Refugiados españoles en 1939 en Argeles Sur Mer / Getty Imagen
En esta guerra europea que comenzó en España hace ocho años, no podrá terminarse sin España. En la Península se notan síntomas de agitación. De nuevo la voz de los republicanos españoles se manifiesta por las ondas. Ha llegado la hora de que volvamos nuestra mirada a ese pueblo sin par, tan grande por su corazón como por su altivez, cuyo mérito no ha disminuido ante la faz del mundo, desde la hora desesperada de su derrota.
Al principio de esta guerra ha sido elegido el pueblo español para ofrecer a Europa el ejemplo de las virtudes que debieron haber logrado su salvación. A decir verdad, fuimos nosotros y nuestros aliados quienes lo elegimos para ello.
Por esto es por lo que muchos de nosotros, desde 1938, jamás hemos pensado en ese país fraternal sin experimentar una secreta vergüenza. Vergüenza por partida doble: primeramente por haberle dejado morir solo y segundo, cuando nuestros hermanos, vencidos con las mismas armas que habían de aplastarnos a nosotros más tarde, han reclamado nuestra ayuda les hemos ofrecido los gendarmes para guardarlos a distancia. Los que llamábamos entonces nuestros gobernantes inventaron pretextos para esta dimisión. Según los díía un serio problema.
Vemos ,una vez mas, que los dirigentes que hemos votado no persiguen el bien común sino que tienen oscuros intereses que no nos explican.
Seguramente en su pueblo o ciudad ocurra algo semejante. Desde aquí no nos cansaremos de denunciar estos tejemanejes y de defender nuestro patrimonio natural.
Para estos dirigentes que hemos votado que no persiguen el bien común y sí oscuros intereses y para nosotros por votar a tan siniestros personajes: El Feos.
Pero ese pueblo, que encuentra tan naturalmente el lenguaje de la grandeza, apenas se despierta de seis años de silencio en la miseria y la opresión, se dirige a nosotros para liberarnos de nuestra vergüenza. Como si comprendiera que era él el llamado ahora a tendernos la mano. Ahí lo tenemos enteramente en su generosidad, sin pena ni dificultades, encontrando con justeza lo que precisaba decir.
Ayer en la radio de Londres sus representantes han dicho que el pueblo francés y el pueblo español tenían en común los mismos sufrimientos; que los republicanos franceses habían sido castigados por los falangistas españoles, así como los republicanos españoles lo habían sido por fascistas franceses y que, unidos por el mismo dolor, esos dos países debían estarlo mañana en el disfrute de la libertad.
¿Quién de nosotros puede ser insensible a ese gesto? ¿Y cómo no proclamar aquí, tan alto como sea posible, que no podemos volver a incurrir en los mismos errores y que los españoles son merecedores de nuestro reconocimiento y de nuestra ayuda para liberarse a su vez?
España ha pagado ya el precio. Nadie puede dudar que ese pueblo ardiente está dispuesto a volver a empezar la sangría. Corresponde a los Aliados el evitarlo, economizando esa sangre tan pródiga y ofreciendo a nuestros camaradas españoles la República por la cual tanto han luchado.
Ese pueblo tiene derecho a la palabra. Que se le dé, siquiera sea un momento y se elevará en una sola voz para gritar su desprecio al régimen franquista y manifestar su pasión por la libertad.
Si el honor y la fidelidad, si la desgracia y la nobleza de un gran pueblo son razones que justifican nuestra lucha, reconozcamos que ellas rebasan nuestras fronteras y que, nosotros mismos, no nos podremos considerar victoriosos en tanto que esos principios sean hollados en la España dolorida.
Albert Camus
Combat, 7 de septiembre 1944.