Una de las mayores frustraciones para un profesor es ver cómo un alumno no supera con éxito los retos que se le proponen y cómo se va desmotivando y desanimando hasta el punto, en ocasiones, de llegar al abandono de los estudios. También es duro para los padres, que observan impotentes y buscan con impaciencia una solución para sus hijos pero, sin duda, es el niño o niña que, a pesar de su esfuerzo por comprender, estudiar e intentar estar al nivel de sus compañeros de clase, es consciente de que no obtiene los resultados que de él se esperan.
Las consecuencias, como cabe esperar, son terribles. Frustración, baja autoestima, ansiedad o síntomas depresivos son algunos de los problemas que pasan a formar parte de un círculo que se retroalimenta y del cual es difícil escapar.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Lo primero es identificar la raíz del problema. Según diversos estudios, un porcentaje elevado de casos de fracaso escolar es consecuencia directa de las dificultades del aprendizaje. Así, el primer paso que debemos dar es averiguar si hay alguna clase de dificultad que esté bloqueando el progreso académico del niño. Para ello se requiere la intervención de una persona especializada en el área que pondrá en marcha una serie de procedimientos con el fin de diagnosticar el problema y proponer la mejor solución.
¿Qué son las dificultades de aprendizaje?
Estamos hablando de una serie de alteraciones que impiden un aprendizaje adecuado en alguna de las áreas curriculares, con lo cual el rendimiento es inferior al del resto de alumnos de su misma edad, aunque el cociente intelectual es normal.
Las áreas principalmente afectadas por este tipo de dificultades son la lectura, la escritura y el cálculo, dando lugar a los trastornos conocidos como dislexia, disgrafía y discalculia. Los primeros síntomas se ponen de manifiesto de forma bastante temprana, observándose un perfil desigual en el rendimiento del niño o adolescente.
Se trata de un momento decisivo, ya que una detección precoz es clave para el desarrollo del trastorno y sus efectos en la vida del niño. El desconocimiento del problema, además, entraña un riesgo indeseable para el alumno: la estigmatización. Por desgracia no han quedado todavía en el pasado frases como “es vago”, “no se esfuerza”, “no sirve para los estudios”, etc. Es por este motivo y para poder establecer el mejor tratamiento, individualizado y personalizado para el niño en cuestión, que necesitamos un buen diagnóstico. En ningún caso se trata de “poner etiquetas” o de simplemente darle un nombre al problema sino que responde a la necesidad de recopilar toda la información posible sobre la situación, la cual será un instrumento muy valioso para el profesional encargado de proponer una intervención adecuada.
¿En qué consiste la evaluación?
Es de gran utilidad entrevistar a los padres y a los profesores del alumno para conocer sus opiniones, ya que seguramente son los que han detectado en primera instancia la existencia de un problema. A continuación es totalmente necesario descartar factores físicos que puedan estar provocando el bajo rendimiento académico, tales como defectos en la visión o audición, lesiones cerebrales u otro tipo de variables como disfunciones en el hogar, privación social, entre otras.
El siguiente paso consiste en administrar una serie de pruebas estandarizadas que están diseñadas con la finalidad de detectar tanto los puntos fuertes como los puntos débiles en las diferentes áreas del aprendizaje académico. Será también preciso evaluar otras áreas de la psicología del niño, ya que en muchas ocasiones los trastornos del aprendizaje van asociadas a otros desórdenes.
¿Cómo se tratan las dificultades de aprendizaje?
Con toda la información reunida, el especialista planteará la intervención más adecuada para el caso. Probablemente será necesario realizar adaptaciones curriculares en el programa educativo del niño y una reeducación en el área en el que presenta las dificultades, que consiste también en potenciar sus cualidades. Son muy importantes la constancia, la flexibilidad y la paciencia a la hora de llevar a cabo el tratamiento, respetando el ritmo de aprendizaje del alumno.
Quizás no se pueda hablar de “cura” de la dislexia o de otros trastornos del aprendizaje, pero sí vamos a conseguir que tanto él o ella como su entorno comprendan lo que le ocurre, que aprenda a manejar las herramientas de las que dispone para alcanzar los objetivos propuestos y sortear con más agilidad los obstáculos que se irá encontrando en su camino. Que tenga las mismas oportunidades que cualquier otro niño.
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