En su ejercicio periodístico nuestro protagonista demostró un olfato singular para escribir crónicas que incomodasen al poder, sobre todo respecto a esa muestra paradigmática de corrupción que fue el caso Banco Catalana. Es posible que, hasta su caída definitiva hace ya algunos años, el clan Pujol jamás se sintiese tan nervioso como con las informaciones que iba publicando Quintá, hasta el punto de que se llegó a llamar la atención a los responsables y al propietario del diario El País, como solo los políticos saben hacerlo. En este sentido, ese acto multitudinario de desagravio a Jordi Pujol se convirtió en todo un símbolo de la impunidad y de la superioridad del tribunal popular frente al Poder Judicial. Por desgracia, en nuestro país hemos podido contemplar más de un acontecimiento semejante. A partir de ese momento Pujol se proclamó el adalid de la moral frente a los poderes de Madrid, con lo que en cierto modo se dio vía libre al sistema corrupto en el que se convirtió la política catalana a partir de entonces.
Pero en uno de esos giros irónicos que tiene a veces la historia, el astuto Pujol consiguió convencer a su gran enemigo Quintà para que se uniera a sus filas: la dirección del nuevo canal autonómico TV3 era un caramelo demasiado dulce como para ser rechazado por un hombre tan ambicioso como Quintá. Gracias a su intuición y a su trabajo obsesivo consiguió crear una televisión moderna y muy valorada por quienes veían en ella un factor fundamental para crear sentimiento de pertenencia a la nación catalana. Pero su labor tuvo también sombras: su carácter dictatorial frente a sus subordinados, los gastos desmesurados en los que incurría y su fama de acosador sexual que no hizo sino acrecentarse en esta nueva etapa. Poco a poco Quintá fue cerrándose sobre sí mismo y quedándose sin amigos. Solo su última pareja aceptó quedarse junto a él cuando se sintió demasiado enfermo como para valerse por sí solo. El dramático final es bien conocido: asesinato de su mujer y suicidio, noticia que fue ampliamente difundida en su momento por diferentes medios de comunicación.
Jordi Amat ha sabido construir una narración en la línea de El adversario de Emmanuel Carrère, una crónica de no ficción que se lee como si fuera una novela, un relato que quizá tendría algo de inverosímil si hubiera sido inventado. El mismo autor, en las últimas páginas, reconoce sus influencias y comenta las dificultades a las que se tuvo que enfrentar a la hora de abordar la escritura de la biografía de un personaje tan singular:
"El desafío era intentar ir más allá del suceso o del relato histórico para construir una narración, pero asumir al mismo tiempo que el ejercicio literario de ir hacia dentro del caso y el personaje era una forma de embrutecimiento. Implicaba no solo descubrir realidades turbias, sino también embrutecer de sordidez mi conciencia y la del lector."