"Soy esclava de las palabras… Tengo una fe absoluta en ellas… Siempre escucho las palabras que pronuncian las personas con las que me encuentro y también las de los desconocidos. De hecho, las palabras de los desconocidos me interesan aún más. Una puede esperar cualquier cosa de un desconocido. A veces siento deseos de hablar… Tardo en decidirme a hacerlo. Parece que estoy lista… Pero basta que comience a contar algo para que caiga en la cuenta de que no queda nada de aquel lugar del que quiero hablar. Sólo hay un vacío. Se han desvanecido todos mis recuerdos. De repente, hay un agujero donde antes había un recuerdo memorable. Y tengo que esperar un buen rato hasta que aparezca algo que lo llene. Por eso suelo estar callada. Y cocino mis recuerdos en mi mente. Me muevo a solas por el paisaje de mi memoria: caminos, laberintos, madrigueras..."
La figura de Gorbachov aparece en buena parte de los testimonios como un punto de inflexión en las vidas de los ciudadanos de la URSS. Por primera vez en muchos años la esperanza volvía a estar presente en las conversaciones semiclandestinas que se celebraban en las cocinas de los apartamentos de Moscú. Por fin un socialismo con rostro humano, alguien que se iba a ocupar no solo del poderío militar, sino también del bienestar de los ciudadanos. Al final se convirtió en una figura venerada en el extranjero y odiada en su propio país. El desmantelamiento de la Unión Soviética no trajo más que caos y miseria para la mayoría de la gente. Nadie estaba preparado para cambiar sus vidas de modo tan radical, para adaptarse de un día para otro a un capitalismo salvaje que exigía ganar dinero con los negocios para sobrevivir, mientras los bienes del Estado se repartían entre unos pocos privilegiados. Técnicos, ingenieros y gente con oficios prestigiosos se veían reducidos a vender sus bienes para poder comer. Los supermercados se llenaban de productos exóticos, nuevos comercios repletos de artículos insospechados comenzaban a proliferar en las calles, pero pocos se podían permitir comprarlos:
"De repente, nos veíamos inundados de millones de cajitas y frascos. Se los llevaban a casa como si fueran libros sagrados y cuando habían consumido el contenido de los frascos no los tiraban, sino que los exponían en sitios de honor en los estantes del salón. Las primeras revistas de papel cuché se leían con la devoción que merecen los clásicos. Se tenía fe en que tras esas portadas brillantes, en el interior de aquellas porquerías, una vida maravillosa esperaba agazapada. Hubo colas kilométricas para comer en el primer McDonald’s… Y reportajes en los telediarios. Hubo personas adultas, muy cultivadas, que se llevaron a casa las cajitas de las hamburguesas y las servilletas para mostrarlas después con orgullo a las visitas."
Esta nueva y desoladora realidad surgida de otra revolución fallida consigue que Moscú, en los años noventa, sea tomada por bandas de mafiosos. Esto provoca que mucha gente mire al pasado con nostalgia, echando de menos incluso los peores años de Stalin. En ocasiones gente que tuvo familiares en el Gulag llega a reivindicar la época en el que el país era un imperio respetado por todo el mundo. Las auténticas víctimas de aquella época son las que nos hacen recordar el horror de ser despertado en plena noche para ser llevado a una tenebrosa sala de interrogatorios, torturado y luego sentenciado a trabajos forzados sin posibilidad de correspondencia con la familia. Estos son los testimonios más duros, los que nos hablan de la absoluta deshumanización que imperó en los años más oscuros del tirano, aquellos en los que nadie podía sentirse seguro, en los que cualquier delación anónima podía traer la desgracia a un hogar. Para muchos otros, vivir en la Unión Soviética significaba una seguridad material que, aunque modesta, se le hacía imposible en la nueva realidad de la Federación Rusa. También valoraban la seguridad emocional ofrecida por el Estado: desde el poder se les decía lo que estaba bien y lo que estaba mal y muchos necesitaban ser dirigidos por un líder fuerte e infalible. Quizá hoy este papel lo ha adoptado Vladimir Putin, el nuevo caudillo que quiere volver a hacer grande a la humillada Rusia por todos los medios posibles.
Luego están los que padecieron las guerras. No solo la Segunda Guerra Mundial o Gran Guerra Patriótica, sino quienes tuvieron que luchar en Afganistán, Chechenia o el Caúcaso y enfrentarse a la brutalidad cotidiana de conflictos cuyas principales víctimas pertenecían a la población civil. Estas guerras provocaban millones de refugiados que no tenían más remedio que escapar a Moscú y otras capitales, donde eran tratados como escoria. Si algo ha faltado en Rusia a lo largo de su historia es una política humanista que ponga los derechos del hombre por encima de los del Estado. Estos hombres y mujeres aplastados al menos pueden alzar su voz en el libro de Aleksievich y narrar sus calvarios particulares de ciudadanos de un país mártir. Una auténtica obra maestra que retrata a quienes padecen la Historia con mayúsculas.