Al proceso independentista de Catalunya hay que agradecerle una cosa, todos los demócratas, toda la gente comprometida con la tolerancia, con el debate de ideas y con la convivencia pacífica deberían hacerlo. Ha destapado una realidad que estaba latente, escondida para una gran mayoría, pero que aguardaba agazapada a que regresara su momento. Me refiero al fascismo, al de verdad, al que sumió a España en cuarenta años de terror, oscuridad y silencio.
Este martes por la noche probablemente el Parlament habrá aprobado la creación de la república catalana, mediante la fórmula que sea, pero lo que más debería preocuparnos es la reacción inmediata de ese monstruo que ha despertado hambriento, azuzado por las arengas patrióticas y los mensajes guerracivilistas.
La unilateralidad emprendida por el independentismo me parece un grave error porque deja de lado a la mitad de la sociedad catalana y porque no creo que esté preparado para contrarrestar la represión del estado. Las soflamas heroicas que llaman a la resistencia y se apoyan en la legitimidad de la lucha pacífica, en mi opinión, no han evaluado bien la capacidad y voluntad de resistencia de la sociedad catalana.
Nada de lo ocurrido desde el 1 de octubre es casual. La inflamación del sentimiento patriótico español, las manifestaciones rojigualdas, la agresividad constante y las amenazas vertidas en los medios de comunicación propaganda, la pasividad de las fuerzas policiales ante la exhibición de símbolos franquistas y nazis, las declaraciones miserables de los despojos humanos en que se han convertido supuestos “socialistas” que hace décadas que pisotearon sus ideales, y las de las caras visibles de la organización criminal que gobierna España (ayer la Fiscalía Anticorrupción confirmaba la petición de condena al PP por el caso Gürtel).
La intervención más asquerosa, que en cualquier país civilizado implicaría la destitución inmediata y el procesamiento judicial, ha sido la de Pablo Casado, diputado y vicesecretario de comunicación del PP, quien ayer amenazaba al president de la Generalitat, Carles Puigdemont, con acabar como Lluís Companys, quien en 1935 fue condenado a treinta años de prisión por haber proclamado en octubre del año anterior el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Posteriormente fue indultado por el gobierno republicano de izquierdas, y poco después se produjo el golpe de estado franquista.
Companys, que se exilió a Francia cuando la derrota de la república en la Guerra Civil era inminente, acabó fusilado por el régimen franquista el 15 de octubre de 1940, tras ser entregado por las autoridades francesas colaboracionistas con la Alemania nazi.
Casado ha sacado a relucir lo que es, un falangista nostálgico de las cunetas, y en una agresiva rueda de prensa plagada de barbaridades ha amenazado al actual president de la Generalitat con repetir el destino de su antecesor.
Mucha gente se ha escandalizado, pero otra mucha aplaude semejantes muestras de autoridad intransigente. Contra los catalanes secesionistas, mano dura. Ya está bien de consentirlos.
La represión policial del 1 de octubre fue un castigo merecido, opinan esos buenos españoles, ya sin disimulo. El domingo decenas de miles de buenos españoles pasearon su odio con orgullo por las calles de Barcelona. Las escenas de fascistas saludando con el brazo en alto, ondeando la bandera con el aguilucho, y la cara al sol, proliferaron durante toda la jornada; también las agresiones a periodistas y a cualquiera que se les antojara.
Un día antes, miles de zaragozanos, tras abuchear a su alcalde durante el pregón de las fiestas del Pilar, siguieron pitando el ‘Canto a la libertad’ de José Antonio Labordeta, himno oficioso de Aragón, todo lo contrario al fascismo y la intolerancia. El sábado también circuló por las redes una imagen simbólica de los tristes momentos que estamos viviendo. Un hombre intentó manifestarse en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) a favor del diálogo con Catalunya, lo que provocó la indignación de varios vecinos, que se lo reprocharon e incluso le arrebataron violentamente las pancartas que llevaba. Y sólo pedía diálogo.
El clima está tan envenenado que cualquier cosa puede desatar el desastre. En realidad, ya no hace falta un motivo. La excusa es el “desafío catalán”, pero cualquiera puede ser objetivo de los violentos. Y contra el fascismo no caben medias tintas: o se es fascista o se es antifascista. Quienes callan o cierran los ojos también son víctimas, las peores, porque han renunciado a su dignidad.
El fin de semana pasado una concentración en Palma de Mallorca por la unidad de España (es decir, fascista, porque eso es lo que hacen, apropiarse de símbolos como la bandera constitucional) arrasó con una carpa informativa en apoyo al derecho a decidir de Catalunya y de paso algunos de esos buenos y pacíficos españoles apedrearon a un chica, ovacionados por la multitud.
Este lunes por la tarde, durante la celebración del día de la Comunitat Valenciana, una concentración no autorizada de nazis ha reventado la manifestación de los grupos y organizaciones de izquierda, y, ante la pasividad policial, han repartido patadas, empujones y puñetazos a discreción. Ya por la mañana, durante los actos institucionales, los ultras concentrados habían dedicado toda clase de improperios a los partidos de izquierdas y nacionalistas, con consignas tan constructivas como “dinamita al podemita”, “Mónica Oltra hija de puta” o “Puigdemont al paredón”.
Los fascistas han salido de la cueva y, sabedores de que tienen carta blanca, empiezan a pasear su bajeza humana por donde les apetece, a plena luz del día. Están apadrinados por la organización franquista que gobierna y cuentan con la complicidad de la prensa estatal, que no duda en blanquear sus actuaciones, contraponiéndolas siempre a las supuestas provocaciones de los “radicales” independentistas o de izquierdas. De esta manera, se difunde la falsa y peligrosísima sensación de que se trata de enfrentamientos entre minorías de radicales. Así, los nazis se sienten bien arropados para agredir sin contemplaciones.
No es casual, reitero. El régimen español está preparando el terreno para hacer lo que tenga que hacer después de que el Parlament consuma la “traición”. A mí me parece un movimiento torpe. Dicen los independentistas que no hay otra salida, que qué hay que dialogar con los fascistas, pero insisto, ¿estáis seguros de vuestras fuerzas? ¿Tenéis claro qué hay enfrente? ¿Tenéis claro que al PP le importa un bledo lo que difunda la prensa internacional y lo que diga Europa (que ya se ha visto, como era previsible, que no iba a decir nada)? ¿Estáis seguros de que no van a enviar los tanques? Es el PP. Hará lo que tenga que hacer, y más sabiendo que el PSOE no es más que una marioneta al servicio de la oligarquía.
Aumento del patriotismo, de las exhibiciones de banderas, de la tensión en las calles, aparición en plan estelar de los nazis, declaraciones incendiarias… La estrategia está clara, y a menos que surja en todo el país un movimiento ciudadano masivo que diga basta, que se acabó de amedrentar mediante la violencia, que se acabó la condescendencia con quienes sólo conocen el lenguaje de la intransigencia y la patada en la boca, volverán a ganar.
Yo no soy independentista, lamento y rechazo la vía unilateral, pero no tengo dudas sobre qué lado ocupar cuando enfrente están los fascistas.
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