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El gran salto de la modernidad fue una alegoría primitivista, orientalista, rústica y natural.

Por Artepoesia
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Picasso no llegaba a titular sus obras nada más terminarlas, a veces, hasta tardaba dos años en hacerlo. Cuando finalizó una de sus obras más emblemáticas del inicio cubista, esas mujeres desnudas y deformadas realizada en 1907, no fue sino un amigo y crítico -André Salmon- quien pronto nombraría el cuadro como Las señoritas de Avinyó. Haría referencia a unas putas de un prostíbulo de la calle Avinyó de Barcelona. Pero, como fuese éste un lugar muy poco conocido, alguien empezaría a confundir el nombre de la calle barcelonesa con la palabra homófona más conocida de la más conocida ciudad francesa de Avignon. Pero, sin embargo, ¿qué llevaría a Picasso, verdaderamente, a crear esta obra tan absolutamente extraña para entonces?
El Impresionismo habría comulgado gratamente con las innovaciones técnicas y el progreso social e industrial de la sociedad más urbana del siglo XIX. Así Manet y Monet, por ejemplo, plasmaron ciudades modernas y orgullosos ferrocarriles en sus maravillosos y sublimes cuadros. Las grandes naciones europeas habrían además colonizado ya casi todo el mundo, para tratar así de influir -y explotar- tanto sus territorios, como a sus gentes y a su historia. Europa celebraría en Berlín en 1884 una conferencia para repartirse el mundo colonial conocido y por conocer. Así que, por entonces, se darían ya a descubrir las poco admitidas y veladas intenciones de la sociedad occidental en esos remansos de naturaleza virgen, pura, natural, oriental y primitiva.
Pero también por entonces los nuevos y jóvenes creadores nacidos en la segunda mitad del siglo XIX, comenzaron a romper con sus maestros y con esos convencionalismos, si no técnicos y académicos aún, si conceptuales y morales que ellos entenderían ya como el mejor sentido ahora para representar las cosas del hombre y de su vida, a diferencia de lo que habría sido ya todo lo anterior. Sin embargo, no era ésto del todo nuevo. El orientalismo fue una forma de expresar lo diferente y lo desconocido por los pintores y autores ya desde el siglo XVIII, resaltando entonces las virtudes oníricas y fantasiosas de un mundo que, por su exotismo, conllevaría tanto una admiración como una afición tanto más personal que social o institucional.
Lo primitivo sería utilizado contradictoriamente por entonces, tanto ya como una forma despectiva como positiva, simultáneamente. Cuando en 1886 llegara Paul Gauguin a la región de Pont-Aven, en la costa noroccidental francesa, descubrió un lugar elegido casi treinta años antes por artistas y creadores que vieron en sus paisajes y sus gentes el paraíso pintoresco y alejado de una sociedad que, por entonces -mediados el siglo XIX-, podría aún representar aquellos valores puros que anhelaban encontrar. Ahí se desarrollaría ya una forma de crear -La escuela de Pont Aven- que luego llevarían a otras diferentes -pero parecidas- escuelas en toda Europa, y que tratarían así de innovar con sus alardes primitivos una inspiración más natural, más cercana a las cosas simples, sencillas y alejadas de toda sofisticación, industrialización y urbanismo desarrollado.
Y es por lo que el Arte Moderno surgió ya de la oposición a la cultura tradicional, industrializada y urbana de finales del siglo XIX. Alphonse-Etienne Dinet (1861-1929) llegaría hasta cambiar de confesión -se haría musulmán- para identificarse absolutamente con el mundo que le arrebataría y seduciría de las regiones meridionales de la Argelia francesa de finales de ese siglo. En sus retratos de la belleza más racial y auténtica de las mujeres norteafricanas, trataría de conseguir describir la naturalidad y la pureza de sus rasgos como la más perfecta representación ahora de lo ideal, de lo exquisitamente natural, y sin los rasgos contaminados y abyectos de la sociedad occidental a la que pertenecía.
En Las señoritas de Avignon Picasso rompería completamente con la forma de entender la perspectiva, los contornos, el perfil y los colores, pero, ¿no dejaría ya traslucir aquí el gran creador cubista español, además, una expresión primitivista con esos semblantes tan étnicamente tribales? Asociando así ya, a una manera de crear innovadora, una interpretación reivindicada de los mismos elementos que, otros antes que él, ya comenzaran a llevar a cabo -aunque de otra forma- en sus creaciones. Gauguin fue un claro precedente. Su extraordinaria producción polinesia muestra la inspirada manera de vincular por oposición naturaleza frente a sociedad urbana, de poblaciones inocentes aún, puras y devotamente entregadas a su sentido natural, frente a los seres depravados, obtusos y pretenciosos de la torturada sociedad industrial.
Pero, también, ¿no sería ya una forma de utilización de esas mismas culturas primitivas para realizar con ellas una manipulación de su propio devenir histórico? Todo Arte es una forma de poder subliminal, de subjetivismo para ser expresado siguiendo unas pautas propias, y que el creador ya condicionará con su utilización de lo que plasmará luego en su obra. Sin embargo, por otro lado, ¿el Arte debería ser siquiera manipulado ya como un arte manipulador? El Arte es libre en todas sus matizaciones; sólo es una expresión de todas las que existen que, más allá de una visión bella o marcadamente conceptual, no tratará de conseguir cambiar nada, ni condicionar nada, por mucho que el que lo exprese lo haga de la forma más condicional que quiera así expresarlo. Pero, sin embargo, ese fue el gran salto hacia la modernidad.
(Óleo La siesta, 1933, del pintor Marius Buzon, Francia; Obra Las señoritas de Avigon, 1907, Picasso, Museo de Arte Moderno, Nueva York; Cuadro Escena en el jardín de un serrallo, 1743, Giovanni Antonio Guardi, Museo Thyssen Bornemisza, Madrid; Óleo En el borde de la Rambla, 1890, Alphonse-Etienne Denet, Museo de Reims, Francia; Pintura de Paul Gauguin, Visión tras el sermón, 1888, Galería Nacional de Escocia; Obra Los dioses y sus fabricantes, 1878, Edwin Long, Inglaterra; Obra de Van Gogh, Retrato de Père Tanguy, 1887, Museo Rodín, París; Óleo Mata Mua -Érase una vez-, 1892, Paul Gauguin, Museo Thyssen Bornemisza, Madrid.)

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