Revista Opinión

El fracaso del idealismo wilsoniano

Publicado el 04 julio 2014 por Vigilis @vigilis
Los vencedores de la Primera Guerra Mundial aplicaron el principio de la autodeterminación de los pueblos sobre el territorio de las potencias perdedoras, no sobre el suyo propio (lo que nos da una pista). Este principio de autodeterminación, plasmado en los 14 puntos de Wilson significó la variación de las fronteras europeas a expensas de los perdedores y favoreció la expansión territorial de Bélgica, Francia e Italia en Europa y de Reino Unido en Asia. Las minorías nacionales de los viejos imperios lograron el ansiado estatus estatal y para aquellas zonas sin mayorías claras se determinaron diferentes plebiscitos.

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Oh, Woodrow.

El mundo iba a ser un lugar mejor. Por fin, las disputas internacionales podrían ser solucionadas mediante la democracia y el diálogo. Los académicos norteamericanos que determinaron el nuevo mapa de Europa pusieron sus conocimientos al servicio de la paz: con las mejores intenciones del mundo y un gran sentido del patriotismo americano (una de las condiciones de la paz fue abrir Europa al mercado americano), cogieron un lápiz, los censos lingüísticos del Imperio Austrohúngaro, los estudios etnológicos, lingüísticos y "culturales" más sofisticados de la época y se pusieron manos a la obra.
El resultado tenía que ser un mapa de estados que coincidiera con las "naciones" y además incluir algunas exigencias políticas (como las salidas al mar de Polonia y Yugoslavia). Sobre el papel funcionaba porque el papel lo aguanta todo. Cualquier tipo de dificultad que podía surgir en zonas fronterizas, se resolvía mediante plebsicito. Todo fue estupendamente, se firmó el Tratado de Versalles (y otros tratados menores) y nuestros amigos yanquis empacaron y regresaron a su casa. Hala, ya hemos arreglado el mundo ¿a qué hora se cena en esta casa?
Fue el horror.
Llevar el nacionalismo a su última consecuencia política (o sea, hacer coincidir "estado" y "personas que tienen en común un rasgo arbitrario") hace aparecer una cosa como la República de la Austria Alemana, cuyas fronteras tienen esta pinta:

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Parece un charco.

El caso es que las pequeñas naciones, aunque el daño que pueden hacer es más limitado, no están exentas del mismo "problema de las minorías" que los grandes viejos imperios. Es decir, si antes los italianos —la gente que hablaba el conjunto amorfo de dialectos del italiano— eran una minoría en Austria-Hungría (principalmente en Austria, Eslovenia y Croacia) ahora las minorías serían los croatas y los eslovenos en el nuevo y flamante Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. Ahora (algunos) sabemos que el nacionalismo es insaciable e irresoluble: si fundamentas tu estado político en la ciudadanía para los morenos, siempre vas a tener el problema de los rubios. Pero en aquella época todavía no lo tenían claro.

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"Madre, si votas por Yugoslavia tendré que ir a la guerra por el rey Pedro". Cartel austríaco-alemán en el plebiscito de Carintia. Nótense el campanario y la Biblia.

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"En Yugoslavia un granjero es un príncipe. En la Austria alemana los judíos son barones". Cartel yugoslavo en el plebiscito de Carintia. Nótese la mano negra.

Los bienintencionados científicos sociales que dibujaron el mapa europeo enseguida fueron conscientes del problema. La Europa de Entreguerras fue una Europa de democracias parlamentarias con una miríada de guerras menores que al final de los años 20 se vio salpimentada por la Gran Depresión. Pero es que incluso tras las revoluciones comunistas de 1918 en media Europa y aun tras la apariencia de democracias liberales burguesas, el principio nacionalista impidió la aparición de ese libre mercado internacional promovido por americanos e ingleses. Los nuevos pequeños países cerraron su economía, adoptaron medidas proteccionistas y tendieron hacia la autarquía. Las consecuencias de estas políticas nacionalistas lograron un empobrecimiento general de la clase media.
Desde nuestra perspectiva actual diríamos que si el problema lo causaba la economía nacionalista, la solución no podía ser más nacionalismo, sino la apertura comercial. Pero este escenario de apertura resultaba impensable cuando salías a la calle y antes de comprar el pan te cruzabas con cuatro amputados pidiendo en la acera.
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Aparte del problema económico que el nacionalismo no resolvió, estaba el problema militar. La Europa de Entreguerras no fue una Europa de paz. En ningún momento las nuevas fronteras impidieron el conflicto armado. Así tenemos la guerra de independencia turca, que comenzó como respuesta de los nacionalistas turcos ante el expansionismo de los nacionalistas griegos. Más de un millón de griegos tuvieron que abandonar Asia Menor. De los casi dos millones de Armenios masacrados en genocidio no hace falta que hable.
También tenemos escondida por la historiografía soviética la guerra polaco-soviética. Es más, la situación de interinidad de los despojos del imperio ruso que se quedaron los bolcheviques (gracias a la imprescindible ayuda de oficiales veteranos de guerra zaristas con ganas de medrar) propició la aparición de las tres repúblicas bálticas y de Finlandia.
Estos países que nacen de los escombros de los viejos imperios en su mayoría derivarán hacia regímenes autoritarios con los consabidos desplazamientos poblacionales, discriminación y nacionalismo exacerbado (Polonia, Yugoslavia, Hungría, Austria, Bulgaria, etc.). Recordemos que en cuanto se empezaron a organizar plebiscitos para saber democráticamente a quién pertenecía tal o cual provincia o ciudad, las cosas no salieron como aquellos científicos sociales se esperaban: había lugares en la nueva Polonia en los que la gente quería seguir siendo alemana, en Checoslovaquia otro tanto, en Eslovenia había eslovenos lingüísticos que querían seguir formando parte de Austria.

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Plebiscito de Carintia de 1920. Esta provincia de mayoría lingüística eslovena sigue a día de hoy formando parte de Austria. Fijaos la diferencia de voto entre las zonas montañosas/rurales y las zonas urbanas.

Alta Silesia fue de esos lugares donde la gente tuvo derecho de autodeterminación (vigilado por fuerzas de paz francesas, británicas e italianas). En 1910, el 60% de la población de esa provincia alemana reclamada por Polonia hablaba polaco. En el plebiscito de 1921, sólo un 40% de la población votó por formar parte de Polonia (Andrzej Michalczyk, Celebrating the nation: the case of Upper Silesia after the plebiscite in 1921 [PDF]).

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En líneas verticales Alta Silesia y Prusia Oriental. En líneas diagonales pérdidas territoriales alemanas que ganan Bélgica, Francia y la nueva Polonia.

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Referendum de autodeterminación en el sur de Prusia Oriental. Más alemanes que los bávaros.

Prusia Oriental también disfrutó del derecho de autodeterminación. Parece que para darle cohesión territorial al nuevo país esta parte de Alemania tendría todos los puntos para convertirse en polaca. El plebiscito permitió que votaran los nacidos en esa provincia. Más de cien mil polacos de Prusia Oriental trabajaban en la cuenca del Ruhr y parecía que la situación iba a decantarse a favor de Polonia. Pero hechos como ir perdiendo la guerra frente a los rusos y ver que la nueva Polonia era un país subdesarrollado incluso en comparación con la derrotada Alemania hicieron que la población local votara masivamente a favor de permanecer en Alemania. Un resultado sorprendente pues la población polaca en esa región llevaba varias generaciones considerada como de segunda clase por las autoridades alemanas.
El impulso wilsoniano de la Sociedad de Naciones no se limitó a los derrotados de la Gran Guerra. Las islas Åland, de población de habla sueca, pidieron un referendum viendo que Finlandia podía caer en manos de los bolcheviques. Suecia ocupó las islas y la Liga de Naciones obligó a Helsinki a conceder un estatuto de autonomía al archipiélago y su desmilitarización. A día de hoy el ejército finlandés continúa sin tener presencia en esas islas, que disfrutan de una amplia autonomía en términos europeos y una autonomía horrible en términos españoles ya que los alandeses sólo pueden enviar un delegado al parlamento estatal.

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¡Quitadles los cuchillos!

Este archipiélago finés y el asunto de Corfú puede que hayan sido los únicos casos de éxito de la Sociedad de Naciones, lo que da una pista sobre la importancia que le daba la política de los años 20 a las soluciones wilsonianas (y también sobre lo mal diseñada que estaba la SDN: Estados Unidos no formaba parte, las decisiones tenían que tomarse por unanimidad, la invasión japonesa de Manchuria se discutió durante dos años que dieron tiempo a Japón a implantar un sistema educativo y poner en marcha la industria manchú como cabeza de playa a su expansión por el continente). Eh, pero era una buena idea sobre el papel.
Aunque el papel —insisto— lo aguante todo, la realidad es mucho más compleja. Otro ejemplo de por qué este mundo nacionalista era una imagen irreal lo tenemos en Irlanda. En 1921 los ingleses crean el Estado Libre de Irlanda. De acuerdo con el tratado angloirlandés la isla sería un dominio británico y podría elegir formar parte del Reino Unido. Inmediatamente tras fundarse el Estado Libre, el Ulster renunció a compartir estado con el resto de los irlandeses y se sumó a la corona como parte constituyente del Reino Unido. Cuando era pequeño estuve en Belfast y todavía había soldados en las calles porque unos tipos ponían bombas en cafeterías porque su mundo no coincidía con su idea del mundo.

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Un melón que no voy a abrir es el tema del "dominio" británico.

Una primera conclusión imprecisa de todo esto es que el movimiento nacionalista que sale como gran beneficiario de la Primera Guerra Mundial, no contaba con el apoyo masivo que cabía esperar. Y es que los sucesos de Rusia se lo pusieron más dificil a las élites nacionalistas: la gran clase proletaria europea se movilizó hacia las coordenadas comunistas. Otra conclusión es que el nacionalismo ya no era para nadie una fuerza política integradora —reunión de todos los ciudadanos— sino más bien una fuerza fragmentaria que hacía apología de la diferencia y cuyos rasgos xenófobos no se podían ocultar. Asimismo se ve un desarrollo desigual de los movimientos nacionalistas en Europa occidental y en la oriental. En Europa occidental el nacionalismo pierde el tren de la guerra y continuará sin destacar mucho más allá del resentimiento provinciano (Gales, País Vasco, Córcega, Cataluña, Flandes, Escocia, Galicia...). La evidencia de la debilidad del nacionalismo en Europa occidental la tenemos en el lugar con el nacionalismo mejor organizado, Cataluña. En los años 20 y 30 el principal movimiento de masas en Cataluña es el anarquismo y su propaganda se editaba conscientemente en castellano.

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Sin Sociedad de Naciones Pakistán nunca tendría la bomba atómica. ¡Gracias Woodrow Wilson!

Es importante hablar de la propaganda porque el mundo de entreguerras nunca había sido tan urbano ni tan alfabetizado. Prensa, cine y radio comienzan a mostrar una imagen común del mundo a un público entregado. Dentro del capítulo de propaganda no se puede ignorar el comienzo de las olimpiadas modernas ni los encuentros internacionales de fútbol. Por primera vez en la historia aparecen dispositivos de agregación identitaria transversales a las clases sociales. La importancia de estos detalles es fundamental para entender por qué los nazis fundan el primer ministerio de propaganda en cuanto tocan poder en 1933. Pero de eso hablamos otro día.

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Disfraz de niña evacuada en la SGM. La gente que no conoce la historia está condenada a comprar disfraces incomprensibles.


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