Revista Cultura y Ocio

El gran amor con los grandes ojos

Publicado el 19 octubre 2017 por Gllamphar @gllamphar
Uno de estos días, utilizando el transporte público, me encontré mirando al mundo y al producto de su esfuerzo.
Llevaban  muchas cosas, una mochila en un hombro, una bolsa en el otro, las manos llenas de vida. Y él, el amor, una mochila y una camiseta que se había cambiado para olvidarse de la escuela. El amor abandonó su asiento, prefería ir medio hincado en el piso, jugando, como para ayudar al resto de la civilización dejando un asiento libre para alguien que lo necesitara más porque sus piernas no responden o porque su día fue bastante más atroz. Casi no habló. Casi nadie habló.
Se aproximaba su parada, lo sé porque comenzaron a recoger las cosas que habían desparramado en su área personal y la de unos cuantos usuarios más. El mundo le dijo que se parara antes, que ya casi llegaban. El amor obedeció, confundido porque el conductor no parecía enterado de su necesidad de bajar allá ‘en la siguiente parada’. Pero no se volvió a sentar porque el mundo no se lo ordenó ni se lo dijo. Se acercó a la puerta y regresó, convencido ahora de que debía haber una equivocación, alguien no le había informado al conductor que se iban a bajar. Preguntó al mundo, ‘¿aquí?’, ‘no’, le dijo, ‘en la siguiente’ pero le pidió que igual se acercará y le dio un empujoncito en la espalda. Volvió a caminar hacia la puerta y regresó, obtuso en su decisión de estar seguro antes de realizar cualquier movimiento. El mundo notó entonces que habían olvidado algo, la playera que el amor se había cambiado. Le pidió que la recogiera entre mil y un cosas que ya llevaba en ambas manos. El amor regresó, tomó la playera y usando de pretexto ese momento esperó a que el mundo le confirmara lo que debía hacer. Y ahí lo vi.
Estaba este joven de no más de ocho años mirando al mundo hacia arriba,expectante. Admirándolo. Con los ojos bien abiertos y fijos en su expresión, con la boca inmóvil igual que todo su cuerpo. Este niño esperaba a que el mundo se detuviera, que le dijera lo que debía hacer con absoluta solemnidad y naturalidad, sin encontrarlo extraño. Esta admiración por el mundo, esta seguridad en el mundo o gracias al mundo me cautivó. Menudo, viendo con esos ojos vivaces hacia arriba parecía mucho más grande, parecía invencible y creo que lo era. En ese momento el mundo no metafórico no habría podido distraerlo, nada hubiera podido. Esa admiración absolutamente magnífica me describió con lujo de detalle la metafísica de las relaciones; una expresión como aquella era pura, sincera, luminosa, una expresión así no cambia con el tiempo a menos que se arruine, que la arruinemos. Esa perfección absoluta sólo puede ser intervenida por personas que no la entienden, ese niño sería un excelente ciudadano, novio, padre y persona. En ese momento sólo pedí que nunca, nunca dejará de ver al mundo así. Nunca, él.
Él sin el mundo no habría sobrevivido, el mundo sin él sería un sinsentido.
El conductor se orilló y el amor preguntó al mundo: ‘¿aquí, mamá?’. El amor bajó primero con el mundo detrás. ‘Gracias’, dijo el mundo sin volverse, sosteniendo la mano del amor entre la suya.
EL GRAN AMOR CON LOS GRANDES OJOS

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