“Todos podemos llegar a ser gentleman aunque hayamos nacido en el arroyo. El verdadero gentleman está por encima de toda imposición, carece de amo y no obra más que por condescendencia o por deber. Ningún hombre puede ordenarle nada, y cuando obedece es sólo a la ley impersonal o a una palabra dada, o a un contrato aceptado; en suma, se obedece a sí mismo, a lo que reconoce como justo y equitativo, y no a cualquiera de los despotismos. El gentleman es el hombre libre, el hombre más fuerte que las cosas, convencido de que la personalidad prima sobre todos los atributos accesorios de fortuna, salud, rango, poder, etc., y realiza lo esencial, el valor intrínseco y real del individuo. Dime lo que eres y te diré lo que vales. Este ideal lucha con fortuna contra el ideal grosero del capital, cuya fórmula es: ¿cuánto vale este hombre? El gentleman es el hombre dueño de sí mismo, que se respeta y se hace respetar. Su esencia es, por tanto, la soberanía interior. Es un carácter que se posee a sí mismo, una fuerza que se gobierna y una libertad que se afirma”.
* * * * * *
La novela de Miss Milock, John Halifax, Gentleman (publicada en 1841), es un libro más atrevido de lo que parece, porque plantea de nuevo a la manera inglesa el problema social de la igualdad. Y su conclusión es que todos podemos llegar a ser gentleman aunque hayamos nacido en el arroyo. En cierto modo, este relato protesta contra las superioridades convencionales y demuestra que la verdadera nobleza está en el carácter, en el mérito personal, en la distinción moral, en la elevación de los sentimientos y del lenguaje, y en la dignidad de la vida y el respeto de sí mismo.
Frente al jacobinismo y al igualitarismo brutal, que rebajan a todo el mundo hasta la vulgaridad, el derecho a subir hasta la excelencia
Esto es preferible al jacobinismo y es la inversa del igualitarismo brutal. En vez de rebajar a todo el mundo, el autor proclama el derecho a subir. Se puede nacer rico y noble, pero no se nace gentleman (1). Esta palabra es el Shibboleth de Inglaterra. La divide en dos mitades, y a la sociedad civilizada en dos castas. En la mitad superior, entre gentlemen, encontramos la cortesía, la igualdad y la conveniencia; abajo sólo se ve el desprecio, el desdén, la frialdad y la indiferencia. Es la antigua separación entre los ingenui (2) y los demás. Es la continuación feudal de la hidalguía y de la plebe.
El gentleman recuerda el prudente de los estoicos, el tipo de lo que debe uno ser. Es preferible que sea rentista y bien nacido; pero esto no es rigurosamente indispensable. Es difícil, pero no imposible, que sea comerciante o industrial. Si debe ganarse la vida, hace falta que se mantenga altivo, reservado, superior a la fortuna y a las circunstancias, y que no presente sus cuentas sino como un artista o un médico, con una especie de pudor altanero, que cuenta con la delicadeza del prójimo, y no confiesa ni sus sufrimientos, ni sus necesidades, ni sus inquietudes, ni nada que le haga inferior a aquellos de quienes reclama la estimación y rechaza la compasión.
El verdadero gentleman está, o debe parecer que está, por encima de toda imposición, carece de amo y no obra más que por condescendencia o por deber. Ningún hombre puede ordenarle nada, y cuando obedece es sólo a la ley impersonal o a una palabra dada, o a un contrato aceptado; en suma, se obedece a sí mismo, a lo que reconoce como justo y equitativo, y no a cualquiera de los despotismos.
“Dios y mi derecho”, esta es su divisa. El gentleman es resueltamente el hombre libre, el hombre más fuerte que las cosas, convencido de que la personalidad prima sobre todos los atributos accesorios de fortuna, de salud, de rango, de poder, etc., y realiza lo esencial, el valor intrínseco y real del individuo. Dime lo que eres y te diré lo que vales. Este ideal lucha con fortuna contra el ideal grosero, igualmente inglés del capital, cuya fórmula es: ¿cuánto vale este hombre?
En el país en que la pobreza es un crimen, no está mal poder decir que un nabab (3) no es por sí mismo un gentleman.
El ideal mercantil y el ideal caballeresco se contraponen, y si uno constituye la fealdad y el aspecto brutal de la sociedad inglesa, el otro le sirve de compensación.
6 de abril de 1866.
El gentleman es dueño de sí mismo, se respeta y se hace respetar; es un carácter que se posee a sí mismo y una libertad que se afirma
Al despertarme hoy aún me ocupaba la idea del gentleman.
El gentleman es el hombre dueño de sí mismo, que se respeta y se hace respetar. Su esencia es, por tanto, la soberanía interior. Es un carácter que se posee a sí mismo, una fuerza que se gobierna, una libertad que se afirma, se muestra y se regula sobre el tipo de la dignidad. Es un ideal muy vecino del tipo romano de ingenuus consciens et compos sui (4) y de la dignitas cum auctoritate (5). Es un ideal más moral que intelectual, y que va muy bien a Inglaterra, que es sobre todo una voluntad.
Pero del respeto a sí mismo derivan mil cosas, como el cuidado de su persona, de su lenguaje, de sus maneras; la vigilancia sobre su cuerpo y su alma, el dominio sobre sus instintos y pasiones, la necesidad de bastarse a sí mismo, la altivez que no implora ni quiere favor alguno, la preocupación de no exponerse a ninguna humillación ni a ninguna mortificación, cuidando de no situarse bajo la dependencia de ningún capricho humano, la preservación constante de su honor y de su amor propio: todo esto constituye el tipo de hombre prudente a la manera inglesa. Como esa soberanía sólo es fácil en el hombre bien nacido, bien educado y rico, fue identificada en un principio con el nacimiento, el rango y sobre todo con la propiedad. Así la idea del gentleman deriva de la feudalidad, es la atenuación del señorío.
Para no merecer reproche, el inglés se mantendrá irreprochable; para ser tratado con consideración, tendrá siempre cuidado de mantener las distancias, de matizar las consideraciones, de observar todas las gradaciones de la cortesía convencional, según el tango, la edad, y la situación de las personas. Y por esto mismo, será imperturbablemente correcto y circunspecto en presencia de un desconocido del que ignora el nombre y la valía, y al que sería expuesto testimoniar demasiado o demasiada poca cortesía. Esto lo ignora y lo evita; si se le aborda, vuelve la espalda; si se le dirige la palabra, corta con altanería. Su cortesía no es por tanto humana, en general, sino exclusivamente individual y apropiada a las personas.
He aquí por qué cada inglés contiene dos: el que está vuelto hacia el mundo y el otro. El primero, el hombre exterior, es un erizo, una ciudadela, un muro anguloso y frío; el otro, el hombre interior, es un ser sensible, afectuoso, cordial y cariñoso. Tipo semejante se ha formado en un clima moral lleno de témpanos: el mundo como enemigo, y el hogar como único refugio hospitalario; la coraza impenetrable sobre su corazón tierno; la piel del oso hacia afuera y el terciopelo hacia adentro.
El análisis del tipo nacional, del hombre perfecto, puede permitirnos descubrir la naturaleza y la historia de una nación, como el fruto nos revela el árbol.
La inversa es todavía más cómoda: con la historia y el clima se reconstruye el tipo. Pero la primera investigación es un descubrimiento, mientras que la segunda no es más que una observación. La psicología debe emplear ambos métodos, y controlar el uno por el otro; comenzando ya por el grano para conocer la planta, ya por la planta para conocer el grano.
7 de abril de 1866.
NOTAS.- (1). Caballero de exquisita elegancia y educación. (2). En el Derecho romano, hombre nacido libre, que nunca fue esclavo. (3). Hombre acaudalado, ricachón, multimillonario. (4). “Hombre libre consciente y dueño de sí mismo”. (5). “Dignidad con autoridad”.
* * *
Henri-Frédéric Amiel, escritor y filósofo suizo (1821-1881). Diario íntimo. Editorial Losada, Buenos Aires, 1949. Edición completa según el manuscrito original. Traducción: Clara Campoamor.
Filosofía Digital