Editorial Ediciones del Serbal. 26
páginas. 1ª edición de 1969-1998; esta de 1988.
En 2011 el crítico literario Ignacio Echevarría publicó un libro en
el que hablaba de los que eran para él los cien libros más importantes de la
narrativa en español desde 1950. No lo he leído, pero he consultado el índice
con las obras seleccionadas. Se puede ver AQUÍ.
La lista me parece más que
interesante. De los cien títulos había leído treinta y cinco; con éste son
treinta y seis. El año pasado comenté la lista de Echevarría con mi amigo Federico Guzmán, y los dos coincidíamos
en que determinados títulos eran claros e ineludibles, pero también nos parecía
detectar alguna ausencia significativa y alguna inclusión extraña. En concreto
hablamos de El fiord (1969) de Osvaldo
Lamborghini (Buenos Aires, 1940-Barcelona, 1985), que para Echevarría es
uno de los quince mejores libros de la década de los sesenta. Federico había
leído El fiord; yo sólo había oído
hablar de él. Me propuso dejármelo para que me formara una opinión propia. Me
pasó un volumen de Lamborghini titulado Novelas
y cuentos, cuya primera historia, tras la introducción de César Aira, es El fiord.
He tardado en acercarme al libro
más o menos un año. Tenía miedo de que, una vez que empezara con él, me
impusiera acabármelo, y que no fuese a disfrutar de la lectura, porque la prosa
de Lamborghini se me antojaba árida. Al final sólo he leído la introducción de
César Aira (10 páginas) y El fiord
(16 páginas).
La introducción de César Aira
hablando de su amigo Lamborghini parece un cuento de Roberto Bolaño sobre la
vida de un escritor descalabrado. Desde luego Aira no es parco en elogios: “Se
trataba, y sigue tratándose, de algo inusitadamente nuevo. Anticipaba toda la
literatura política de la década del setenta” (pág. 7); “La pregunta primera y
última que surge ante sus páginas, ante cualquiera de ellas, es: ‘¿cómo se
puede escribir tan bien?’. Creo que hay un más allá de la calidad estilística,
más allá del simulacro de perfección que puede lucir una buena prosa. En
Osvaldo hay una alusión a lo perfecto de verdad, que escapa al trabajo” (pág.
8).
Aira cuenta alguna anécdota sobre
su relación con Lamborghini: “Recuerdo que una noche caminábamos por el centro,
y cruzamos a una prostituta de las que por entonces, hace veinte años, todavía
podían verse en Buenos Aires: pintada como un mascarón, cargada de joyas
baratas, con ropa chillona, gorda, vieja. Osvaldo dijo, pensativo: ‘¿Por qué
será que los yiros parecen seres del pasado?’. Yo oí mal y le respondí: ‘No
creas. Mirá a Mao Tsé Tung’. Se detuvo estupefacto y me dirigió una mirada
extraña. Por un instante, el malentendido abarcó a toda la literatura, y más.
Han tenido que pasar tantos años y tantas cosas para que yo pudiera leer en esa
mirada, o el pasado mismo, lo que me quiso decir: ‘Por fin entendiste algo’”.
Imagino que esta anécdota debe de
significar algo.
El fiord tiene dieciséis páginas, así que se trata más de un relato
que de una novela.
Está naciendo un niño en El
fiord; la madre tiene problemas para que el bebé, que asoma la cabeza, llegue
al mundo. El Loco Rodríguez, con un látigo en la cintura, hace fuerza sobre el
vientre de la parturienta (Carla Greta Terón) para que el niño acabe de
irrumpir en la realidad. “El Loco Rodríguez aprovechaba la oportunidad para
machacarle la boca con un puño de hierro. Así, reventábale los labios,
quebrábale los dientes; éstos, perlados de sangre, yacían en gran número
alrededor de la cabecera del lecho” (pág. 19).
Un poco después: “Vino otro pujo.
El Loco le bordó el cuerpo a trallazos (y dale que dale). Le pegó también latigazos
en los ojos como se estila en los caballos mañeros” (pág. 20).
El Loco Rodríguez es el patrón
del narrador y del resto de personajes reunidos en torno a la parturienta.
Después de describir la escena de violencia en la que el Loco intenta que el
niño salga del cuerpo de Carla a golpes, se inicia una escena de sexo en grupo:
“(...) Sebastián intentaba acariciar las bien plantadas nalgas que sobre las
mías galopaban, el culo de nuestro abusivo Dueño y Señor” (pág. 22).
El niño llega al mundo en medio
de la orgía, entre vómitos, semen y mierda. El Loco, para festejarlo, le hace
una broma: le mete en el inodoro y tira varias veces de la cadena. Además, el
recién nacido ya tiene erecciones. Al verlo, la madre exclama: “¡Es pa mí nomás!” (pág. 26); “que ya se
revolcaba garchando con su hijo” (he buscado el verbo “garchar” en internet y,
como imaginaba, es sinónimo de “follar”).
Aparece la mujer del narrador:
“Ella me mostró sus tobillos: dos muñones sangrantes. Ella transportaba en la
mano derecha sus pies aserrados”. También ha estallado una pared y por el
agujero se ve la costa y un fiord (¿será un fiordo?).
Luego se habla de Perón (poco
después de que aparezca una “svástica de alquitrán”).
Luego hay una escena de
canibalismo. El látigo del Loco sigue restallando. Se habla de Vietnam.
La última frase del relato es:
“Así, salimos en manifestación” (pág. 34).
El fiord empezó a circular en Buenos Aires como libro clandestino.
Era un delgado librito que había que solicitar de tapadillo al dueño de una única
librería. Dice sobre esto Aira en el prólogo: “Aunque nunca fue reeditado,
recorrió un largo camino y cumplió el cometido de los grandes libros: fundar un
mito”.
Como he tratado de exponer en el
resumen anterior, El fiord trata de
romper con todos los convencionalismos de lo políticamente correcto. La orgía
exagerada me ha recordado a las propuestas por el Marqués de Sade dos siglos antes. El aire del relato es sin duda
onírico, surrealista. No he disfrutado al leerlo; ni me ha escandalizado,
porque no sentía simpatía por ningún personaje propuesto; simplemente veía al escritor
intentando epatar al lector mediante el recurso a la exageración: el sexo, la
violencia, la suciedad...
Aira afirma que El fiord es una genialidad y que
anticipa toda la literatura argentina posterior. Ignacio Echevarría parece
estar de acuerdo con él. Yo no estoy de acuerdo con ninguno de los dos. En
realidad este tipo de textos, en los que sólo se intenta escandalizar al lector
con escenas violentas o grotescas, llegando casi a la escritura automática, me
parece fácil. Es decir, yo mismo puedo improvisar una escena como la que sigue:
“Le arrancó a su madre un ojo con un tenedor y se lo comió, tras untarlo en
semen como si fuese kétchup. Mientras, su hermano intentaba violar a su madre
por el hueco dejado, y veía en la televisión el debate sobre los presupuestos
del Estado, en el que el presidente, colgado de un gancho carnicero, explicaba...,
etc.”. Puedo comenzar así e incluir más violaciones, más violencia, más mierda
que flota...
Considero positivo que existan
escritores marginales, surrealistas, que no aspiran a un público masivo (y es
posible que ni siquiera a publicar) y que se leen como rarezas, en muchos casos
desde el ámbito académico; o bien se leen por su fuerte atrevimiento político, ya que apareció en el contexto de la recién dictadura argentina de Onganía. Pero me cuesta creer a aquellos que afirman que disfrutan
al leerlos.
Yo he leído El fiord, de Osvaldo Lamborghini, mítico libro argentino, y me ha
costado acabar sus 16 páginas. No lo he disfrutado.
A continuación me propuse seguir
con la siguiente novela corta (según Aira, otra genialidad), titulada Sebregondi
retrocede. Empecé con el primer párrafo...:
“Las partes son algo más que
partes. Dejan de ser partes cuando la última ilusión de cosagrande redonda está
pinchada. Desde adentro del repollo se ve la misma luz en todas partes, pero. No hay partes. No hay muchos uno
ni muchos ni uno uno. Ni muchos ni tampoco uno solo. No. Ninguna soledad mayor
ni menor. Ni más ni menos que la soledad de una oreja arrepollada o de la
maquinita de afeitar de mutilar. Entonces. La convención se sostiene, la
convención se sostiene, la convención se sostiene. La convención”.
... Y se me quitaron las ganas de
seguir.
Por si alguien tiene curiosidad,
en la entrada de la wikipedia dedicada a Osvaldo Lamborghini está colgado El fiord. Dejo AQUÍ el enlace.