Sé que se trata de un tema manido y controvertido a más no poder. Los grandes premios literarios tienen mucho más que ver con las grandes maniobras de mercadotecnia que con la literatura, al margen de que las obras "premiadas" tengan calidad como tales obras y transciendan el fenómeno mediático más allá del tiempo. Todo esto parece una verdad obvia, pero hay que demostarla, claro está, con pruebas concretas. A este respecto, me ha gustado mucho el trabajo de una joven investigadora llamada Laura Arroyo, que ha analizado tres obras concretas galardonadas con el Premio Nadal en 2000, 2004 y 2009. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO HLGE
Para empezar, no nos engañemos y comencemos a contar las cosas por el principio, por si todavía alguien no se había enterado. Los grandes premios literarios, como el PLANETA, no son más que derechos de autor pagados por anticipado y encubiertos bajo la forma de un premio literario. El autor, reconocido y, sobre todo, famoso por desenvolverse bien en el ámbito de los medios de comunicacón, es "invitado" a presentar una obra a un determinado concurso para, naturalmente, ganarlo en una convocatoria donde otros autores no invitados y menos conocidos también concurren. ¿Qué fin tiene la convocatoria de un premio que ya está concedido de antemano? El fin está claro: para la editorial supone un negocio redondo, pero también se reparten ciertas sobras para otros muchos. Estos "muchos" son los escritores desconocidos que tienen la oportunidad de que su obra llegue a manos de un buen informante, y de que pueda acabar siendo publicada en alguna de las filiares de la prestigiosa editorial. Ahí es donde se cuece una parte importante de la convocatoria, y probablemente uno de los aspectos más positivos de este tipo de premios ya dados de antemano. Laura Arroyo ha analizado tres obras galardonadas recientemente en el Premio Nadal, debidas a Lorenzo Silva (curiosamente, el Premio Planeta 2012), Antonio Soler y Maruja Torres. Todos ellos comparten el hecho de ser autores conocidos por un sector amplio del público, de forma que, obviamente, no se trata de desconocidos o jóvenes promesas. Esto podría suponer un suicidio para el premio. Del análisis detallado que hace la autora, la obra peor parada es la de Maruja Torres, que no deja de ser una "metaobra" (el palabro es mío) donde otros personajes ligados al Premio Nadal entran en juego, a manera de evocación, como Terenci Moix. La obra en cuestión ha jugado ya con la propia circunstancia que significa el premio. Sin embargo, Laura Arroyo deja ver cómo en el caso del Premio Nadal la calidad literaria no está reñida con los mecanismos mediáticos, aunque la propia convocatoria del Nadal se haya visto obligada a evolucionar desde sus primeros tiempos, cuando ganaron el certamen algunos autores como Carmen Laforet o Miguel Delibes, luego reconocidos como verdaderos escritores de raza. Hoy día, muy al contrario, el premio debe concederse a "valores seguros", no a desconocidos. Esta estrategida de crear un premio para promocionar un libro que supuestamente lo ha ganado, y hacer que los derechos de autor se conviertan en la cuantía de dicho premio, ha triunfado por doquier, de lo que dan testimonio los cientos de premios que organizan las mismas editoriales. No cabe juzgar tales prácticas como malas, simplemente estamos ante una situación donde todo vale para sobrevivir en un mundo editorial cada vez más comercializado y precario. Hay, además, un numero significativo de potenciales lectores que precisa de este tipo de estímulos comerciales para leer o, cuando menos, regalar un libro. Naturalmente, no todos los lectores han podido recibir la formación suficiente como para elegir o tener acceso al tantas veces recóndito mundo literario, ni tan siquiera acceder a lo poco que aparece en los suplementos culturales de los diarios nacionales, tantas veces influidos por intereses de empresa. Los españoles hemos aceptado que las relaciones "familiares" (como dirían los antiguos romanos, tan aficionados a ellas) sean las más fiables, de manera que es realmente difícil que una persona que no tenga los contactos oportunos, o que no haya invertido parte de su tiempo en crearlos, brille con luz propia. He sido testigo directo de las concesiones que se tendrían que haber hecho para que un libro propio apareciera mínimamente reseñado en un lugar de cierto alcance. Pensando sobre todo en los jóvenes, creo que lo oportuno es que pierdan cuanto antes la peligrosa ingenuidad y que sepan obrar en consecuencia. Por todo ello, me ha parecido muy interesante observar cómo Laura Arroyo desmonta desapasionadamente este mundo soterrado e ilusorio (Laura Arroyo, "El premio nadal en el siglo XXI. Estudio de tres ejemplos", Letras de Deusto vol. 40, nº 127, 2010, 253-270). FRANCISCO GARCÍA JURADO