Hace unos días leí un editorial en ABC que trataba sobre las televisiones autonómicas y su papel en la actual crisis económica. Curiosamente, el mismo tema lo habíamos tratado con anterioridad en una clase de la asignatura Estructura de la Información.
En el texto, escrito por Xavier Pericay, se habla de la disyuntiva entre servicio público y rentabilidad que almacenan en su seno las corporaciones de radiotelevisión públicas. Dos ideas que, como se puede apreciar tan sólo al leerlas, no tienen nexo de unión alguno. ¿Cómo podemos mantener una televisión que abogue por el servicio público si éste no es rentable? Si lo primero que hay que buscar para su existencia, por tanto, es la rentabilidad, los beneficios, ¿no significa eso dejar de ejercer un servicio público en pos de otros provechos de tipo económico?
Una encrucijada a la que se suma la doble financiación de las radiotelevisiones públicas (excepto RTVE que ya prescinde de los ingresos por publicidad): es decir, mientras las cadenas privadas se sufragan gracias a la publicidad y al capital de los accionistas, las cadenas públicas se financian tanto con las partidas anuales destinadas a tal fin en los presupuestos como con los anuncios.
¿No es hora de erradicar la publicidad de las autonómicas públicas para que realmente sea posible un verdadero servicio público? ¿No es el momento idóneo para llevar esta empresa a cabo? Y, en tal caso, ¿veríamos esa televisión de servicio al ciudadano?
El futuro no es muy alentador: todo el mundo habla del tema pero nadie se pone manos a la obra para terminar con la doble financiación y hacer realidad la idea por la que se gestó la televisión pública. Mientras tanto, los perjudicados somos los ciudadanos, que esperamos una televisión que con menor presupuesto sea capaz de aportarnos mayor calidad y un mejor servicio público.