Revista Cultura y Ocio

El gato de escayola

Por Revistaletralibre
El gato de escayola
Por C.R. Worth crw

«Veo menos que un gato de escayola»

Dicho popular

Lo compró hace muchos años en una feria de artesanías y desde entonces lo tenía en un lugar principal en su casa, encima de la chimenea del salón. Era una pieza de arte que solía gustar a todo el mundo, y que como la Monalisa, tenía ese efecto óptico de trampantojo en el que parece que la imagen te sigue con la mirada, sin importar donde te coloques.

Pasaron los años, y aquel mudo espectador vio la casa cambiar, sus moradores crecer y salir del nido, y cómo la Parca se llevó a su esposo allí mismo en el solón tras un fallo cardíaco. La vio languidecer día a día sentada al lado de la ventana esperando la visita de esos hijos que nunca se acordaban de ella; hasta que falleció de tristeza mirando por el ventanal.

Aquellos descastados retoños se repartieron el botín de la herencia y el gato de escayola fue a parar a la casa de una de las hijas, y al igual que en casa de su madre ocupó un lugar principal. Decía la muy hipócrita que era como tener a su madre más cerca, que le recordaba a ella.

Allí, en ese lugar privilegiado, vio pasar la vida de esta nueva generación, las penas y las alegrías. Observó a la criada sisando, los demonios de los gemelos poniéndole una traca al perro en el rabo, al marido diciéndole a la sirvienta «ábrete de patas, corazón», a ella llorando cuando lo descubrió y su venganza con el instructor de tenis. Fue testigo de ese matrimonio roto siguiendo las apariencias; las puyas en el morillo y varas de castigo de uno a otro. Vio los porros de los adolescentes cuando no estaban sus padres, y cómo se bebían el licor; las broncas por las malas calificaciones y cada regalo de navidad.

Siguió con la mirada a los ladrones cuando entraron por la televisión, el DVD, los ordenadores y las joyas. Tenía la descripción perfecta para los policías, pero no dijo nada.

Tras el divorcio y los hijos salir de casa, ella empezó a mirar por la ventana. Las hojas brotaban en primavera, se tornaban de color ocre y caían en otoño; año tras año la misma rutina, pronto necesitó sentarse para ver el ir y venir de los viandantes, y esos hijos que no venían a visitarla.

Impávido el gato seguía observando la vida de esta familia. No era que no pudiera ver, era que no podía hablar.


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