Revista Cultura y Ocio
Fotograma de El hijo de Saúl.
La primera imagen es difusa, onírica; justo como cuando se despierta de un sueño. En primer plano el rostro del Sonderkommando, Saúl Auslander, el protagonista de la historia. Su trabajo consiste en llevar a los prisioneros a las duchas, clasificar sus objetos personales, documentos, ropa, etc. Estamos junto a ellos. Los Sonderkommando son los buitres que vigilan las puertas del infierno. Mientras sus congéneres se asfixian en la cámara de gas, escuchamos los golpes contra las puertas metálicas, los gritos, los estertores de la agonía. Luego, cuando se cierran los ductos por donde sale el zyklon B, entran para limpiar el piso sucio de fluidos: vómitos, mierda, saliva y sangre. Adorno dijo que no era posible escribir después de Auschwitz. Pero el cine nos ha mostrado lo que no se ha escrito.
Quizá esta opera prima deLászló Nemes, inaugura otra narrativa cinematográfica sobre la Shoah. Aquí no se obliga al espectador a ver una miríada de imágenes insoportables, como en La Lista de Schindler, donde el efecto lacrimógeno es la prioridad. La cámara es ese otro que nos da su perspectiva. El horror está allí, presente, pero difuso. Esta originalidad en la estructura narrativa, donde el método de interpretación actoral, pero sobre todo el estoicismo inquebrantable de un magistral Géza Röhrig (Saúl Auslander), se impone desde el principio hasta el final.
El leitmotiv del niño que sobrevive a la cámara de gas y luego es asfixiado por un médico nazi ―en definitiva, el posterior hallazgo de la orfandad paterna de Saúl―, será el giro de tuerca que transforme el relato. La búsqueda de un consuelo metafísico en la figura de un rabino que oficie el rito fúnebre judío, definirá el destino del protagonista. El azar sin duda rige aquí sobre todas las cosas. La muerte puede o no llegar; no depende sino de ellos. Los nazis, sordos para el húngaro, solo entienden el alemán: la lengua del demiurgo malvado. Durante la fuga final por el laberinto de un bosque, en una cabaña, Saúl cree ver de nuevo a su hijo perdido. Pero ya es tarde para redimir al judío maldito, que se ha convertido en el Judas de su propia raza.
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