Revista Arquitectura

El faro y los calzoncillos (III)

Por Arquitectamos
En el año 1929, cuando se presentaron los trabajos para la primera fase del concurso del Faro de Colón, el joven y brillante arquitecto Ivan Leonidov estaba en la cresta de la ola. Dos años después, cuando se falló la segunda y definitiva fase, ya no era ni joven ni brillante: Había sido súbitamente hundido y anulado, y languidecía en Siberia(1).
Leonidov fue el alumno más brillante del VKhUTEMAS. Había terminado la carrera en 1927 bajo la tutela de Alexandr Vesnin, que inmediatamente lo acogió en su estudio y lo lanzó a dar clases, a escribir artículos, a presentarse a concursos y a irse labrando su carrera triunfal. En 1929, con solo veintisiete años de edad y dos de arquitecto, ya tenía seguidores. Ya se hablaba de la "escuela de Leonidov", del "leonidovismo". Recién casado, con un montón de proyectos por delante y con mucho por contar y por hacer, todo le sonreía. El concurso del faro de Colón le venía a la medida. A Leonidov se le acusaba a menudo de que no respetaba las bases de los concursos y se inventaba cosas. Pero en este, a pesar de la exhaustividad de datos y solicitaciones, las bases mencionaban explícitamente la necesidad de redefinir el concepto de "monumento" y de replantear su función, su profundidad, su repercusión. Para eso estaba él. Este era su concurso soñado.
En el pequeño apartamento de Moscú trabajaba en calzoncillos sobre el tablero. Vivía con austeridad, pero no parece que con tanta como para carecer de un pantalón y de una camisa de trabajo. Más bien lo hacía por comodidad. Con una rodilla en el taburete y las caderas y el torso abalanzados sobre el papel, parecía dibujar con todo el cuerpo. Y sin embargo lo hacía con una precisión insuperable. Estaba frenético, inmerso en su trabajo, absorto. Llamaron a la puerta. Ni lo oyó. Volvieron a llamar. -¡Nina! Seguían llamando. -¡Nina! El apartamento era muy pequeño como para que su mujer no lo hubiera oído. Seguro que había salido a comprar pan. Le habría advertido de que se iba un momento y se habría despedido de él, que, embebido en el faro, ni se había enterado. Ya estaba de vuelta. Se habría dejado la llave.
Saltó con agilidad y en tres zancadas llegó a la puerta y la abrió. Pero no era Nina, sino un caballero de edad madura, pulcramente vestido con traje, chaleco, corbata, pañuelo bien doblado asomando por el bolsillo y hasta sombrero, que lo miró con desaprobación. Él llevaba solo unas zapatillas viejas de andar por casa y los calzoncillos(2).
-¡Andrei Nikolaevich! -Ivan Ilich. -Pero pasa, pasa.
Al ingeniero Andrei Nikolaevich Koniaev no le había gustado nada que su hija se hubiera casado con ese animal. Sí, decían que tenía talento, y parecía listo, pero... Qué pena, su querida hija, tan culta, tan educada.
-Nina ha salido. Volverá en seguida. ¿Quieres tomar...? No sé qué tengo. -Dame un vaso de agua, por favor.
Incapaz de hablar de otra cosa ni de tener una conversación familiar o social, Ivan le enseñó a su suegro lo que estaba haciendo. El ingeniero descreía minuciosamente de la arquitectura de vanguardia, pero tampoco tenía mejor cosa que hacer que asomarse a los planos de su yerno.
Leonidov le contó que se trataba de reconsiderar el concepto de monumento. Un monumento era algo que conmemoraba. Hasta ahora se había conmemorado con mármol, con granito, con estatuas que reproducían la faz y el cuerpo de un personaje o la imagen de un hecho histórico. Pero la verdadera conmemoración actual, en los tiempos del cine y de la radio, debía ser otra cosa.
Él proponía honrar y rememorar a Cristóbal Colón, el personaje y su papel histórico en el desarrollo de la cultura contemporánea, con un conjunto de elementos tecnológicos que proyectaran imágenes sobre el cielo y ondas de radio por el aire, un foco de conferencias, tertulias, música... También iba a ser un puerto aéreo y marítimo, un cine, un museo, e incluso un centro experimental de radiovisión a distancia.
Al ingeniero ese planteamiento le gustó, y la fe y la claridad con la que lo exponía el joven mucho más. Verdaderamente era un hombre de talento y tenía la energía y la convicción para llevarlo a cabo.
El faro y los calzoncillos (III)
El faro y los calzoncillos (III)
El faro y los calzoncillos (III)
El faro y los calzoncillos (III) Calzoncillista Leonidov. Propuesta para el monumento a Colón.
No sabemos cuánto tiempo tardaría la propuesta de Ivan Leonidov en Madrid desde que fueron abiertas las cajas que la contenían hasta que fue eliminada. No creo que más de tres segundos si hubieran sido los miembros del jurado quienes las abrieron. Pero como supongo que eso lo harían unos operarios que después dejarían los paneles y las maquetas a la vista (seguramente en el suelo en un local inmenso), me imagino que los jueces, en su paseo por delante de los 455 trabajos buscando diez, apenas posarían sus ojos en este, y si lo hicieron debió de ser con repugnancia. En todo caso no creo que las imágenes elaboradas por Leonidov hirieran las retinas de los ilustres dignatarios durante más de tres segundos.
Recordemos lo que dijeron sobre algunos proyectos: Que mostraban la fría ciencia y que no tenían no solo una dimensión espiritual y trascendente, sino ni siquiera humana. Qué horror. Qué escándalo. Qué agresión al arte y a los mejores sentimientos humanos.
Imaginemos tanto a los excelentísimos miembros del jurado como a los diez respetables seleccionados en la primera fase. Intentemos vislumbrarlos en su trabajo: Vestidos con traje y corbata, serios, honorables, decentes, dignos... E imaginemos ahora por otro lado a estos jóvenes irrespetuosos, disolutos, salvajes, brutos, gamberros, trabajando en calzoncillos.
Sí: Parece claro que los distintos diseños respondían a distintas maneras de ver la arquitectura y la vida.
En los capítulos anteriores hemos visto los cuatro mejores proyectos a juicio del jurado. Veamos ahora (con el de Leonidov) algunos de los peores: Proyectos calzoncillistas, insultos y ofensas que se hicieron a la profesión y a la dignidad de los arquitectos:
El faro y los calzoncillos (III)
El faro y los calzoncillos (III) Calzoncillista Konstantin Melnikov. URSS.
El faro y los calzoncillos (III) Calzoncillista Nikolai Ladovsky. URSS.
Se presentaron muchos soviéticos. Sus ideales revolucionarios y vanguardistas se vieron muy afines a lo que creyeron que proponía el concurso. (Pero el jurado no estaba por la labor).
El faro y los calzoncillos (III) Calzoncillistas A.V. Shchusev, I.A. Francuz y G.K. Yakovlev. URSS
El faro y los calzoncillos (III) Calzoncillista V.K. Oltarzevsky. URSS
El faro y los calzoncillos (III)
El faro y los calzoncillos (III)  Calzoncillistas G.T. Krautikoff, J.N. Warentzoff y A.W. Bounine. URSS.
El faro y los calzoncillos (III) Calzoncillista Tarasoff. URSS.
Verdaderamente, como vemos, este concurso tuvo un gran atractivo para todos los impresentables y disparatados arquitectos calzoncillistas soviéticos, pobres desviados e ignominiosos que sumieron en la vergüenza, en el pasmo y en el horror una profesión tan digna como la de arquitecto(3) y un propósito tan encomiable como el de este concurso. Menos mal que los egregios miembros del jurado los descartaron en el acto, los arrancaron de allí y mandaron fumigar y desinfectar la sala en la que se habían expuesto.
Pero aparte de los calzoncilleros rusos se presentaron muchos otros arquitectos zascandiles y chiquilicuatres de diversa ralea y filiación. No eran malas personas. Bien guiados acabarían por madurar y entrar en el buen camino.
Aquí pongo dos ejemplos de arquitectos desubicados (entre otros muchos).
El faro y los calzoncillos (III) Desubicado A. Aalto (Finlandia)
El faro y los calzoncillos (III) Desubicado C. Fernández-Shaw. España
Verdaderamente, los diez trabajos seleccionados me aburren profundamente, mientras que los de los calzoncillistas y desubicados me gustan mucho.
No nos damos cuenta, pero han pasado muchas cosas en estos ochenta y nueve años. Y están pasando muchas cosas ahora (siempre pasan cosas) de las que no es solo que no me entere, sino que ni siquiera me doy cuenta de que no me entero.
¿Qué haría yo en un concurso del Monumento a Colón ahora mismo? Pues me seguirían gustando los calzoncillistas y desubicados como a aquel jurado le gustaban los faraónicos. Y no sabría apreciar a los tatuados, a los que tuvieran piercings, a los peinados con cresta(4)... Los consideraría tan perniciosos como aquel remoto jurado consideró a los calzoncillistas.
Sí. Lo lamento, pero yo también subiría la escalera tan contento con el dictamen del jurado en la mano, sin darme cuenta de que el desastre, el pecado, no habría sido haber enfadado a los del tercer premio, sino haber eliminado a los mejores.
(1).- Próximamente en Cortadle las alas: Intriga, venganza, ambición. La novela que te atrapará. Cortadle las alas. Era un joven talentoso, pero por un giro cruel del destino acabó en Siberia. Cortadle las alas.
(2).- En este tipo de historias, que me encantan, propendo a la exageración, hasta el punto de que a veces mi imaginación me hace inventar demasiado. No es este el caso. La escena del suegro trajeado y del yerno en calzoncillos la cuenta tal cual el nieto del primero e hijo del segundo. Él no había nacido aún. Supongo que su abuelo se la contaría a menudo.

(3).- Muchos de los locos calzoncilleros soviéticos se tuvieron que poner las pilas a la fuerza y pasar por el aro. No conozco a muchos de los que he citado. Pero el caso de Shchusev es paradigmático: Tras unos cuantos proyectos constructivistas vanguardistas verdaderamente interesantes abrazó la nueva moda (u obligación) stalinista y se defendió muy bien. La URSS le dedicó sellos y hasta le hicieron una medalla, cosa que no hicieron con ningún otro calzoncillista. Y es que Shchusev se redimió de sus pecados juveniles.

El faro y los calzoncillos (III)
El faro y los calzoncillos (III)
El faro y los calzoncillos (III)

(4).- Ayer mismo le dije a mi hijo pequeño no sé qué de los pantalones cagaos como para ponerme en su onda, y me dijo (muy harto y muy cansado de mi patosidad): "Pero papá, si los pantalones cagaos hace diez años que no se llevan". Creo que lo del peinado con cresta tampoco se lleva ya.

(5) (Fuera del texto).- Aquí Le Corbusier trabajando en calzoncillos. Pero esto es otra liga. En 1929, el año de la primera fase, el año de los calzoncillistas, Corbu seguía trabajando en el Centrosoyuz, remodelando su idea inicial con una "tomada prestada" de Leonidov, el pringado, el fracasado, el hundido. Sí: Le Corbusier se hacía fotografiar trabajando en calzoncillos para hacerse el enrollado y el colegui, pero él era un triunfador. Él era el amo. En él el calzoncillismo era postureo. De tonto no tenía ni una molécula: Sabía que la fuerza estaba en esa línea. Pero él, a diferencia de los calzoncillistas auténticos, sabía llevarse el gato al agua y alzarse con el santo y la limosna.


El faro y los calzoncillos (III)

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