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Dónde quedó el pequeño llorón que se sentaba en la puerta de la cocina con el estómago en carne viva, esperando que su madre lo llamase para comer; y la madre, qué fue de ella, de sus tiernas manos, sus manos cariñosas que espantaban los fantasmas más pertinaces y los monstruos de pesadilla con una sola caricia, sus manos protectoras, más fuertes que una coraza y más eficaces que un chaleco antibalas, ¿dónde están? ¿Acaso se quedaron atrás, perdidas en las lagunas de la memoria, en los brazos del olvido y de la nostalgia más antigua y más angustiosa?
¿Nunca te preguntas qué fue de aquellos juegos infantiles de los días de verano, del caballo de escoba que amarrabas a los barrotes de la ventana, de la espada de palo con que matabas las malvas del corral, del belén de navidad que ponías sobre la mesa tocinera, con musgo, papel de plata y palmeras de retama, de las cartas del abuelo, de las tardes de siesta, o las otras de tormenta, en que retumbaba la casa con cada trueno, y se iba la luz, y los hermanos, refugiados tras los cristales, veían el torrente achocolatado que bajaba por el centro de la calle?
¿Y dónde estará aquella criada con coleta de caballo, minifalda yeyé y bragas de color de rosa, la que fumaba a escondidas en la terraza de detrás?; ¿y la primera novia que tuviste, no la que se dejaba meter mano, no, sino la otra, la primera de verdad, la que te seguía por la acera cuando volvías del colegio, con su uniforme azul de la Compañía de María, y te observaba con ojos de niña de almendra, o sólo de niña, desde la ventana del 1º derecha?
¿Dónde estará el profesor tuerto del ojo de cristal, el que contaba chistes verdes al entrar en el aula? ¿Y los otros profesores del colegio Virgen del Carmen, el cura de las gafas oscuras, que te ponía a rezar dos padrenuestros y tres avemarías cuando te pillaba copiando, o el de historia, que contaba las guerras púnicas a los cuatro empollones de la primera fila mientras la anarquía reinaba entre los pupitres? ¿Y el director, que te llamaba a su despacho de caoba negra, antesala del purgatorio, cuando la habías cagado bien cagada?
¿Dónde estará Rivera, el matón que os metía en los contenedores de basura y os hacía limpiarle el polvo de las botas con la lengua?, ¿y Alfredo, el Portaviones?, ¿y Miguel, la Rata?, ¿y Carlazas, y el Algarrobo? ¿Qué fue de aquellos amigos de la infancia más lejana con los que ibas a buscar chapas a los basureros de allende las vías y hacías la alineación para jugar contra el equipo de los Bloques Rojos? ¿Y de los compañeros de bachillerato, turno de noche, con los que aprendiste a rechazar el paraíso inyectable que ofrecían los camellos por los pasillos del instituto, o de los otros compañeros de la tercera compañía, tercera sección, que juraron contigo la bandera bajo el sol abrasador del verano tropical, en la explanada del cuartel de Hoya Fría? ¿Qué fue de los paseos por la carretera del cementerio en las noches perfumadas de agosto, del jazmín y la dama, y de la novia de cristal brillante de las noches de discoteca?
¿Qué fue de tantos y tantos recuerdos condenados al olvido, extraviados en las grietas de la memoria, perdidos para siempre?, ¿qué de aquellos momentos que se te escaparon entre los dedos como arena de playa, por más y que apretases el puño, y jamás volverán?
¿Para qué han servido los días gastados, los años fugaces, te preguntas, la vida apurada en sorbos rápidos y efímeros como trago de tequila? ¿Todo es para nada? ¿Nihilismo de letras en relieve como la hormiga de Benedetti?
Y piensas que no, es decir, que tal vez no, que todos esos recuerdos que la arena ha sepultado, y la desmemoria, y la mala conciencia, y la desidia, y el olvido, y la vida, esos recuerdos que ha borrado el tiempo, no tú, que ha desgastado la vida, no tú, no son sino el camino sembrado de granos de trigo, el hilo de Ariadna, delgado y fino como una telaraña, pero evidente, que conduce paso a paso a la realidad palpitante e insoslayable del aquí y del ahora, de este momento, de este lugar y del hombre sin historia ni pasado que ha escrito estas líneas.
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