvenida primavera de 1966”, vociferaba el locutor de la radio. “Qué dijo este imbécil”, pensó mi amigo. “Acá estamos en el desfile del Día de la Primavera”, agregó el locutor de la radio. Mi amigo comenzó a ponerse muy serio, ese domingo era 21 de septiembre, ahora no importa el año, pero lo cierto que no era 1966, sino que habían pasado casi 50 años de esa fecha.
“Ja, la radio atrasa”, pensó mi amigo. Pero no era así la había usado muchas veces y funcionaba correctamente. Había escuchado programas de la época actual. Giró la perilla del dial y sintonizó otra radio que pasaba una publicidad del aceite Ybarra, ese que había en su casa cuando era un niño. Todas las demás estaciones de la radio del Falcon trasmitían programas del año 1966.
Mi amigo no sabía qué pensar. Lentamente la niebla se disipó y descubrió que todavía estaba dentro del pueblo de al lado de la ruta. Pero no era de noche como el creía que debería ser por la hora que habían salido del predio del encuentro. Siguió por la calle que venía buscando una explicación. Nada de nada. Dobló en la esquina siguiente. “Produzcamos un cambio”, se dijo.
Y el cambio se manifestó en unos pibes que jugaban a la pelota en medio de la calle. Esto no le llamó la atención a mi amigo. Lo que despertó su interés era que todos tenían pantalones cortos, pero no de un equipo de futbol. Eran parecidos a los que usaba su padre cuando era chico. “Cuidado que viene un auto”, gritó uno de los pibes de la calle. Mi amigo lentamente se acercó a los chicos totalmente extrañado por todo lo que estaba sucediendo.
“¿Qué día es hoy?”, le preguntó mi amigo a uno de los chicos de la cuadra. “Hoy es el Día de la Primavera, don”, fue la respuesta que mi amigo no quería escuchar. “¿Y en qué año estamos?”, arriesgó a fuerza de que lo consideraran algo loco. “Don, es el año 1966. ¿No lo sabía?”, le dijo el pibe con cara intrigada. “Quería saber si vos lo sabias” y de esta forma, a mi amigo, eludió elegantemente la situación. “El don no sabe que año es”, gritó el pibe a toda la barra que jugaba a la pelota. Las risas de todos lo repuso un poco a mi amigo, que los saludó con la mano y tocando la bocina del Falcon.
“¿Es nuevo el Falcon?”, le preguntó el pibe. En ese momento mi amigo tuvo un rapto de lucidez y le contestó que sí que lo había comprado hacía una semana. En realidad mi amigo tiene el Falcon desde hace 15 años y le llevó unos 5 años dejarlo como salido de la concesionaria en 1966… Se ve que el trabajo de restauración lo hizo en forma excelente para que un pibe de la época lo reconociera como contemporáneo.
Porque eso era lo que le pasó a mi amigo por una causa que no sabe terminó en un pueblo perdido en el Día de la Primavera del año 1966, el mismo año que construyeron su Falcon. Ahora el tema era cómo volver a la época actual. “Pibe decime cómo hago para salir a la ruta. Parece que me perdí”, así salió de la dificultad de mayores preguntas sobre cómo había llegado hasta ese lugar. “Siga por esta calle y doble en la estación de servicio a la izquierda. Derecho se va a topar con la ruta. ¿Va para Buenos Aires?”, le respondió el chico con la pelota bajo el brazo. Pelota que parecía ser de la marca Pulpo de la cual su padre se había cansado de hablar. Ya no tenía dudas que había viajado en el tiempo, o a otra dimensión, el tema era volver a casa.
Arrancó la marcha con el Falcon y saludó a los pibes de la cuadra con la bocina. Todas las manos se levantaron para saludarlos. Esos chicos no veían todos los días un cero kilómetro. Al llegar a la estación de servicio dobló a la izquierda y enfiló para la ruta. “Y ahora que carajo hago”, pensó mi amigo. En eso la imagen de su esposa le invadió la cabeza. “¡El celular!”. Lo había olvidado.
Ahí estaba al lado de su pierna y por suerte el pibe no lo había visto. Las explicaciones no las habría encontrado. Como correspondía el celular no tenía señal. Muerto, o no nacido. Dobló por la calle que lo llevaría a la ruta y comenzó lentamente su camino. Seguía pensando cómo volver a su tiempo y a la caravana desviada por el accidente en la ruta.
Al avanzar una niebla tenue comenzó a cubrir la calle en la que circulaba. “¡Otra vez la puta niebla!”, vociferó mi amigo. Pero la niebla sería su retorno a la actualidad. Como lo llevó al pasado lo devolvió al presente. Creer o reventar. Así comenzó a visualizar la ruta, luego que la niebla pasara de espesa a desaparecer por completo. Cuando eso ocurrió la ruta estaba delante suyo y lo más cómico de todo el Torino que venía delante de él estaba a tan solo cinco metros.
Mi amigo no podía creer lo que le pasó. En una parada en una estación de servicio, para cargar nafta, les preguntó como les había ido con la niebla a los autos que venían delante de él. “¿Qué niebla?”, fue la respuesta. “Debe haber sido humo”, tiró mi amigo para no entrar en explicaciones de su corto viaje al año 1966. Todos se rieron un poco de la supuesta broma de mi amigo. Pero él necesitaba tomar algo, aunque sea agua.
“¿No quieren tomar un café?”, ofreció mi amigo y aceptaron así que estacionaron los autos. Entraron en el barcito de la estación de servicio y tomaron el cafecito que le repuso algo las fuerzas para poder llegar hasta su casa, donde su bella esposa lo esperaba.
A nadie le comentó lo que le pasó, ni siquiera a su esposa, solo me lo dijo a mí. Ahora ustedes conocen la historia, casi de primera mano, diríamos que de segunda. Nada mal para una anécdota, algo sobrenatural, que le sucedió a mi amigo, o eso dice que le pasó. A veces creo que lo inventó todo. No se si para llamar la atención o porque tiene muchas ideas en la cabeza que pugnan por salir. “¿Por qué no escribís un relato con lo que te pasó?”, su respuesta fue “No, porque lo vas hacer vos”.
Mauricio UldaneEditor de Archivo de autos
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