El fútbol y la política nunca fueron buenos compañeros. En estos momentos asistimos en España a un momento convulso en cuanto a la unidad que conocemos. Las autoridades catalanas han empezado un proceso de independencia cuyo futuro es incierto. Pero no sólo incierto en clave política, sino en todos los aspectos de la sociedad, entre ellos el deporte. Desde hace meses no hay entrevista en Can Barça que no incida en como sería la Liga sin los equipos de esa región.
De hecho, el fútbol, más que cualquier deporte, es tan importante que puede vehicular estados de ánimo colectivos y por supuesto, ser utilizado con el espurio fin de afianzar identidades nacionales. Y ahí nos encontramos con la remota península de Crimea, un territorio estratégico bañado por el mar Negro. Y es que el gas y el petróleo que destaca en estos lares siempre les otorgó a los crimeos cierta autonomía frente a los imperialismos, aunque se encontrasen englobados en la Unión Soviética. Y de ahí a Ucrania, hasta que en marzo del año pasado la Rusia de Putin decidiera anexionarla tras la declaración como república independiente.
Y una vez pasada la tormenta, la vuelta la realidad. ¿Qué pasa con el deporte crimeo? ¿En qué ligas competirán sus equipos? ¿Para qué selección jugarán sus deportistas? En el caso del fútbol, el recorrido hasta la estabilidad ha sido largo. En un momento en el que la UEFA se bate en dos escenarios delicados, como son la adhesión de la federación de Kosovo y la discutida inclusión de Gibraltar, llega el asunto de Crimea.
En un principio, fue Rusia quien decidió acoger a sus nuevos compatriotas en las competiciones propias. Y fueron tres equipos, los más representativos de la península los que decidieron dar el paso. El F.C. Sevastopol, participante en dos temporadas en la Premier ucraniana, el Crimea Tavria Simferópol, histórico ganador de la primera Premier ucraniana y también vencedor de Copa hace sólo cinco años, y como representante de Yalta el Zhemchúzhina. Parecía que esa iba a ser la rápida solución, e incluso llegaron a debutar en la Copa rusa. Pero en agosto de 2014, la federación ucraniana protestó ante la UEFA e incluso se pensó en la suspensión del Mundial.
Este revuelo en un clima ya bastante preocupante por el belicismo del conflicto, provocó la rápida intervención de la UEFA, que ese mismo mes despojó de reconocimiento oficial todo partido jugado por clubes crimeos que fuese organizado por Rusia. Por lo que en Enero, en aras de calmar el asunto, la federación rusa decide excluir a los tres equipos de la Segunda División que iban a disputar. Siete meses después, el germen de una Liga independiente de Crimea se hacía realidad. El 22 de agosto volvían a importar los goles en el territorio crimeo.
El partido inaugural no podía ser otro que el simbólico Sevastopol-Tavria, los dos equipos que antes movieron sus fichas para jugar en la madre Rusia. A ellos se les han unido seis equipos más para dar lugar a una Liga corta, modesta: Rubin Yalta, Bajchisarái, Kafa, Ocean Kerch, Berkut Evpatoria y Yevpatoriya. La Premier League de Crimea.
Una competición auspiciada por la UEFA, que vio en ella la salida menos difícil del asunto, y financiada por el Ministerio de Deportes ruso, que prefiere recular en vista del Mundial de 2018. Ya habrá tiempo para que los rusos, siempre tras la cita venidera, vuelvan a incluir en sus ligas a los equipos crimeos que tanto honran a Rusia, al abandonar desde el principio la estructura ucraniana.
Quizás en ese momento, en un tiempo menos cambiante, los jugadores de los equipos de la Premier League crimea puedan representar a sus respectivas selecciones, y por qué no, a Rusia. Es cierto que pocos jugadores destacan en medio de este volátil contexto, quizás el delantero Danishevsky (Sevastopol) y el medio veterano Rashevskiy (Tavria). Aunque de momento el mayor logro se fija en una plaza para las competiciones europeas del año que viene. Un premio para el ganador de la primera liga independiente de la península, que se está negociando en los despachos suizos.
En definitiva, miramos con alegría escéptica cómo un territorio recupera su fútbol tras vivir una situación de conflicto. No corresponde a nosotros juzgar la legitimidad de vencedores o vencidos, pero el ser humano tiene derecho a disfrutar de su vida y por supuesto, del deporte. Y lo decimos en la víspera de un Omán-Siria, totalmente vacío en lo futbolístico, pero rico en lo simbólico.
En lo que supone ver a la selección de un país sumido en uno de los peores momentos de su historia. Un país también azotado por la guerra y con miles de exiliados. Esperemos que el deporte lejos de separar o dificultar, una y ayude.
Porque cuando el balón rueda en el césped, no lo pueden hacer las granadas.
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