No existen estadísticas públicas en las que apoyarse, pero el anarquismo, que vivió en España momentos de gran fuerza durante el siglo XIX y primera mitad del XX, está renaciendo en la España del siglo XXI, ahora empujado por un Zapatero cuyo gobierno está convirtiendose en el adversario odiado de millones de ciudadanos.
El auge del anarquismo se detecta, sin embargo, en dos ámbitos convincentes: en las encuestas, que reflejan ese sentimiento en muchos de los ciudadanos que son interrogados, y en Internet, donde las páginas, blogs y portales de inspiración anarquista han crecido exponencialmente en los últimos años.
Nadie habla de ese tema porque es tabú, un secreto incómodo para los políticos y las clases dominantes, pero en la España de Zapatero vuelve a fortalecerse el pensamiento anarquista, como en los tiempos ignominiosos de Fernando VII, como ha ocurrido siempre que el país se sintió oprimido o presa del abuso de poder, la corrupción y el mal gobierno.
La agonizante monarquía borbónica, baluarte de una España injusta de caciques y señores feudales, conoció en el siglo XIX y principios del XX un poderoso incremento del anarquismo que marcó la convivencia española con rebeliones, atentados, desacatos a la autoridad y miles de boicots y actos de rebeldía. El anarquismo fue protagonista destacado en la guerra civil de 1936 y disputó el poder en el bando republicano a una alianza entre socialistas y comunistas que sólo se impuso gracias a la ayuda de Stalin.
Hoy, cuando el poder en España vuelve a ser injusto, corrupto, clasista, arrogante y ajeno a los intereses del pueblo y al bien común, el anarquismo surge de nuevo como emanación pura de la indignación popular y del deseo de acabar con los abusos de una casta que, además de injusta y arbitraria, es torpe e inepta.
El sentimiento dominante del anarquista es el odio al Estado y al gobierno, algo que no ha parado de crecer desde que Zapatero ganó las elecciones de 2008 y quedó claro que conduciría a España hacia el fracaso, como finalmente ha ocurrido.
Sentimientos derivados y subsidiarios de ese odio básico al Estado son el desprestigio de la clase política, el rechazo al sistema, el avance de la abstención y de los votos blancos y nulos, el castigo al gobierno en las urnas y un rechazo a programas de recaudación fiscal que son considerados como abusivos e injustos.
Los nuevos anarquistas españoles no son terroristas dispuestos a poner bombas y a morir con tal de llevarse por delante a algún político odiado, sino gente pacífica, que ha creído en la democracia, que se siente engañada y estafada por el poder político y que, por culpa de la ineficacia y del comportamiento predador del sector público, cada día siente más rechazo y hasta odio a sus gobernantes.
Otras consecuencias típicas del auge anarquista son el rechazo a lo público, la creciente organización de los ciudadanos en foros e instancias ajenas al poder político y el rechazo absoluto a los partidos políticos.