Otro modo de gritar con una eficacia desigual es lanzar un mensaje a través de la botella. Su impacto es inversamente proporcional a su romanticismo en este mundo hipertecnologizado. O gritar desde una la etiqueta. De un vestido estampado. Eso es lo que le ocurrió a un clienta de Gales de Primark que encontró en una prenda un mensaje manuscrito colgado en el interior de su prenda baratísima: “Obligados a trabajar durante horas agotadoras”. Lo que son las cosas, buscaba las instrucciones de lavado de un vestido que le costó 12 euros y se encontró con un grito. Como periodista, ha de poner en tela de juicio la veracidad de la autoría de la etiqueta después que el escándalo viral de la niña estadounidense con la cara deformada resultara ser un fake de su abuela para recaudar fondos.
Con todo, el grito de la etiqueta ha surtido su efecto. Sobre el movimiento ropa limpia, las condiciones laborales de las personas que cosen para el primer mundo en India o Bangladesh. Si compramos barato ahora ya sabemos a costa de qué es. Si no lo queremos ver, a menos, no podemos negar que lo hemos escuchado. A voces.
