Me pareció muy interesante, así que lo comparto con ustedes.
La Humanidad tiene que hacer frente a una gran diversidad de “verdades incómodas”. Al Gore, la cumbre de Copenhague y el concepto de una “economía de bajo consumo de carbono” han convertido a una de ellas en un tema de gran actualidad. Otros ejemplos incluyen la sobrepoblación global, la destrucción de la capa de ozono, la contaminación de la cadena alimenticia marina, la crisis de la biodiversidad, las armas de destrucción masiva y el aumento espectacular de incidencias de numerosas enfermedades. Todas estas verdades incómodas se podrán considerar secundarias después de abordar la cuestión de quién es el responsable de los dilemas actuales. El "Homo superdepredador” –el tipo de Homo que actualmente domina a todas las criaturas que viven en el planeta Tierra– está dotado con un increíble potencial de agresividad y es sin duda el responsable de las muchas amenazas a las que se enfrentará nuestra especie durante el tercer milenio: esta es la Principal Verdad Incómoda.
Genesis del Homo superdepredador
Las preguntas básicas, por lo tanto, tienen que ver con la génesis de los principales rasgos del Homo superdepredador. Es probable que los factores genéticos sean importantes, puesto que el potencial para la agresividad de nuestro pariente cercano, Pan Troglodytes (el chimpancé común), está bien documentado: estos primos nuestros toman parte en guerras y violaciones; se ha observado que los humanos y los chimpancés son las únicas especies que matan a sus congéneres deliberadamente, con premeditación. No obstante, desde un punto de vista más práctico y para idear un cambio hipotético hacia una humanidad renovada, capaz de vivir en paz y de forma sostenible, tenemos que considerar los posibles factores epigenéticos que refuerzan estos rasgos humanos.
Para investigar factores epigenéticos de este tipo, primero tenemos que referirnos al momento decisivo, cuando nuestros ancestros empezaron a domesticar a otros seres vivos. En ese momento los grupos de humanos adaptaron sus estrategias de supervivencia con el comienzo de la agricultura y la ganadería. La construcción de pueblos y ciudades proporcionó una nueva dimensión al concepto de territorio. Surgieron razones renovadas para conflictos territoriales y económicos. Desde ese momento, la estrategia de supervivencia de los grupos de humanos ha estado basada en la dominación de la Naturaleza y en la dominación –incluso la eliminación– de otros grupos de humanos. Nos es fácil comprender que durante miles de años, los grupos de humanos exitosos han sido aquellos que hayan transmitido de generación en generación las creencias y rituales que amplifican el potencial humano de la agresión. La dominación de la Naturaleza y de otros grupos de humanos tiene implícita la capacidad de destruir la vida y por lo tanto influye en el desarrollo de la capacidad de amar.
En el 2010 tenemos algunas pistas sobre el momento en el que aparecen factores medioambientales que pueden influir en el desarrollo de los rasgos principales del Homo superdepredador. A la par que conceptos como la expresión génica, el silenciamiento génico, y la modulación epigenética aparecen más corrientemente en la literatura científica, estamos aprendiendo a plantear nuevas preguntas sobre la génesis de condiciones patológicas y rasgos de personalidad. En el pasado, se trataba principalmente de comparar los componentes de los factores genéticos y medioambientales y de identificar los genes implicados. Hoy tenemos que pensar en términos de timing o del momento exacto cuando algo ocurre.
Una de las funciones de la Base de Datos de Investigación en Salud Primal es tratar de identificar los momentos críticos para la interacción génico-medioambiental en cuanto a los rasgos de personalidad y los estados de salud. Una visión del conjunto de la base de datos sugiere que en cuanto a la génesis de rasgos metabólicos, los períodos críticos significativos ocurren durante la vida fetal, mientras que el período alrededor
del parto parece ser crucial para la capacidad de amar y el potencial de agresión. De esta manera, una exploración de la base de datos, usando palabras clave que indican tipos metabólicos (tales como obesidad, diabetes tipo 2, resistencia a la insulina, o cardiopatía) muestran estudios que detectan factores de riesgo sobre todo durante la vida fetal, mientras que palabras clave que tienen que ver con alteraciones en la capacidad de amar (incluyendo el amor hacia uno mismo) muestran estudios que detectan los factores de riesgo sobre todo durante el período perinatal.
Esto es lo que ocurre con palabras clave como por ejemplo criminalidad, autismo, suicidio, drogadicción y anorexia nerviosa.
Por eso podemos dar por hecho que en las sociedades donde el desarrollo del potencial de agresión es decisivo, es a través de creencias y rituales perinatales que los entornos culturales puedan interferir eficazmente –exactamente de la misma forma en la que todos los entornos culturales han interferido durante miles de años. Han amplificado las dificultades del parto humano; han retado al instinto maternal agresivo-protector, separando al recién nacido de la madre y han retrasado el inicio de la lactancia materna. (El instinto maternal agresivo-protector no necesita una definición: solo hay que imaginarse la agresión que resultaría si alguien intentase quitarle el recién nacido a una madre chimpancé).
Harían falta varios tomos para revisar todas las maneras tradicionales en las que se ha interferido con los procesos fisiológicos durante el período perinatal en diferentes entornos culturales. Un repaso del conjunto de las creencias y rituales más generalizados, nos revela, sobre todo, las cicatrices perineales que quedan tras el ritual de la mutilación genital, diferentes aspectos de la socialización del parto, la evolución del papel de la matrona, creencias relacionadas con calificar al calostro como “malo” o el peligro del contacto visual entre la madre y el recién nacido, rituales relacionados con el corte precoz del cordón umbilical, la autorización por la que tiene que esperar la madre antes de poder tocar a su bebé (autorización que puede ser concedida por el chamán, el padrino, la matrona o por el padre, por ejemplo). El efecto cumulativo de creencias y rituales de tal grado de generalización, constituye un condicionamiento cultural poderoso resultando en que una mujer sea incapaz de dar a luz sin la ayuda de asistentes al parto que colaboran con su pericia y energía, y que el recién nacido requiera de un cuidado urgente, proporcionado por una persona diferente a la madre.
Del Homo superdepredador al Homo ecologicus
Estas consideraciones sobre la génesis de los rasgos principales del Homo Superdepredador asumen una importancia primordial en un momento decisivo en la historia de la humanidad, cuando nos damos cuenta que lo que está en juego es la salud del planeta y la supervivencia de nuestra especie. Estamos aprendiendo que la dominación de la Naturaleza tiene sus límites. La necesidad de crear más unidad en el pueblo planetario es cada vez más aceptada. Tenemos que preguntarnos sobre cómo el respeto a la Madre Tierra, como faceta del amor, pueda desarrollarse. Dicho de otro modo, entendemos que la humanidad tiene que inventar estrategias radicalmente nuevas para la supervivencia. Esto conlleva una evolución del Homo Superdepredador hacia un ser humano que podríamos llamar Homo Ecologicus.
Primero tenemos que aclarar, de forma concisa, en qué consiste la naturaleza de este momento decisivo de la historia de la humanidad.
Aún cuando, durante miles de años, haya sido una ventaja para la supervivencia de los grupos de humanos desarrollar el potencial de agresión, ahora es imprescindible, para la supervivencia de nuestra especie, que desarrollemos la capacidad de amar. Usando como referencia a nuestro pariente cercano, el chimpancé común, hemos sugerido que los factores genéticos podrían explicar nuestro potencial de agresión. De la misma forma, usando a otro de nuestros parientes muy cercanos, el bonobo (el bonobo, o Pan Paniscus, recientemente diferenciado del chimpancé común), podemos suponer que nuestra capacidad evidente de amar también tiene una base genética sólida: el altruismo y la compasión, que existe entre los bonobos, están bien documentados y no hay constancia de agresiones letales, ni entre la población salvaje ni en cautividad y tampoco consta informe alguno sobre machos forzando la copulación, maltratando a las hembras adultas o matando a las crías.
¿Será utópico tal programa?
En el contexto científico actual es teóricamente factible explorar el concepto de períodos críticos del desarrollo y programar una evolución del Homo superdepredador compatible con la upervivencia de nuestra especie. Primero, harían falta estudios científicos, desde una perspectiva fisiológica, sobre las necesidades básicas de la mujer de parto. Después tendríamos que digerir estos datos científicos para liberarnos de una larga historia de creencias y rituales, que están perdiendo sus ventajas evolutivas y también tendríamos que abandonar lo políticamente correcto.
Un descubrimiento importante de la segunda mitad del siglo veinte, proporciona un ejemplo revelador en cuanto al poder que las disciplinas científicas modernas puedan ejercer para desafiar los aspectos de condicionamiento cultural profundamente arraigados. No fue hasta los años 70 que se descubrió que un bebé humano recién nacido ¡necesita a su madre! Cuando era estudiante de medicina en una unidad de maternidad en 1953, nunca había oído de una madre que pidiera quedarse con su bebé recién nacido en brazos, como si, en esa época, todo el mundo “supiera” que un bebé recién nacido rutinariamente necesitara “cuidados” proporcionados por una tercera persona. De repente se hicieron ensayos aleatorios controlados, que investigaron los efectos del contacto piel con piel directamente después del nacimiento. Estudios de este tipo fueron inspirados por el concepto de un período crítico para el apego madre-bebé, presentado por etólogos investigando a mamíferos no humanos. Al mismo tiempo había una nueva generación de investigación sobre el efecto conductual de hormonas que fluctúan en los períodos perinatales. También se realizaron más estudios sobre la composición del calostro temprano, la manifestación temprana del reflejo de búsqueda y la capacidad que tiene un recién nacido de encontrar el pecho durante la hora siguiente al parto. Desde una perspectiva inmunológica aprendimos que IgG (Inmunoglobulina G) traspasa con facilidad la placenta humana, de forma que los microbios que son familiares para la madre también son familiares para el recién nacido libre de gérmenes. Esto llevó a la conclusión de que, desde una perspectiva bacteriológica, los gérmenes que se transmiten de la madre, idóneamente deberían ser los primeros en colonizar el cuerpo del bebé. Hoy se puede afirmar que, durante el siglo veinte y gracias al desarrollo rápido de varias disciplinas científicas, se descubrieron las necesidades básicas del humano recién nacido.
Puesto que ha sido posible realizar descubrimientos científicos de tal magnitud sobre las necesidades básicas del recién nacido, osamos afirmar que ahora no sería utópico un descubrimiento sobre las necesidades básicas de la mujer de parto –a pesar de enfrentarse a dificultades similares. Contamos con que estudios en profundidad, inspirados por conceptos fisiológicos como el antagonismo catecolaminas –oxitocina e inhibiciones neocorticales, abran vías fructíferas para la investigación. Aguardamos más estudios sobre la manera en la que los factores medioambientales influyen en la liberación de la oxitocina –la “hormona tímida”.
Se prevé que un paso difícil será el digerir los conocimientos científicos y hacer que sean culturalmente aceptables. Los obstáculos ya son obvios en cuanto a las necesidades del recién nacido. La aceptación cultural del hecho que un bebé recién nacido necesite a su madre, tiene algunas implicaciones prácticas visibles: por ejemplo, hizo que el concepto del rooming-in se convirtiera en algo familiar seguido por el concepto del método canguro. Los datos científicos, sin embargo, no fueron fácilmente aceptados por el entorno cultural.
Mientras los científicos se concentraban en la interacción madre-recién nacido, el entorno cultural interpretó los resultados afirmando que el recién nacido necesitaba, de forma inmediato, a sus padres. De repente se estableció la doctrina de la participación del padre en el parto. Es como si una interacción madre-recién nacido sin interferencias culturales no fuera aceptable. Es de esta forma que se dio el salto de una generación de asistentes al parto, que no tenían ni idea sobre lo que podía ser la interacción madre-recién nacido, a otra generación, acostumbrada a un nuevo aspecto de la socialización del parto y que carecía de conocimientos sobre la manera en la que pueda transcurrir un parto sin nadie alrededor de la mujer que está de parto, a parte de una matrona experimentada, madura, silenciosa y discreta.
Obstáculos de esta índole, probablemente, retrasarán una comprensión clara de las necesidades básicas de la mujer de parto. El efecto condicionador de miles de años de partos socializados se ha visto reforzado durante las últimas dos décadas gracias a la acumulación de mensajes visuales. Ha habido una verdadera epidemia de videos de supuestos partos naturales. El poder de este tipo de mensajes visuales es enorme en cuanto al condicionamiento cultural. En la mayoría de estos casos se muestra a una mujer que está de parto, rodeada de dos o tres personas (incluyendo un hombre), todos mirándola (además de, claro está, la cámara). Estos partos se presentan como “naturales” porque la escena se desarrolla en casa o porque la madre está a gatas o porque está en una piscina de parto. Pero el entorno es muy poco natural. El mensaje que se transmite por estas imágenes potentes y el vocabulario usado actualmente es el siguiente: -no se puede dar a luz sin la participación de otras personas que contribuyen con su pericia (coaching, gestión etc.) o su energía (el apoyo etc.). ¿Podemos sobreponernos a un condicionamiento cultural tan fuerte?
Una interacción entre el conocimiento y la conciencia
En un tiempo cuando la investigación científica se desarrolla a una velocidad sin precedentes, todas las preguntas relacionadas con la supervivencia de nuestra especie inspiran preguntas sobre la capacidad humana de digerir el conocimiento científico. En otras palabras, la exploración de la interacción entre el conocimiento y la conciencia se está haciendo más decisiva que nunca.
Los conocimientos científicos pueden inducir y estimular una nueva conciencia. El descubrimiento de que un recién nacido necesita a su madre es un ejemplo típico de datos científicos constituyendo la base de una nueva conciencia. Por otra parte, una nueva conciencia puede llevar a conocimientos científicos o a ayudar a evaluar la importancia de datos científicos. Además, demasiada información proporcionada por una disciplina altamente especializada puede convertirse en un obstáculo a una nueva conciencia. Un buen ejemplo es el gran número de mujeres obstetras quienes, según estudios británicos y americanos, programan una cesárea para el nacimiento de sus propios hijos y aceptan la operación como una forma rutinaria de dar a luz.
Su postura se puede entender, puesto que son profesionales altamente especializadas
y únicamente tienen en mente los resultados de innumerables ensayos aleatorios controlados que sugieren, según los criterios usados rutinariamente en la investigación médica para evaluar las prácticas de la obstetricia, que una cesárea es una opción fácil y segura. Otras mujeres, que no se han visto influenciadas por el mismo tipo de información, han llegado a un nivel más avanzado de conciencia y consideran la vía abdominal como inaceptable como primera opción. La conciencia puede ser inducida por el conocimiento intuitivo (“conocimiento”) anteponiéndose a los efectos que puedan conllevar los datos científicos.
La importancia de ser bilingüe
En todo el mundo hay núcleos de personas vanguardistas que poseen una capacidad especial de llegar a una nueva conciencia antes que los demás. Su responsabilidad consiste en ayudar a través de la iniciación y la divulgación de nuevas conciencias. Mientras intentan transmitir sólo su conocimiento intuitivo –mientras sólo hablan el “lenguaje del corazón”– su esfuerzo resulta infructuoso. Para tener influencia deben racionalizar su “instinto visceral”. Tienen que entrenarse para ser “bilingües” –es decir que tienen que aprender a combinar el “lenguaje del corazón” o la transmisión de sus conocimientos intuitivos, con el lenguaje científico.
Cada vez se hace más fácil combinar estos dos lenguajes.
Para ilustrar esta necesidad de ser “bilingüe” vamos a empezar con el ejemplo de aquellas ersonas que aceptan la cesárea como la manera preferida de tener a un bebé. ¿Cómo podemos ayudarles a alcanzar otro nivel de conciencia? En el contexto científico actual es fácil explicar que para dar a luz a los bebés y alumbrar la placenta, todos los mamíferos –incluyendo los mamíferos humanos– tendrían que liberar un “coctel de hormonas del amor”. También es fácil recordar que, hasta hace poco tiempo –a pesar de las interferencias culturales– una mujer no podía tener un bebé sin depender de la liberación de un flujo de hormonas de este tipo. Sin presentar datos estadísticos sofisticados, podemos hacer patente fácilmente que, a nivel planetario, el número de mujeres que dan a luz y alumbran la placenta gracias a la liberación de un flujo natural de hormonas se está acercando a un cero, puesto que muchas de las que todavía dan a luz por vía vaginal, necesitan sustitutos farmacológicos que obstaculizan la liberación de hormonas naturales sin compartir sus efectos conductuales. Esto es una forma sencilla de explicar que la historia del parto se encuentra en un momento decisivo; es una forma sencilla de sugerir que las hormonas del amor se están haciendo inservibles en el período critico en torno al nacimiento; es una forma sencilla de inspirar preguntas en términos de civilización; es una forma sencilla de clarificar en qué deben consistir nuestros objetivos.
Nuestros objetivos no deberían ser la eliminación de la cesárea, que de hecho constituye una operación de rescate maravillosa. Nuestros objetivos deberían constituir la creación de condiciones para que el mayor número de mujeres posible pueda dar a luz a sus bebés y alumbrar las placentas gracias a la liberación de sus propias hormonas naturales.
Este objetivo solo será realista el día en que las necesidades básicas de la mujer de parto sean bien comprendidas. Todos aquellos que, sin importar su procedencia, se dan cuenta de que el altamente inteligente Homo superdepredador es capaz de hacer inservibles a las hormonas del amor, se preguntarán lo que pasará con nuestra civilización después de que varias generaciones sigan por el mismo camino.
De hecho, el lenguaje científico nos ayuda a darnos cuenta de, y racionalizar, la necesidad que tenemos para alcanzar una dimensión colectiva. Para esto no podemos usar a los animales como modelo. Entre los mamíferos no-humanos las consecuencias de interferir en el proceso de parto son espectaculares e inmediatas desde un punto de vista individual: en general la madre no muestra interés por su bebé. Entre los humanos hacen falta estudios a largo plazo, con cantidades enormes de sujetos, para poder detectar un efecto significante. Esto queda patente al explorar la Base de Datos de Investigación en Salud Primal. Por ejemplo, un estudio realizado con toda la población femenina sueca, nacida durante un período de tiempo de diez años, fue necesaria para demostrar que los partos con fórceps y ventosa son estadísticamente factores de riesgo significativos para desarrollar anorexia nervosa más adelante en la vida; de la misma manera fue necesaria la inclusión de más de 50,000 sujetos varones nacidos en Jerusalén, durante un período de tiempo de ocho años, para demostrar que los resultados medios de inteligencia eran significantemente más altos en aquellos nacidos por fórceps o ventosa. Necesitamos sobre todo esta rama en fase de desarrollo, perteneciente a la epidemiología, llamada Investigación en Salud Primal, para entrenarnos a ampliar nuestros horizontes para la transición necesaria hacia el Homo ecologicus. ¿Será posible modificar de manera deliberada y consciente los rasgos dominantes del Homo superdepredador a través de lo que sería un proceso de modulación epigenética? ¡Será posible soñar con un paso tan fundamental en la historia de la humanidad!
Michel Odent
http://wombecology.com
Marzo de 2010