Revista Ciencia
El fin relativo del mundo en el que vivimos, se entiende. No el fin del mundo en un sentido global y absoluto de destrucción de nuestra nave Tierra. No creo que la lectura del calendario maya vaya por ahí, pues si hubieran sido tan sabios los Sacerdotes Mayas como para adivinar el futuro ya habrían predicho el colapso de su civilización hace ochocientos años.
No, no… yo hablo del fin del mundo tal y como lo conocemos (esta frase me recuerda una canción del famoso grupo Radiohead), lo que significa el fin de nuestro modelo de desarrollo social-crecimiento económico-explotación de recursos y, en resumen, el fin de nuestra forma de vida. Para muchos, el fin del negociete, el fin del uso abusivo y privado de recursos naturales públicos, el fin de la competencia a muerte por el dinero, el fin de la privatización de las ganancias y nacionalización de las pérdidas.
Sea lo que sea, vayan preparándose, abróchense los cinturones y prepárense a vivir una aceleración de la historia en la próxima década. Estamos ya metidos en un viaje donde sabemos de qué lamentable estado partimos, pero no sabemos a dónde vamos ni que encontraremos al final de la vorágine histórica.
Cada vez es más obvio para todos que vivimos tiempos revueltos, tiempos de descontento general con la política, agitación social en las calles y miseria económica por doquier. Más de la mitad del mundo es pobre. No me refiero a burgueses poco pudientes en su sentido amplio (como corresponde a una sociedad estable), sino pobres de solemnidad, de los que sobreviven con menos de 2 dólares al día. Estoy hablando de la mitad del planeta, que junto a los que sí somos clase media con las necesidades cubiertas formamos el 99% del mundo. Este 99% está cabreado con el 1% de la elite que nos gobierna y financia. Este descontento mayoritario frente a un reducido grupo de privilegiados es siempre preludio de revoluciones. Y revolución, sangre aparte, significa cambio.
Vivimos por tanto tiempos de cambios, de darle la vuelta al calcetín y buscar opciones regenerativas que cambien el curso de la visión de corto plazo dominante y nos adentren por nuevos caminos que tengan en cuenta el largo plazo histórico, que es el que cuenta de verdad. El hombre ya lo ha hecho varias veces, y ahora nos toca de nuevo. Ya lo está avisando el Club de Roma, al indicar que nuestro modelo económico y social va a colapsar antes del 2050. Habrá muchas guerras, desplazamientos masivos de población por colapsos locales de recursos, guerras y pobreza excesiva y, afortunadamente, una revolución contra el modelo neoliberal, economicista, corto-placista y excluyente encabezada por los millones de jóvenes indignados que tenemos actualmente.
¿Cómo será esa revolución? Bueno, eso todavía no lo sabemos, aunque lo podemos ir intuyendo cada día al leer y relacionar noticias. Espero que la revolución nos lleve a un mundo nuevo, un mundo donde los principios de la Economía del Bien Comúnsean los que primen, en vez de los de la Economía de la Competencia y el Mercado Libre; donde el objetivo vital del ser humano sea el “Buen Vivir” en lugar de “Vivir mejor que el otro”; donde el decrecimientocomo modelo económico de largo plazo sustituya al crecimiento sin límites irracional; donde el respeto y aprovechamiento sostenible de la naturaleza sea la norma, y no la excepción que sólo se lleva a cabo en ciertos espacios protegidos.
En fin, donde la fraternidad colectiva sustituya al individualismo egoísta. Estoy seguro que la revolución será sangrienta, como suelen ser las verdaderas revoluciones, pues ese parece ser el sino del ser humano, siempre un lobo para el hombre y poco dado a cambiar el sistema por medio de la palabra y el activismo pacífico-gandhinista.
En 2052 habrá 3 mil millones de pobres, que es la misma cifra que tenemos ahora por lo que habremos progresado muy poco, y la temperatura de la tierra subirá de media más de dos grados, con consecuencias imprevisibles en numerosos campos, aunque puedo asegurar que casi ninguna será buena para el ser humano. Parece que a las plantas sí les vendrá bien, ya que necesitan CO2 y calor para crecer. El efecto invernadero, o sea el “verano global”, les va a venir de maravilla. Qué lástima que cada vez tengan menos tierras arables para crecer, y que los fenómenos meteorológicos devastadores, léase sequías prolongadas, lluvias torrenciales o inundaciones, arruinen las cosechas de esas plantas que tan bien van a crecer con esos dos graditos más de temperatura. Nuestra forma de vida no sostenible está condenada al fracaso, antes o después, pero ya seguro antes del 2050. El fin de nuestra era tiene ya fecha. Como en su momento se acabó la edad antigua, la edad media, la edad moderna o la edad industrial. La edad global corre sin cabeza hacia su fin, al menos hacia el fin de su primera parte. Este colapso ya lo estaban avisando grupos de científicos e instituciones de reconocido prestigio como el IAASTD, el IPCC o la UNEP, pero siempre han tenido en contra a selectos clubs del 1% que pueden más porque gritan más y pegan más, no porque tengan más razón. Muchos de estos clubs del 1 les sonarán, pues se llaman G-8, G-20, Bilderberg, Comisión Trilateral o Foro Económico de Davos. Ninguno se llama Club de la Tierra, Asamblea Mundial o Foro de los Pueblos
Ya saben que hay otros mundos, pero todos están en este planeta. Para transitar hacia ese Nuevo Mundo-Nuevo Modelo, necesitamos mapas, líderes con visión de largo plazo, tecnologías apropiadas, eventos revolucionarios e incentivos políticos, económicos y legales. Y necesitamos recuperar los valores éticos que la revolución industrial y la revolución capitalista-globalizadora dejaron por el camino. Valores como la justicia igualitaria, la fraternidad entre hombre y mujeres, la empatía por el sufrimiento ajeno, el bien común, la transparencia del accionar público o la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres.
Espero que los jóvenes me lean, porque ya saben que ellos harán la próxima revolución global. No nos fallen.