Al final va a ser cierto y los mayas no iban tan errados: el fin del mundo es inminente. Probablemente, tampoco fallaron en la fecha: 21 de diciembre. No hay que denostar una civilización porque sea antigua (la obsolescencia programada es relativamente algo nuevo) ni porque en ella los ancianos fueran fuente de sabiduría mucho antes de que existiera Google o la wikipedia. Los mayas dominaron buena parte del mundo durante unos 3.000 años, algo de lo que a nosotros aún nos queda toda una eternidad para poder presumir, y demostraron unos conocimientos impensables aún hoy en astronomía y ciencia. Ahora, ocuparían las primeras posiciones en el informe PISA, muy por delante de España, así que cuidado con menospreciar lo antiguo desde nuestra cultura de Trivial. Tampoco tuvieron entre sus ciudadanos a ningún Wert con una contrarreforma educativa que saboteara su despliegue de conocimientos. Ni tampoco pudo sabotear su futuro ni sus ansias de saber. De haber existido, habría sido el elegido, entonces sí, como sacrificio a los dioses, por delante de las cabras, más útiles en cualquier estación del año y destinadas a ruegos y festejos más importantes.
Pero estamos aquí y ahora. Y esto es la realidad en estricto directo, sin filtros ni segundos de desfase que permitan al realizador cortar para que no percibamos el desastre. Esta es la versión del director que no escatima fotogramas ni metraje. Sacrificados los derechos sociales, la educación y la sanidad públicas, la justicia gratuita y universal, las ayudas a la cooperación, la inversión en ciencia…, el mundo que nos contaron los viejos del lugar que era posible, definitivamente se acaba.