La puerta del despacho
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Cuando llegué en 2012 no sabía lo que me esperaba. Llegaba con una ilusión desbordante de poder recuperar mi ser tras un año sin trabajar de geólogo. Las emociones del emigrante profesional se expandían por todos mis poros. Todo era luz, todo era novedad, la ciudad te parecía increíble a cada rincón y durante meses viví una fase de enamoramiento.
Mi trabajo ha sido increíble. He visitado lugares que jamás me hubiera podido imaginar salvo por Google Earth. Lugares que ante mis ojos eran paraísos natural inexplorados, donde la única marca humana era una huella de camioneta o mis propios pasos. He trabajado en sitios más altos que el Teide, el punto más alto de España, disfrutando como un niño la sensación de estar en altura (y sufriéndola por las noches). He visto minerales que solo visitaban mi ciudad durante las ferias medievales en su roca de origen. He conocido los Andes y hasta he tenido una aventura donde me jugué la vida.
Y sobre todo me he desarrollado profesionalmente cuando di este salto con red hacia el otro lado del Atlántico. He aprendido mucho de geología, de otras ciencias y de muchas otras cosas que solo vivir te puede dar, y he podido escribir sobre todo ello, la mayor parte de las veces no demasiado bien, pero algunas veces ha salido algún párrafo decente.
Por supuesto que también ha habido momentos oscuros en este tiempo. Y hasta de esos he aprendido que además de enfermedades físicas hay otro tipo de enfermedades que pueden aterrarte hasta convertirte en algo que en realidad no eres y de lo que crees que no serás capaz de salir; y que luchando se pueden cambiar las cosas, aunque te traten de amedrentar y herir. Como dijo Unamuno “podrán vencer, pero no convencer” y como dijo otra persona también sabia “si haces lo que tienes que hacer, nadie podrá replicarte nunca nada”. Esta es de mi madre.
Me voy, sí. Pero con la cabeza alta. Tras de mi dejó mi trabajo. Me siento orgulloso de haber aportado algo más de conocimiento a la ciencia, por poco que haya sido, siempre siendo libre y expresando mi opinión, tratando de convencer (que no de vencer), escuchando a los que saben y explicando con tranquilidad para que nadie vuelva a cometer mis mismos errores.
Y ahora toca seguir adelante, con un vacio que rellena mi estómago, a la espera de sentir lo que el futuro me depara y que pretendo seguir escribiendo en roca. No sé si cumpliré lo que deseo hacer a partir de ahora. Me esforzaré y lucharé por lograrlo. Lo único que deseo es que, en un tiempo, cuando apenas se acuerden de mi cara o de mi nombre por esta tierra que dejo, no vengan malos recuerdos, solo algo bueno. E incluso una pequeña sonrisa tonta.
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