Revista América Latina
Centroamérica está a las puertas del “hambre estacional”, que se repite año tras año, de ahí el nombre. Este año, sin embargo, va a tener una duración y una severidad mayor que otros años. De hecho, puede ser como en el 2002, cuando la hambruna golpeó a Guatemala con fuerza. Todavía no estamos ante una crisis alimentaria, pero todas las señales apuntan a que podemos tenerla en unos meses si no se actúa a tiempo. Por otro lado, no debería sorprendernos que esto pase ahora, pues sucede todos los años. Sin embargo los hombres y mujeres que vivimos en la ciudad y tenemos el alimento en los supermercados no nos damos cuenta. Pero los pobres rurales sí que conocen este fenómeno, que suele llegar entre Junio y Agosto, entre el final de las reservas de la cosecha de postrera y la nueva cosecha de primera. Por suerte o por desgracia, este año lo vamos a conocer todos los ciudadanos de la región porque la gravedad del hambre estacional es tal, y su duración va a ser tan larga (Marzo-Agosto), que puede transformarse en una crisis nutricional regional si no se ataja a tiempo. La dura sequía de este año 2010 ha hecho que se pierda entre el 50 y 100% de las cosechas de postrera en la zona conocida como Corredor Seco, que abarca parte de estos tres países. Esto afecta a casi un millón de hogares productores de granos básicos, que dependen completamente del agua de lluvia para asegurar sus cosechas. Al hambre estacional “normal” de cada año, se le ha sumado en 2009 otro fenómeno cíclico (El Niño) que ha contribuido a agravar la situación. Se prevé que la sequía dure en la región hasta mediados de año, por lo que las lluvias de Abril-Mayo, tan necesarias para asegurar la cosecha de primera, pueden no venir o venir escasas. Por esta razón, es fundamental que los gobiernos de la región se movilicen para asegurar la producción de primera de los pequeños agricultores. Para ello, la distribución de semillas de calidad resistentes a la sequía, y unos adecuados insumos agrícolas, sería un movimiento esencial. Además, los Gobiernos deberían hacer un esfuerzo y ampliar los programas de transferencias monetarias o en especie (Mi Familia Progresa en Guatemala o el Bono Productivo en Nicaragua) para que lleguen a todos los hogares sin alimentos durante el periodo más difícil del año (Marzo-Agosto). Hasta ahora, estos programas están cumpliendo su cometido de protección social y marcan, para muchas familias, la diferencia entre la supervivencia y desnutrición aguda. Bueno, eso y el dinero que obtienen con el trabajo temporal en la corta de café. Pero esta fuente de ingresos acaba en Febrero. ¿Y luego? Si no se actúa a tiempo para prevenir, podríamos tener un repunte acelerado de casos de desnutrición aguda infantil, que es el hambre que mata. Nadie quiere que eso pase, porque los niños inocentes no tienen por qué sufrir. Por otro lado, cada nuevo caso de desnutrición que pueda evitarse es una violación del derecho a la alimentación, derecho recogido en las leyes de seguridad alimentaria de Guatemala y Nicaragua. Comer es un derecho de todo ser humano y está garantizado por ley para todos los guatemaltecos y nicaragüenses. No lleguemos a ese extremo, por favor. Evitemos el hambre estacional. Sabemos hacerlo, podemos hacerlo y debemos hacerlo.