Camino del pueblo hacia la Casa del Conde Moré(Hoy Casa del Cultura), alcancé a un hombre en la Calzada de Backer. Por la espalda no podía determinar la edad del transeúnte, pero a juzgar por su cansancio al caminar aparentaba unos setenta. Vestía una chaqueta usada que no era de su talla, sucia y roída por el tiempo, un sombrero de guano de ala corta y calzaba unas botas rotas de suela gruesa. Mira en los basureros y saca de ellos restos de comida, que coloca en un paquete plástico. En el pequeño parque del CV deportivo termina su caminata y se sienta en un banco de concreto. A su lado, en el césped se acomodan a descansar varios perros que vinieron en fila, después de tratar de alzarse con premio que pudiera otorgar una perrita que hace solo unas semanas había sido botada por sus dueños. Los canes sedientos y agitados observan con aire de importancia el diario ajetreo callejero de Sagua la Grande. Al abrir el paquete, el hombre saca su contenido y lo ofrece a los perros, ya acostumbrados a la generosidad de este vagabundo. Este benefactor comparte su soledad con los perros. Otros no logran ni eso.
Me siento a su lado para ver cómo habla con los animales y sin esperarlo me mira y pregunta>
- ¿Es posible que a mi hijo se le haya hecho realidad el sueño americano?
Conozco a su hijo, en Sagua todos nos conocemos, no lo creo un hombre desamparado, pero está solo, solo con sus perros. Los regaña como a niños que no hacen sus deberes. Siempre me llamó la atención la vida de este hombre, hombre culto, siempre leyendo, pero un hombre solo, solo con sus libros.
En su indetenible conversación me habla de Hegel, de las calles de Pekín, de una ciudad multilingüe como Montreal o de una calle bulliciosa de París.
- Me obliga a forjar mi mundo a imagen y semejanza del suyo, pero el mío es este.
Los antiguos griegos sabían que el hombre vive no sólo en un mundo físico, sino también en un mundo simbólico y cuando el balance se pierde, se pierde el camino. Al hijo de este hombre el primer mundo lo aplastó en la balanza, a él el segundo le ha trastocado la realidad y a mí el tiempo no me permite quedarme mucho más a su lado.
- ¿Usted conoce a mi hijo? Hace tiempo que no sé de él, si se comunican, dígale que estoy bien.
¿Bien? En poco menos de cinco minutos pude percatarme de sus serias afecciones de salud.
Vuelvo a sumirme en la bruma de mi cotidianeidad, pero esos minutos no pude borrarlos, este señor con sus perros se cruzará siempre en mi camino y no veré su ropa o su andar, solo veré una y otra vez su infinita soledad.