Revista Arte

El grito, de Edvard Munch

Por Lparmino @lparmino

El grito, de Edvard Munch

Edvard Munch, 1933, por Anders Beer Wilse
Galleri Nor - Fuente


Existen hasta cuatro versiones del mismo tema. Apenas algunas variaciones simplemente formales, nunca sobre la composición o sobre la esencia misma de esta obra. El gritode Munch representa una de esas estampas que ya forman parte del imaginario universal, que ha sabido ganarse un hueco, con la violencia retransmitida en ese rostro descarnado y desfigurado por la angustia, en la conciencia colectiva. En definitiva, la obra de arte por excelencia destinada a compartir sitio con otras de las grandes creaciones de la cultura. Son muchas las interpretaciones de esta inquietante composición, a cada cual más variada, atendiendo a los más diversos puntos de vista; y, sin embargo, el propio pintor se había preocupado por dejar de forma concisa y clara qué significaba El grito. En la única versión que se conserva en manos privadas, Munch describía el profundo sentimiento de angustia que retrató de forma magistral a través de las rectas y ondulantes líneas que componen esta obra.

El grito, de Edvard Munch

Medidas de seguridad para proteger El grito
Fotografía: Tu - Fuente

Es de sobras conocida la particular visión en torno al arte esgrimida en el ideario del partido nacional socialista alemán. Desde la llegada al poder de Hitler, los cuadros del noruego Edvard Munch, nacido en 1893, fueron desalojados de los museos alemanes. Era considerado un artista demente; y su arte, un “arte degenerado”. Lo mismo sucedió cuando las tropas nazis ocuparon Noruega. Munch no llegó a ver el final de la Segunda Guerra Mundial: murió en la capital noruega, en 1944.Munch pinta a caballo del periodo revulsivo y revolucionario del fin de un siglo XIX que alumbraba un nuevo mundo, injusto y excesivamente economizado, que maduraría con creces en la siguiente centuria. En su obra tradujo todas las corrientes que radicalizaron la estética decimonónica de un París convulso y bohemio y supo interpretar todas las formas de las que se convirtió en espectador para crear un lenguaje propio de gran personalidad. Desde entonces, Munch ha sido considerado el precursor del movimiento expresionista alemán. La pintura no debía ser mero testigo de un mundo exterior, de hombres leyendo y mujeres bailando, como decía el propio noruego, sino que debía ser capaz de reflejar la introspección del ser humano; sus sentimientos y sus angustias; en definitiva, el arte, la pintura, tenía que retratar el alma.

El grito, de Edvard Munch

Exposición dedicada a Munch en el Palacio de
Bellas Artes de México D.F.
Fotografía: Thelmadatter - Fuente

En El grito, un hombre desfigurado, de rostro anónimo, deforma su rostro para lanzar un desgarrador alarido. Sólo es posible entrever la boca en una mueca horrenda, abierta hasta el infinito, bajo unos ojos desorbitados. El propio personaje sufre el estruendo del ensordecedor grito y tiene que tapar sus oídos. Detrás, en el fondo de la escena, dos personajes son mudos testigos, informes sobre lo que parece ser un paseo que se asoma sobre un fondo de marina, paisaje y cielo dominado por la ondulación angustiosa de la línea.Dicen los expertos que Munchparticipó activamente en la vida bohemia que tenía lugar en esa época tensa de cambios entre el siglo XIX y XX en la capital noruega. En París bebió, igualmente, de los activos círculos artísticos de la ciudad. En ese ambiente, contestatario y radicalizado, nacerían los movimientos que luchaban contra los excesos del incipiente industrialismo y la tendencia que convertía todo, absolutamente todo, en un objeto potencialmente comercial. Incluso, las personas, sus tiempos, las almas podían someterse a los principios de la oferta y la demanda. En ese mundo, incomprensible, inhumano y alienante, los artistas decidieron poner su arte al servicio de los principios que pudiesen salvaguardar la dignidad humana. Y es ahí donde Munch, agotado y confuso, decidió dar un angustioso y delirante grito, un llamamiento brutal ante la incomprensión de un mundo moderno cada vez más ajeno. Sus enfermedades, sus crisis nerviosas, el alcoholismo, una infancia perdida y una juventud sufriente se unen a la incomprensión por un mundo que ha decidido convertir al hombre en un bien sujeto a un valor económico determinado y tendente a la baja.Luis Pérez Armiño

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