La historia que traigo a nuestros queridos lectores es una de ésas a las que no ha sentado bien el paso del tiempo. Aquellas que con el transcurso de los años han quedado enterradas bajo una injusta pátina de olvido. La leyenda de un mito al que casi nadie recuerda y que nos dejó hace ya algo más de 55 años. Porque si los anales nos han demostrado que la trayectoria histórica del fútbol ha sido ultrajada innumerablemente por la política, la figura que, para muchos, presentamos en estas líneas es fiel ejemplo de dicha injuria. Que deje el balón de rodar, que hoy hablamos del gran Joaquín Urquiaga Legarburu.
Un portero atípico
El gran inconveniente de enfrentarte a una figura tan desconocida como la de Urquiaga es la falta de documentación en la que basar esta semblanza. De hecho, de lo poco que se puede extraer en sus orígenes, es del llamativo físico que le acompañó durante toda su carrera. Su opulencia bajo palos le valió el sobrenombre de gordo. Una figura llamativa, incluso en una época como aquella, mucho menos exigente desde el plano fisonómico. Una rotundidad en sus líneas, pesaba más de 100 kilos, que no le eximía de reflejos según las crónicas.
El otro dato que podemos rescatar de sus raíces es su pertenencia a la escuela vasca. Nacido en Zorroza, se convirtió en un claro exponente de las primeras camadas de arqueros de Euskadi. La mejor cantera histórica de guardametas. Iribar, Arconada o Esnaola son algunos de los argumentos que apoyan una teoría que pocos se atreverían a refutar. Aunque nada se conoce de los primeros pasos de nuestro protagonista en el balompié norteño. Quizás, y dada la poca profesionalidad del deporte rey por aquel entonces, ni siquiera procediese de un club más allá de lo amateur.
Historia verdiblanca
Sea como fuere, las primeras actuaciones de Urquiaga en la élite proceden de su época en el Real Betis. El campo de Heliópolis, inaugurado tres años antes dentro del marco de la Exposición Iberoamericana de 1929, fue testigo de las paradas del joven arquero. Además, el destino quiso que su bautizo llegara un 25 de diciembre ante todo un F.C. Barcelona. Y no lo haría mal, puesto que a partir de ahí, se afianzó como portero titular verdiblanco durante cuatro campañas. Y todo a los 22 años, una edad poco habitual en la posición más retrasada del esquema futbolístico.

Pero el hecho que lo encumbró por siempre a la gloria bética fue su labor en la histórica temporada 34-35. La única en la que el club verdiblanco ha sido capaz de hacerse con el título de liga en su centenaria trayectoria. Un honor, el de ser el guadameta del campeón de Liga, que no quedó ahí. Sus actuaciones fueron tan notorias que le permitieron cosechar el logro, aún no llamado Zamora, de ser el portero menos goleado del campeonato. Sólo pudieron batirle en 19 ocasiones durante los 21 partidos que disputó bajo la portería heliopolitana. Una hazaña que provocó la llamada de la selección española para un amistoso ante Austria en enero del 36.
Maldita guerra
Llegó la contienda civil a mediados de 1936 y c omo muchos de sus compañeros el gordo Urquiaga decidió abandonar un país que se desengraba. Aunque nada se sabe, tampoco, de sus afiliaciones políticas, decidió probar suerte cruzando el charco hacia México. Y la encontró si nos atenemos a los datos. Una andadura que comenzó en el Asturias, equipo donde se sentiría arropado por otros muchos compatriotas exiliados. En este club ya desaparecido, empezó a destacar en torneos amateurs, hasta que en 1943 se hizo con la primera edición liguera con carácter profesional celebrada en el país azteca.
Plenamente adaptado y reconocido en el fútbol mexicano, decidió enrolarse en el equipo de la ciudad en la que se afincó a su llegada de España, Veracruz. En los Tiburones volvió a hacer historia, consiguiendo en 1946 el primer título liguero para un club que desparecería el año pasado a causa de los problemas financieros. Tal fue la huella del vasco allí, que tras su retirada el año siguiente, se convirtió en entrenador de los escualos, a los que llevo en 1948 a levantar el torneo copero.
Joaquín Urquiaga, gen ganador
Consolidado como un grande del fútbol azteca, también en los banquillos, Urquiaga decidió afrontar el reto de dirigir a un club con grandes expectativas y corta historia, el Tampico. Pero como si llevase la victoria en la sangre, el exguardameta volvió a asociar su nombre al triunfo, logrando el primer entorchado liguero de los de Tamaulipas. Fue en 1953 y a partir de ahí, su periplo en el mundo del fútbol entró en un vacío del que nada se recuerda.
Quizás se alejase del deporte rey, toda vez que ya había ganado todo lo posible en cuanto a competiciones mexicanas. O quizás le quemaba la añoranza de la tierra. Lo que sí podemos confirmar es que en 1963, ya con 53 años de edad, decidió retornar a su querido País Vasco. Sabedor de su pronto ocaso vital, se estableció en su rememorado Bilbao, donde pudo disfrutar de sus últimos dos años de existencia. Y fue así como se forjó la leyenda de El gordo Joaquín Urquiaga, también conocido como el chavo, un mito olvidado. Un héroe bajo palos desconocido para el gran público y del que la guerra civil nos privó durante sus mejores años.